La crisis de Níger muestra que el cuasi-imperio de Francia en África se desmorona
Las retiradas de los imperios que se desmoronan se caracterizan inevitablemente por las evacuaciones atropelladas. Civiles en estado de pánico se dirigen a terminales desvencijadas de aeropuertos con la esperanza de encontrar un vuelo de emergencia que los saque del caos. Esa fue la escena poscolonial en Niamey, la capital de Níger, la semana pasada, cuando cientos de nacionales franceses se unieron a otros ciudadanos de la UE para escabullirse del país de África occidental.
Facciones militares habían ejecutado un golpe de Estado contra Mohamed Bazoum, presidente democráticamente elegido de Níger, justo antes del 3 de agosto, fiesta nacional del país, en que se celebraban 63 años de la independencia nominal de Francia en 1960.
Multitudes cantaban “Abajo Francia” mientras apuntaban a la embajada de ese país, rompiendo ventanas y encendiendo fuego a las paredes perimetrales. Mientras Bazoum permanecía bajo arresto domiciliario, sus estrechos aliados en París temían que la seguridad de los occidentales no pudiera ser garantizada más tiempo. Un arrogante comunicado del Palacio del Elíseo advertía de que Emmanuel Macron “no tolerará ningún ataque contra Francia y sus intereses”. Si alguien resultaba herido, la represalia vendría “inmediatamente y sin concesiones”, dijo Macron, sonando como el gran jefe imperial que emitía una severa advertencia a nativos ingobernables que estaban causando problemas a más de 2.000 millas de distancia.
Pese a la ilusión de una retirada completa, Francia tiene aún una guarnición de 1.500 soldados en Níger, junto a una base aérea que asiste a aviones de combate y drones de ataque. Todo esto es un recordatorio forzoso de que, a pesar de un largo y sangriento periodo de descolonización, Francia ha conservado un cuasi-imperio furtivo en África, y este se encuentra amenazado como nunca antes.
La actual crisis nigerina puede de este modo vincularse con las antiguas relaciones coloniales, que fueron reestructuradas como ‘Francáfrica’, un formidable nexo neocolonial a lo largo del África sub-sahariana que cubre lazos económicos, políticos, de seguridad y culturales basados en la lengua y los valores franceses.
Charles de Gaulle, el presidente francés más influyente de la posguerra, resumió su importancia diciendo: “El poder mundial de Francia y el poder de Francia en África están vinculados inextricablemente y mutuamente confirmados”. Al tiempo que reconocían los movimientos de autodeterminación en África, De Gaulle y los líderes franceses subsiguientes quisieron aferrarse a sus estratégicas bases militares, así como a los recursos energéticos y a los acuerdos comerciales favorables, junto al control financiero.
Todos esos líderes veían a África como un ‘pré carré’ de Francia, o patio trasero –una metáfora que se remonta a los monarcas pre-revolucionarios para referirse al territorio conquistado que necesitaba ser defendido–. Níger, por ejemplo, es el séptimo productor mundial de uranio, y Francia, cuya energía depende en un 70% de la generación nuclear, es un importador clave.
Asesores militares y gubernamentales de París han permeado sucesivamente las administraciones nigerinas, en especial la que acaba de ser depuesta. De manera crucial, el francés permanece como la lengua oficial para 25 millones de nigerinos, y las organizaciones culturales en el grupo francófono de naciones –aquellos unidos por la lengua de Molière– abundan.
Más allá de esto, la abierta corrupción ha jugada también una parte en el mantenimiento del orden poscolonial. Francáfrica ha cobijado países destacados por la violación de derechos humanos, incluido Níger. Líderes títeres subordinados han ignorado el compromiso de promover el progreso democrático a cambio de los programas de ayuda. Sobornos han sido pagados vía contratos armamentísticos y otras ayudas en seguridad, y –por supuesto- en dinero efectivo puro y duro que ha sido lavado.
El flujo de dinero ha sido siempre de doble vía, ya que los africanos también han provisto de maletines llenos de dinero a veteranos políticos franceses. El expresidente Nicolas Sarozy, delincuente ya convicto, ha sido acusado de aceptar millones del finado coronel Muammar Gaddafi, por ejemplo. Sarkozy niega la acusación.
La herencia más duradera del colonialismo galo es el franco CFA (Comunidad Financiera Africana), una moneda siempre ligada a la divisa francesa, y ahora al euro. Esto le da a Francia una hegemonía monetaria sobre varios estados africanos, incluido Níger.
Estados Unidos ha apoyado siempre esos acuerdos explotadores, originalmente porque las excolonias francesas eran vistas como bastiones contra la influencia geopolítica e ideológica de la Unión Soviética durante la Guerra Fría. La noción de que Francia era el “gendarme de África” ahora se extiende a que desempeña un papel vital en la lucha contra los insurgentes terroristas como Al-Qaeda en la vasta región del Sahel, que ensarta cerca de una docena de países desde Eritrea a Senegal, vía Níger.
El gran problema de Francia, sin embargo, es que los nigerinos –como muchos africanos– están rechazando la Francáfrica con tanto fervor como sus antecesores rechazaron el Imperio francés. En este sentido, el tradicional dominio de Francia se está desintegrando.
Níger es el último país en la región que ha vivido un golpe, después de Mali en 2020 y 2021 y Burkina Faso (dos veces) en 2022 –ambos excolonias francesas que ganaron la independencia en 1960–. Todos expresan resentimiento hacia Francia, y hacia Occidente, mientras potencias rivales, incluyendo Rusia, Turquía y China, amenazan con sacar beneficio de la situación.
Las juntas militares en Burkina Faso y Mali han advertido ya que cualquier intento por restituir a Bazoum en Níger mediante una intervención militar será visto como una declaración de guerra. Tropas trabajando para Wagner, el grupo mercenario ruso, se encuentran entretanto operando en el interior de los barrios de Níger, y han ofrecido su apoyo a los nigerinos rebeldes.
Banderas rusas fueron enarboladas por los manifestantes frente a la embajada francesa en Niamey, mientras muchos pedían a Vladímir Putin que reemplace a Macron como su mayor soporte global. Esto plantea la perspectiva de un nuevo “revoltijo por África” –la descripción clástica de la manera en que las potencias europeas se anexionaron pedazos del continente hasta la primera guerra mundial. Si –como parece ser– el odio hacia Francia se intensifica, existe entonces la posibilidad de evacuaciones en toda regla, incluyendo la de los soldados franceses, mientras las naciones clave de Francáfrica del África subsahariana completan finalmente el proceso de descolonización.
El resultado más positivo de todo esto sería que Níger y otros estados africanos en similar proceso eligieran el autogobierno y un futuro democrático. Pero es más probable que países con incluso mayor historial de corrupción, abusos de derechos humanos y mala gestión general irrumpan para llenar el vacío de poder.
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