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The Guardian en español

“No he cometido ningún delito y soy el mejor presidente que ha tenido Brasil”

Lula sostiene que es víctima de una persecución política y que confía en la justicia.

Jonathan Watts

La noche en que la Cámara de Diputados votó a favor de iniciar el proceso de destitución contra la presidenta del país, Dilma Rousseff, ella siguió la sesión por televisión en compañía de su predecesor en el cargo, Luiz Inácio Lula da Silva. Rousseff mantuvo la calma durante la votación y, de hecho, incluso pidió palomitas. En cambio Lula, que reconoce ser muy intenso, rompió a llorar en al menos tres ocasiones distintas.

“Fue muy triste y lo pasé fatal”, recuerda el fundador del Partido de los Trabajadores en una entrevista que a The Guardian: “Vi cómo el proyecto de transformar el país se rompía en pedazos”.

En el pasado, fue considerado un modelo de esperanza para una sociedad más justa, pero ahora el Partido de los Trabajadores fundado por Lula se ha quedado sin líder. La crisis y los recortes han puesto en peligro los logros que alcanzó a lo largo de 13 años de gestión en el gobierno y que permitieron reducir la pobreza, reforzar el derecho a la educación y aumentar el gasto en sanidad pública.

Cuando terminó su mandato en 2010, Lula, como se le conoce mundialmente, era el presidente más popular del mundo, un líder carismático de un nuevo mundo en desarrollo y el arquitecto de un proyecto de centroizquierda democrático que se proponía reducir las desigualdades en Brasil.

Sin embargo, desde entonces la situación económica se ha deteriorado, las tendencias políticas mundiales han cambiado de rumbo y han pasado de la cooperación a la competitividad, y muchos políticos, entre los que se incluyen algunos aliados de Lula, se han visto salpicados por una gran operación anticorrupción.

Lula es consciente de que en cualquier momento lo pueden sentar en el banquillo. El expresidente es el objetivo principal de cuatro investigaciones penales, sabe que sus conversaciones telefónicas han sido grabadas en secreto y filtradas a los medios de comunicación, y la policía lo detuvo por un corto espacio de tiempo para interrogarlo. Su sucesora, Dilma Rousseff, fue destituida de su cargo de forma temporal. El gobierno provisional de centroderecha ha socavado la credibilidad de Rousseff y, aunque oficialmente sigue siendo la presidenta de Brasil, sus amigos han empezado a recaudar dinero para pagarle los viajes.

La caída del Partido de los Trabajadores ha alcanzado proporciones épicas y parece una tragedia como las de Shakespeare. El debate en torno a si Lula ha sido víctima de una conspiración es intenso. Según las tendencias políticas del interlocutor, la culpa de la situación actual es de una persona u otra. La derecha considera que Lula es un personaje parecido al rey Lear y cree que propició su propia caída con una gestión incorrecta de los presupuestos públicos y al permitir que floreciera una cultura de la corrupción en el sector público. En cambio, la izquierda lo presenta como un Otelo, un gran líder que es víctima de una traición.

Las protestas masivas que tuvieron lugar a principios de año dejan entrever que muchos votantes se hartaron de un político y de un partido que no pudo cumplir con las expectativas y que se quedó atrapado en el mismo sistema que había prometido reformar.

La conspiración de la derecha (y de la CIA)

Lula tiene una visión distinta de la situación. Cree que los esfuerzos del Partido de los Trabajadores por ayudar a los más pobres, las medidas encaminadas a redistribuir la riqueza y el aumento del gasto público en educación y salud han crispado a una clase política que se ha acostumbrado a hacer siempre lo que más le conviene.

“Estoy convencido de que nuestras medidas molestaron a muchos. Ahora tenemos una nueva clase media que está en la calle, en los teatros, en los aeropuertos. Parte de la élite simplemente no quiere compartir”, indica.

“Creo que algunos medios de comunicación, la oficina del fiscal y la policía han pactado destruir mi reputación”, dice: “Sus acciones tienen un objetivo final: condenarme. Muchos quieren impedir que me presente a las elecciones de 2018”.

Algunos militantes de izquierdas analizan la situación desde un punto de vista regional, ya que los gobiernos de izquierdas han perdido en Argentina, Venezuela y Bolivia. Creen que se trata de un complot de fuerzas que operan en secreto, entre ellas, la CIA.

Sin embargo, Lula descarta que Estados Unidos haya participado en una conspiración para terminar con los líderes de izquierdas de la región. “No lo creo”, afirma: “Los venezolanos tienen más motivos para desconfiar debido al golpe de Estado de 2002 (que apartó a Hugo Chávez del poder brevemente) pero creo que mis hermanos venezolanos se equivocan y que deben dialogar los unos con los otros”.

Lula era un gran aliado de Chávez y del presidente argentino Néstor Kirchner. A principios de año recurrió a una metáfora futbolística para describir su relación: eran el Messi, el Neymar y el Suárez de la izquierda de América Latina.

Sin embargo, a diferencia de su homólogo venezolano, Lula apostó por la negociación y rechazó la confrontación. Tampoco quiso reformar la Constitución del país para poder optar a un tercer mandato. Rousseff lo sustituyó. “En numerosas ocasiones he afirmado que lo más importante de la democracia es el cambio. No me presenté a un tercer mandato (consecutivo) y no creo que nadie sea irreemplazable. Las dictaduras nacen a partir de esa convicción”.

La forma en que el Partido de los Trabajadores ha sido apartado del gobierno le ha provocado una gran frustración, ya que no ha perdido unas elecciones presidenciales desde 1998. En 2014, el partido ganó por cuarta vez consecutiva. Y, sin embargo, a mitad de mandato se ha visto obligado a dejar el gobierno.

“Yo perdí tres elecciones y respeté los resultados electorales”, señala, “pero la derecha no está dispuesta a esperar”.

Las tensiones con Dilma

No ha perdido la esperanza de que Rousseff todavía pueda regresar al gobierno. Para superar la votación que tendrá lugar el 17 de agosto, Rousseff necesita convencer a seis senadores y lograr que cambien de opinión. Si bien podría parecer que no son tantos, Lula reconoce que se necesitarán grandes dosis de persuasión. Aunque no lo dice, parece exasperado por el hecho de que Rousseff no se defienda con más fuerza.

“Dilma debe explicar qué pasará en Brasil si recupera la presidencia. Necesita explicar qué nuevas medidas impulsará y cómo construirá nuevas relaciones políticas. Tiene que ser ella la que lo haga. Yo no lo puedo hacer en su nombre. Tiene que convencer a la gente”.

A menudo se especula sobre las tensiones entre Lula y Rousseff, especialmente en los círculos de derechas. Un expresidente, Fernando Henrique Cordoso, dijo en declaraciones a The Guardian que el error más grave de Lula ha sido la elección de su sucesora. En una conversación que fue registrada sin su consentimiento, otro expresidente, José Sarney, afirmó que Lula había reconocido que efectivamente era así.

El exsenador Delcídio do Amaral, que está colaborando con la fiscalía de Brasil a cambio de una reducción de la pena, también ha insinuado que los dos líderes del Partido de los Trabajadores compiten entre ellos. La decisión de Lula de no participar en la última rueda de prensa de Rousseff en el palacio presidencial no hizo más que alimentar este rumor. Sin embargo, Lula afirma que no lamenta su decisión: “Estoy orgulloso de haber propuesto a Dilma y de que saliera elegida”.

Nadie ha levantado más pasiones que Lula. Según los sondeos, sigue siendo el político más popular de Brasil, con un índice de apoyo del 21%, una ligera ventaja frente a la exministra de medioambiente, Marina Silva, que tiene un 19%, y el excandidato presidencial Aécio Neves, con el 17%. Rousseff apenas alcanza un 10% y el índice de aprobación del presidente en funciones, Michel Temer, es del 13%.

Lula es un personaje controvertido; su índice de rechazo también es el más alto. Sin embargo, el Partido de los Trabajadores cree que Lula es su gran baza. Muchos esperan que vuelva a presentarse a unas elecciones y que gane. Por su parte, él afirma que esta decisión le corresponde al partido.

“Me gustaría que se presentara otro candidato. Cuando me fui, el 87% de la población aprobaba mi gestión. Soy el mejor presidente de toda la historia de Brasil. Repetir ese resultado es una misión imposible. Tendría que competir conmigo mismo”.

La decisión también está en manos de los jueces. Lula es también blanco de la investigación Lava Jato relativa a un sistema de lavado de dinero y de corrupción que involucra a la empresa petrolera Petrobras. La fiscalía considera probado que los directivos de Petrobras y de otras empresas públicas pagaban más a sus proveedores a cambio de donaciones a los políticos y al partido en el gobierno.

Los partidarios de Lula alegan que se trata de una práctica muy común y que si bien es criticable desde un punto de vista ético, no es ilegal. También subrayan que es anterior a la victoria del Partido de los Trabajadores y que otros partidos también lo hicieron en el pasado. En cambio, sus detractores afirman que con la llegada de Lula la corrupción pasó a ser una parte esencial del sistema y alcanzó unos niveles insólitos.

Esto tendría una explicación. A diferencia de la derecha, el Partido de los Trabajadores no contó con la ayuda del sector privado para financiar sus campañas electorales y conseguir el apoyo de los congresistas. La interpretación más benévola sería que la corrupción no obedecía a intereses personales sino del partido, mientras que la crítica más dura recordaría que el partido prometió acabar con la corrupción política y terminó cubierto de lodo.

Lula reconoce que es necesario reformar el sistema de financiación de partidos. “¿Por qué no investigan cómo se financian todos los partidos?”, se pregunta: “Ahora te llevas la impresión de que todo el dinero del Partido de los Trabajadores tiene un origen oscuro y que el dinero del Partido de la Socialdemocracia Brasileña es impoluto”.

“La historia ya me ha juzgado”

¿Podría ser que a pesar de este doble baremo, Lula, como exlíder de un país y de un partido que se benefició políticamente de este sistema, sea procesado por un caso de corrupción endémica que logró desviar cientos de miles de millones de reales? La fiscalía asegura que Lula ideó todo el entramado ilegal mientras que el expresidente insiste en el hecho de que se trata de una suposición errónea.

“Parte de la base de que los jefes lo saben todo y, por tanto, son culpables o que son igualmente culpables, por incompetentes, si lo desconocían. Lo cierto es que no he cometido ningún delito”, afirma.

Esta no es la única amenaza a la que se enfrenta. También se le acusa de obstrucción a la justicia y de intentar “comprar” a un testigo que iba a declarar en su contra. Por su parte, Amaral explicó a The Guardian que Lula le había pedido que “ayudara” a un exdirectivo de Petrobras, Nestor Cervero, después de que este fuera detenido el año pasado. Primero proporcionaron dinero a la familia del detenido y después planearon sacarlo del país en avión o en una embarcación. Lula afirma que Amaral miente: “Se ha inventado esta fantasía para salvarse”. Considera que la colaboración de los acusados con el juez, a cambio de una reducción de la pena, da lugar a declaraciones falsas.

Algunos de estos casos están en manos del juez de Curitiba Sergio Moro, que se ha convertido en una celebridad en el país por el hecho de estar dispuesto a mandar a la cárcel a los ricos y a los poderosos que en el pasado presumían de ser impunes. Moro es expeditivo y no tiene en cuenta la reputación del acusado. Muchos familiares y amigos de Lula temen que el juez lo procese en breve.

Lula se muestra tranquilo y afirma confiar en el sistema judicial del país. “Nadie en Brasil está más tranquilo que yo”, dice. “Si tengo que sentarme en el banquillo, todos sabrán si las acusaciones que pesan contra mí son verdad o mentira”.

A sus 70 años, el fundador del Partido de los Trabajadores tal vez considere que se ha ganado el derecho a mostrar cierto optimismo. Ha pasado por momentos infinitamente peores. Durante su infancia era tan pobre que a veces no tenía comida. Su hermano fue detenido y torturado durante la dictadura. En los ochenta, luchó codo a codo con los mineros británicos que reivindicaban sus derechos frente a Margaret Thatcher. Perdió tres elecciones presidenciales antes de su victoria histórica en 2002. Recientemente se sometió a quimioterapia, ya que tiene cáncer de garganta.

A pesar de la espada de Damocles que pesa sobre su cabeza, Lula cree que la historia ya lo ha juzgado. “Los principales logros de los últimos 13 años no dependen de este juicio – señala–. No tengo ninguna intención de cambiar. Soy el mejor presidente que ha tenido este país”.

Traducción de Emma Reverter

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