¿Por qué sube la ultraderecha en Europa mientras que la socialdemocracia se muere?
Alemania se ha mantenido durante 70 años como la única democracia europea sin un partido de derechas con peso. Nazis y neonazis lo intentaron, pero uno a uno fallaron. El país permanecía en el centro, con una tranquila alternancia de poder, e incluso compartiéndolo a veces, entre la derecha moderada de los Demócratas Cristianos (CDU) y la izquierda reformista de los Socialdemócratas (SPD).
Alemania se ha vuelto convencional. Como el resto de Europa –desde Portugal a Polonia– los alemanes viven con un partido populista de derechas. Alternativa para Alemania (AfD) ha irrumpido en el parlamento como la tercera fuerza, dos generaciones después del fin del Tercer Reich.
La analogía nazi es engañosa. Como sus equivalentes europeos, la AfD es un revoltijo ideológico, desafiando la categorización clásica de derecha o izquierda. Su rechazo contra los discursos políticamente correctos y la compasión hacia las minorías, aproximándose a un racismo hasta ahora tabú, es de derechas. El clamor por la protección de las clases sociales más bajas es de izquierdas. La ansiedad que le provoca la inmigración y la globalización, junto a hostilidad hacia Bruselas, es tanto de izquierdas como de derechas.
Los denominadores comunes son el resentimiento y la protesta. Así piensan Marine Le Pen y su Frente Nacional, Geert Wilders y su Partido por la Libertad (PVV), Ukip, Donald Trump, y por supuesto en sitios como Hungría y Polonia, donde populistas autoritarios están al frente del gobierno.
La ira vence a la agenda política. Sólo un 34% de los votantes de AfD se inclinaron por el partido por convicción. Más del doble votó por ellos por simple decepción con los partidos establecidos. La misma lógica es aplicable al resto de Europa. Esta actitud se puede resumir en una actitud de “nos sentimos traicionados y abandonados”.
Caída en picado de los partidos moderados
Pero estos sentimientos configuran una escena mucho mayor: el precipitado declive de los grandes partidos de centro-izquierda y centro-derecha que desde la Segunda Guerra Mundial hasta ahora habían gobernado en Alemania y en Europa. La CDU de Angela Merkel se llevó la peor parte. En comparación con los resultados en 2013, los conservadores alemanes han perdido 8,5 puntos. Los socialdemócratas sólo perdieron 5, pero no es un gran consuelo. Haber perdido poco no compensa la tragedia del partido de Willy Brandt y Helmut Schmidt, que llegó a obtener un 46% del voto y ahora ha bajado al 20,5%.
Los socialdemócratas están luchando contra un deterioro que viene desde de largo. Alemania tampoco está sola en esto; el declive de la socialdemocracia está presente en toda Europa.
Al antes poderoso Partido Socialista Italiano (PSI) ya poco poder le queda. En Francia, el partido Socialista llegó a ser tan fuerte como para conseguir llevar al Elíseo a François Mitterrand y a François Hollande. En la primera ronda de la carrera presidencial de este año tan sólo han conseguido un 6,4% de los votos. En Escandinavia, la izquierda moderada se ha llevado un buen traspié. Conservadores y populistas gobiernan Noruega. La centroderecha, en Suecia.
El partido Laborista de los Países Bajos (PvdA) ha caído en cinco años de un 19% a menos de un 6%. El Pasok griego ha corrido una suerte parecida. Imaginemos un mapa de Europa para entenderlo mejor. Hace 20 años, el mapa estaba cubierto casi al completo por rojo, el color asociado tradicionalmente con la socialdemocracia. Hoy, sólo quedan en rojo cinco países.
Esperanza a primera vista, desesperación de cerca
Ahora miremos todavía más allá. A primera vista, parece que el Reino Unido es una gran excepción porque el partido Laborista de Jeremy Corbyn casi echa a los conservadores en las elecciones de junio. Se puede discutir que el resultado fue más contra Theresa May que a favor del Partido Laborista.
Parece que al Partido Demócrata estadounidense le va mucho mejor, teniendo en cuenta que se llevó el voto popular en las elecciones de 2016. Ahora vamos a observar los Estados Unidos no presidenciales. Desde la primera victoria de Barack Obama, los republicanos han ganado 1.000 asientos más en las elecciones estatales, y 34 de los 50 gobernadores son republicanos. Trump, que se ha mudado a la Casa Blanca, se sentiría como en casa con Le Pen, Wilders y la AfD alemana.
En un escenario global donde antes cabalgaba a sus anchas un orgulloso socialismo internacional, ahora se extiende del Pacífico al mar Báltico un populismo internacional. ¿Qué ha pasado?
El papel que juega la economía
Históricamente, la socialdemocracia subió al poder de la mano del levantamiento de la clase trabajadora. Actualmente, la que antes fue una fuerza poderosa se está empequeñeciendo al mismo ritmo que cae la contribución al PIB del sector industrial. Esa aportación ha caído de un 35% a alrededor de un 15% a lo largo de los últimos 50 años en Occidente. Poniéndolo en términos extremos, la izquierda reformista está perdiendo su base de consumidores, y esto ha quedado plasmado en las elecciones más recientes.
También está perdiendo su único argumento de venta, la redistribución y el Estado de bienestar. Fijémonos por ejemplo en Martin Schulz, el desafortunado candidato del SPD. Su mensaje era la “justicia social”: ayudar a los pobres por medio de ayudas y de impuestos a los ricos. El problema es que los trabajadores alemanes de hoy en día son de clase media, y el primer tramo del impuesto sobre la renta empieza a partir de los 50.000 euros anuales, el suelo de un profesor de nivel superior o de un trabajador cualificado.
Esta gente no tiene muchas ganas de que suban los impuestos –no en un país en el que el gobierno se lleva casi la mitad del PIB–. La desigualdad salarial, medida por el índice Gini, es menor que en Francia, Italia o Reino Unido. El SPD tiene que encontrar otro argumento de venta. Pero por otro lado, las tradiciones del SPD lo atrapan. No pueden virar al nacionalismo de Trump, al proteccionismo o al cierre de fronteras, no cuando Alemania vive de las exportaciones más que ningún otro país occidental. Tampoco puede dejar de lado la defensa de las minorías y la igualdad de género, que forman parte de su ADN moderno. La misma suerte se puede aplicar a sus equivalentes occidentales.
Dicho esto, hay que mirar el lado positivo. La AfD se llevó el 13% del voto en las elecciones alemanas. Esto significa que un 87% está a favor de partidos democráticos. Esto es mucho más tranquilizador que los resultados electorales en Estados Unidos, Holanda o Francia, sin tan siquiera mencionar los de Polonia y Hungría.
Josef Joffe es director del semanario alemán Die Zeit.