“Tenemos esperanza”: Fukushima recurre al turismo tras el accidente nuclear
Incluso ahora, casi ocho años después de que un mortífero terremoto y un tsunami desencadenaran el colapso de la central nuclear de Fukushima, es imposible evitar el legado físico de tal catástrofe. Las cubiertas de las casas sin nada dentro se encuentran en los arrozales estériles sobre los que las olas mataron a más de 18.000 personas de tres prefecturas del noreste de Japón –incluidas 1.600 en Fukushima– en la tarde del 11 de marzo de 2011.
La marca Fukushima puede que siempre quede asociada con una catástrofe nuclear, pero algunos vecinos, cabreados con los continuos rumores sobre los peligros de hacer visitas breves a la zona, recurren al turismo para mostrar al mundo que, para algunos, la vida continua en Fukushima.
A la gente del lugar no le gusta la idea de vivir en un lugar “oscuro”, dice Shuzo Sasaki, una autoridad del Gobierno que también trabaja como guía de Real Fukushima, una de las diversas organizaciones que ofrecen tours a pequeños grupos de visitantes.
“La idea de que Fukushima es un lugar peligroso es completamente errónea”, añade Sasaki, que ha guiado visitas de estudiantes del Instituto de Tecnología de Georgia y que hará lo propio con otro grupo de estudiantes de secundaria daneses al año que viene.
Los vecinos están un tanto desesperados y se enfrentan al desafío de cambiar la narrativa de Fukushima que se hizo famosa este verano con la publicación de 'Dark Tourist', una serie de Netflix presentada por el periodista neozelandés David Farrier.
En uno de los episodios, Farrier y varios turistas extranjeros aparecen con contadores Geiger mientras circulan por la zona montados en un minibús. Algunos de ellos parecen angustiados cuando las mediciones de radiación se disparan.
Cuando se les ve almorzando como a disgusto en un restaurante, Farrier especula sobre si su comida podría estar contaminada, y eso que el límite oficial de sustancias radiactivas en los alimentos de Fukushima es mucho más bajo que en la UE y EEUU.
En algunas zonas descontaminadas de Fukushima, los niveles de radiación han descendido hasta el límite marcado por el Gobierno de 0,23 microsieverts por hora o un milisievert al año, suponiendo que una persona pase ocho horas al aire y 16 horas en un interior. En comparación, la exposición media mundial de los seres humanos a la radiación oscila entre 2,4 y 3 milisierverts al año.
Karin Taira, un guía de Real Fukushima que dirige la Casa de los Faroles, una casa de huéspedes en el distrito de Odaka, afirma que el documental de Netflix exagera el riesgo que supone la radiación y pinta una imagen completamente negativa de la zona. “Da la impresión de que aquí no hay esperanza y sí que la hay”, concluye.
Pero también hay constantes recordatorios de la devastación desatada por el tsunami y el accidente nuclear.
Ciudades congeladas en el tiempo
En una colina desde la que se ve el Océano Pacífico, un monumento recuerda los nombres de las 182 personas que murieron en la ciudad e Namie. En el interior, solo un poco más allá del alcance destructivo del tsunami, las pruebas muestran un tipo de tragedia diferente. En la escuela primaria de Kumamachi, a dos kilómetros de la central destruida, las aulas parece que se han congelado en el tiempo, con libros, bolsas y otras posesiones abandonadas en el momento en el que se dio la orden de evacuación. Fuera, las malas hierbas y otras plantas se hacen con las calles donde los jabalíes y los mapaches vagan sin que ningún humano les moleste.
De los 150.000 evacuados tras el accidente nuclear, solo unos pocos han regresado a las zonas calificadas como seguras por el Gobierno. Algunos padres temen la exposición a largo plazo de sus hijos a la radiación porque en algunas zonas se ha demostrado que los niveles de radiación son más altos de lo que el Gobierno afirma. Otros se han mudado a otras zonas y no ven razón para volver a un lugar económicamente arruinado por el desastre.
Pero la apariencia de normalidad está volviendo a las ciudades y las aldeas. Antes del tsunami, la zona era conocida por sus productos agrícolas y mariscos. Después de siete años, una playa 40 kilómetros al norte volvió a reabrirse. Los agricultores vuelven a plantar arroz y otros cultivos y los pescadores han vuelto al mar. Se han construido placas solares en campos abandonados, aunque quedan eclipsados por unos 16 millones de sacos que contienen tierra vegetal radiactiva extraída de la región durante el gran esfuerzo de descontaminación.
La ciudad de Fukushima albergará partidos de béisbol y fútbol durante los Juegos Olímpicos de Tokio 2020, y la Villa J., que fue utilizada tras el accidente para albergar a trabajadores de rescate y equipos, ya ha recuperado su función original de centro de entrenamiento de fútbol.
“Que los turistas vengan y lo vean por sí mismos”
En la ciudad de Okuma, la autoridad local Shuyo Shiga y sus compañeros se preparan para la apertura el próximo mes de abril de una nueva oficina municipal, apartamentos y tiendas tras el levantamiento parcial de la orden de evacuación. También hay planes para renovar las casas japonesas tradicionales y ofertarlas por Airbnb.
En el año 2016, 52.764 personas visitaron la zona según fuentes gubernamentales, lo que supone un 92% más que el año anterior. “Los turistas se sorprenden de que haya gente viviendo aquí”.
El hotel regentado por Takahiro Kanno, en la costa de la ciudad de Minamisoma, se transformó de un alojamiento para trabajadores de centrales eléctricas y de descontaminación a un destino para turistas y grupos de escolares.
“Es complicado animar a la gente a que venga, pero los que lo hacen se sorprenden al ver que la gente que vive tan cerca de la planta lleva de nuevo una vida normal”, añade.
Nora Redmond, una turista australiana que estaba por la zona con su marido y su hija, dijo que habían conocían los riesgos de la radiación y que no les preocupaba su salud por las horas que pasaron en las zonas cercanas a la central.
“Oímos que la región estaba sufriendo despoblación, así que pensamos que era buena idea gastar algo de tiempo y dinero aquí”, comenta Redmond. “No me di cuenta de la magnitud de la devastación, de que todo el rastro de la gente había desaparecido. Vimos unas 20 casas derrumbadas mientras conducíamos. Se podían ver los hermosos interiores de madera... y eran solo escombros. Eso es lo que más me ha impresionado”.
Los vecinos de Fukushima se resisten a ser víctimas, una etiqueta que ignora los focos de actividad económica que surgen en las comunidades donde los niveles de radiación se han reducido a los objetivos establecidos por el Gobierno. En Europa, la exposición natural media oscila entre menos de 2 milisieverts al año en Reino Unido y más de 7 en Finlandia, según indica la organización pro-nuclear World Nuclear Association.
“Se necesitarán años para que este y otros vecindarios tengan el mismo aspecto que antes del desastre”, admite Kanno. “Mientras tanto, queremos que los turistas vengan y lo vean por sí mismos y aprendan cómo es la vida aquí. Pero esto es solo el principio”, concluye.