Los desertores de la élite rusa que se atreven a criticar la guerra de Putin
Igor Volobuyev pasó dos décadas trabajando en el corazón del establishment ruso, primero en Gazprom y luego para su filial Gazprombank, donde fue vicepresidente hasta febrero de este año. Entonces Putin comenzó la guerra contra Ucrania, y Volobuyev decidió que ya no podía soportar vivir en Rusia. Cogió una mochila pequeña, la llenó de pertenencias y un fajo de billetes, y huyó del país el 2 de marzo, fingiendo que se iba de vacaciones.
Unos días más tarde cruzó desde Polonia a Ucrania, donde vivió en su infancia. Ahora se pasa el tiempo intentando convencer a los funcionarios para que le proporcionen documentos ucranianos y le permitan alistarse en el servicio militar. “Quiero ir a donde pueda defender a mi patria con un arma. Lo intento cada día”, dice durante una entrevista en las afueras de la capital, Kiev. “Nunca volveré a Rusia”.
Se cree que hay cientos de miles de rusos que han huido de su país desde que Putin empezó la guerra, y muchos intelectuales, periodistas y activistas han mostrado su oposición al conflicto. Sin embargo, las deserciones entre políticos y la élite empresarial son sumamente inusuales. A pesar de las informaciones sobre una gran consternación por la invasión de Ucrania, solo un minúsculo puñado de personas ha alzado la voz públicamente para condenar la guerra.
Avergonzado de su país
Este lunes Boris Bondarev, un diplomático de carrera asignado a la misión rusa en la sede de Naciones Unidas en Ginebra, se convirtió en el diplomático ruso de mayor nivel en condenar la guerra. Cuando dimitió publicó una carta en la que manifestó estar “avergonzado” de su país y tachó la invasión de “desastre”. Bondarev dijo que tuvo claro que dimitiría el día que Rusia comenzó su invasión, pero le llevó meses reunir fuerzas para hacerlo público.
Al igual que muchos compañeros diplomáticos, Bondarev llevaba en el cargo una década, a pesar del creciente aislamiento de Rusia a consecuencia de una serie de crisis, incluida la anexión de Crimea y el derribo del vuelo MH17 de Malaysia Airlines en 2014. “Sabes que está mal”, dice por teléfono. “Que no es bueno. Pero no te afecta realmente, [no afecta a] tu vida. Estas cosas malas suceden en algún lugar lejano. No está bien, pero es como piensa la mayoría de la gente”.
“Pero esto ahora es completamente distinto: Rusia ha atacado a otro país. Se trata de Ucrania. Se trata de quienes siempre hemos considerado hermanos y les hemos atacado de la manera más brutal posible: bombardeando ciudades, asegurando que son nazis y que los 'desnazificamos'. Es ridículo. Es algo inimaginable”.
Bondarev cree que muchos de sus compañeros diplomáticos están igualmente en contra de la guerra, pero nunca ha hablado con ellos sobre el tema. “No es algo de lo que hables con otras personas, no es algo de lo que puedas hablar abiertamente ahora mismo”, dice Bondarev. “Todo el mundo mantiene la boca cerrada”.
Autocensura en el trabajo
Volobuyev dice que, después de 2014, empezó a hablar abiertamente en el trabajo acerca de sus dudas sobre las políticas rusas. Y aunque mucha gente tenía miedo de implicarse en una discusión, tenía la sensación de que la mayoría de las personas a las que conocía estaba de acuerdo, al menos parcialmente. “En Gazprom había unos pocos apasionados de Putin, pero la mayoría de la gente entendía perfectamente en qué tipo de país vivía. En Rusia hay un montón de gente que, simplemente, tiene miedo”, asegura. “Te autocensuras, porque es peligroso decir ciertas cosas, y vives constantemente así. Los ucranianos lo miran y no lo entienden, porque son gente libre”.
Volobuyev se crió en la ciudad ucraniana de Ojtirka y se mudó a Moscú en 1989, cuando tenía 18 años. Después de trabajar un tiempo como periodista, entró en Gazprom, donde estuvo 15 años antes de cambiar para convertirse en uno de los vicepresidentes de Gazprombank en 2015. Cuenta que antes apoyaba a Putin y le votó en 2012, pero “abrió los ojos” durante la Revolución del Maidán en 2014 y la consiguiente guerra respaldada por Rusia en el Donbás. Por aquel entonces ya quería volver a Ucrania, pero dice que no pudo por razones familiares en cuyos detalles no quiere entrar.
Volobuyev era una pieza importante en la maquinaria de Gazprom, aunque no de las más prominentes; entre los escalafones más altos hay solo un par de personas que se han atrevido a romper filas.
Forzado a vender
Oleg Tinkov, un millonario que puso en pie uno de los bancos líderes en Rusia, ha sido hasta ahora la persona de la élite empresarial que más claramente se ha opuesto a la guerra en público. En uno de sus posts críticos en Instagram, escribió: “¡No veo que NADIE se beneficie de esta locura de guerra! Hay gente inocente y soldados muriendo”.
Después de sus declaraciones, le forzaron a vender sus activos a precio de ganga a un oligarca leal al Kremlin, según Tinkov. En una entrevista con el periodista ruso Yuri Dud dice estar seguro de que la élite empresarial al completo apoya sus declaraciones, pero tiene miedo de decir lo mismo públicamente. “He hablado personalmente con 12 de los 20 [empresarios] más destacados de la lista de Forbes, y todos me apoyan. Hay un consenso total”, asegura.
Dice que la mitad de aquellos con quienes ha hablado, justifican su silencio por miedo a que afecte a sus decenas de miles de empleados, si pierden el favor del Kremlin. “La otra mitad dice: ‘Haremos un comunicado y entonces perderemos nuestro negocio, como tú. Y entonces, ¿qué? ¿Qué has conseguido?’”.
Putin se ha referido a quienes se oponen a las acciones de Moscú como “escoria y traidores”, a quienes los rusos “despreciarán como a una mosca”. Con el clima actual, una oposición pública a la guerra hace peligroso volver a Rusia. Bondarev dice estar preocupado por la reacción a sus declaraciones y asegura que “aceptaría de buen grado” un ofrecimiento de asilo en Occidente. Tinkov ha contado que ha contratado guardaespaldas.
Como ciudadano ruso de origen ucraniano, Volobuyev tiene una posición algo diferente. Su llegada a Ucrania le ha proporcionado la sensación de estar al fin de vuelta en casa, dice. Pero reconoce que tiene mucho trabajo por delante para convencer a los ucranianos de que es sincero: “Siempre dije que era ucraniano, pero seguía viviendo y trabajando allí. Entiendo que tenga que mostrar arrepentimiento, y que tendré que probar durante muchos años que merezco tener permiso para vivir aquí y que pueden confiar en mí”.
Traducción de María Torrens Tillack
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