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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

Clinton intenta enmendar las detenciones masivas de personas negras que provocó su marido

Lois Beckett / Jamiles Lartey

Uno de los primeros recuerdos de Jamira Burley es el de dos de sus hermanos adolescentes, de 14 y 15 años, enfrentándose a cargos por asesinato en un juicio. Trece de sus quince hermanos pasaron algún tiempo tras las rejas. En un solo año, uno de ellos perdió la vida a causa de la violencia con armas de fuego y su padre fue condenado por asesinato.

Cuando Jamira Burley tenía cinco años, los pies no le llegaban al suelo de la sala del juzgado. Ahora, con 27 años, Burley viajará por todo el país para hablar de crimen y castigo en nombre de Hillary Clinton, cuyo marido apoyó un plan de “mano dura contra el crimen” que afectó de manera desproporcionada a la población negra de Estados Unidos.

Tras dirigir un programa de Amnistía Internacional sobre la violencia con armas de fuego y la justicia, Burley se unió este lunes a la campaña de Clinton como directora adjunta del voto millennial.

“Soy muy consciente del daño que el sistema penal ha hecho a las comunidades de color”, dice Burley, que elogia a Clinton por ser la primera candidata en más de 15 años en traer el debate sobre la violencia con armas de fuego al escenario nacional.

“Una de las cosas que admiro de la ex secretaria de Estado Clinton es que no tiene miedo a admitir que se equivoca”, afirma. “Entiende el daño que nuestro sistema penal ha hecho al pueblo estadounidense y quiere reformalo sin perjudicar a las comunidades ni a las las próximas generaciones”. Según Burley, Clinton “está dispuesta a asumir su responsabilidad y a enmendar sus errores”.

A principios de la década de 1990, Filadelfia registró un pico en la tasa de muertes violentas con armas de fuego, así como en los delitos relacionados con la epidemia de crack que asolaba el país. Los académicos y los políticos advertían de la violencia de los jóvenes delincuentes y, a mediados de la década, algunos empezaban a predecir la llegada de los “súper-depredadores juveniles”.

Como primera dama, Hillary parecía estar de acuerdo con ese concepto en 1996. “A menudo son esos chicos llamados 'súper-depredadores', sin conciencia ni empatía. Podemos tratar de entender por qué terminaron siendo de esa manera, pero primero tenemos que hacerlos entrar en vereda”, dijo Clinton entonces.

Algunos activistas han sostenido que Clinton debe hacerse responsable del efecto que tuvo la ley anticrimen aprobada por su esposo en 1994. Entre otras cosas, impuso la aplicación draconiana de la ley, aumentando desproporcionadamente la cantidad de arrestos en las comunidades negras, en especial por delitos relacionados con drogas.

Clinton ha sido criticada ferozmente por sus declaraciones acerca de los “súper-depredadores”. A su esposo le ha resultado difícil eludir a los manifestantes que revivieron el tema a principios de este año. Según Michelle Alexander, la influyente autora del libro New Jim Crow, aquellas declaraciones formaban parte de “una retórica racialmente codificada para caracterizar a los niños negros como animales”. Alexander no cree que Clinton merezca el voto negro.

“Jamás debería haber usado esas palabras”

En febrero, cuando una activista interrumpió un acto de campaña y le preguntó a Clinton acerca de aquellas controvertidas declaraciones, la ex secretaria de Estado se disculpó: “Jamás debería haber usado esas palabras”.

Más tarde, Ashley Williams, la activista que interrumpió el acto, dijo que la disculpa no era suficiente. “Clinton tiene que hacerse cargo de su parte en el desastre político que sufrieron las comunidades negras”, escribió.

Los hermanos de Burley eran apenas unos adolescentes cuando fueron enjuiciados por asesinato. Se formularon los cargos contra los muchachos porque habían estado en un coche con las personas que cometieron el crimen y los dos se negaron a denunciarlos a la policía. Fueron juzgados y condenados por asesinato en tercer grado. Su hermana no los volvió a ver hasta que tuvieron casi 30 años. Según Burley, cuatro de sus hermanos todavía están tras las rejas.

Burley quiere recordar a los jóvenes que el apoyo a esa ley de 1994, vista ahora como un “error lamentable”, era mucho más amplio cuando se aprobó. Según ella, hasta su madre coincidía con algunos artículos de la ley, pese al dolor que le había ocasionado el sistema judicial.

Según Burley, “las leyes anticrimen de la década de los noventa recibieron el apoyo de un grupo muy variado de personas”: “Mi madre les puede contar cómo ella estaba a favor de que hubiera más policías en la calle”.

Una gran mayoría de la población negra de EE.UU. apoyó la ley anticrimen de Clinton en 1994. En gran medida, la ley logró su aprobación gracias al respaldo del Caucus Negro del Congreso, aunque no sin las fuertes críticas de miembros influyentes de la comunidad negra. En 1994, la Asociación Nacional para el Progreso de las Personas de Color (NAACP) dijo que era “un crimen contra los estadounidenses”.

Clinton se ha comprometido ahora a tomar varias medidas para “terminar con la era de los encarcelamientos masivos”: implementar una reforma federal de la sentencia mínima obligatoria, concentrar los recursos policiales en los crímenes violentos –y no en asuntos como la posesión de marihuana–, invertir miles de millones de dólares en programas de reinserción social y reformar las prácticas de disciplina escolar para terminar con el “camino inexorable escuela-cárcel”.

Clinton también ha prometido ocuparse de la violencia policial contra los negros. Ha asegurado que pedirá 1.000 millones de dólares para enseñar a los departamentos de policía a superar el sesgo racial implícito, para elaborar pautas nacionales sobre el uso de la fuerza en la Policía y para apoyar legislaciones que pongan fin al control policial con sesgo racista.

Según Burley, “que el movimiento Black Lives Matter y otros reformadores de la justicia penal la hayan presionado ayudó a Clinton a entender cómo la ven desde esos sectores”.

Burley, referente del activismo contra la violencia

Desde su temprana adolescencia, Burley ha sido defensora de la prevención de la violencia con armas de fuego. Después de que su hermano de 20 años de edad, Andre, fuera asesinado en 2005, Burley inició un programa en su escuela secundaria para enseñar a otros estudiantes a “interrumpir” la violencia y mediar entre iguales. Más tarde, el programa llegó a otras diez escuelas secundarias de la ciudad. Cuando tenía 23 años, pocos días después de convertirse en la primera de los hermanos en tener un título universitario, Burley fue contratada como directora ejecutiva de la Comisión Juvenil de Filadelfia. En 2014, la Casa Blanca la homenajeó como “Campeona del Cambio” en la prevención de la violencia con armas de fuego.

En Amnistía Internacional, Burley trató de impulsar un enfoque conjunto contra la violencia con armas de fuego, la violencia policial y la reforma penal, en lugar de verlos como problemas aislados. También trabajó para mejorar la comunicación entre los miembros de Amnistía, predominantemente blancos y de clase media, y los activistas de Black Lives Matter de todo el país.

Parte de ese trabajo fue mostrar a sus compañeros de Amnistía las consecuencias involuntarias de algunas políticas de prevención de la violencia con armas. En particular, cuando esas políticas se evalúan solamente desde la perspectiva de un blanco.

Por ejemplo, tras la masacre del club nocturno de Orlando en la que murieron 49 personas, los demócratas, entre ellos Clinton y Barack Obama, hicieron presión para aprobar una legislación que prohibiera la compra de armas a ciudadanos de Estados Unidos que estuvieran en la lista de terroristas.

Para muchos estadounidenses, parecía una medida obvia. Pero en Amnistía Internacional, Burley sacó un comunicado contra el proyecto “no fly, no buy” (no vuelas, no compras). Dijo que era una “solución falsa para los verdaderos peligros de la violencia con armas de fuego y el terrorismo”. Según Burley, el proyecto amenazaba las garantías procesales que protegen a los estadounidenses, particularmente las que protegen a minorías, dado el carácter reservado y arbitrario que por lo general tienen ese tipo de listas.

Según un estudio reciente de Harvard, Clinton lidera la intención de voto entre los estadounidenses de entre 19 y 29 años: tiene el 61% del respaldo frente a tan solo el 25% de Donald Trump. El estudio muestra a Clinton con el 76% del voto de los jóvenes negros que es probable que acudan a las urnas (Trump tiene el 5%, en ese segmento). Pero tiene dificultades para atraer el apoyo entusiasta de los jóvenes que contribuyeron a que Obama llegara a la Casa Blanca en 2008 y en 2012, en especial el apoyo de los jóvenes de color.

La semana pasada, Ieshia Evans, la joven manifestante que tuvo el enfrentamiento con la policía de Baton Rouge capturado en una impresionante fotografía, escribió en un artículo de opinión: “No me interesa lo que haga Hillary Clinton para intentar demostrar que está a favor de la gente negra. No vamos a olvidar que fue su esposo, con el apoyo ciego de una gran cantidad de gente negra, el que instauró este sistema, que ha alejado a una gran cantidad de hombres negros de sus familias y los ha dejado en la cárcel”.

“Ahora Clinton quiere desentenderse de la situación y decir: ‘Bueno, eso lo hizo mi esposo’”, agregó Evans. “Usted estaba ahí, detrás de él, animándolo”.

Pero Burley no cree que Clinton y Trump sean lo mismo. Uno de los puntos fuertes que determinó su apoyo a Hillary fue su disposición a hablar abiertamente acerca de la retórica racista. “Fue Hillary Clinton la que dijo las cosas sin rodeos y la que llamó racistas a los racistas”, dijo. “Hay demasiada gente intentando ser políticamente correcta en una época demasiado peligrosa para eso”.

Traducción de Francisco de Zárate