Maestros talibanes: cómo se infiltran los rebeldes en las escuelas afganas

Sune Engel Rasmussen

Kabul —

Cuando los maestros afganos reciben presión para que sus alumnos mediocres empiecen a sacar buenas notas, este mandato no proviene necesariamente de padres disgustados. A menudo, es una orden directa de los talibanes. En áreas del este de Afganistán, los rebeldes intimidan a los maestros para que hagan la vista gorda con los alumnos más mayores para que aprueben aunque hayan hecho malos exámenes. Así lo cuentan expertos en educación que trabajan en la región.

Aseguran también que los insurgentes presionan a los profesores para que no anoten las faltas de asistencia de aquellos estudiantes que pasan gran parte de su tiempo en la primera línea del conflicto.

No todos los profesores tienen que ser coaccionados. Algunos, porque ellos mismos quieren, son miembros activos de la organización talibana. Cambian la tiza por los kalashnikovs después de clase. El salario que reciben proviene del gobierno afgano, cuyas fuerzas armadas también combaten en el frente de batalla.

“Los talibanes están interfiriendo directamente en el sistema educativo”, cuenta un educador que ha formado a profesores en la provincia de Kunar. En las zonas en las que los talibanes tienen una fuerte influencia, asegura, los insurgentes introducen a sus propios miembros para que hagan las veces de profesores, amenazando con cerrar escuelas gubernamentales si ellos no cumplen.

Algunos de los profesores que formó eran combatientes talibanes, que se presentaron en las escuelas llevando armas. “Están en nómina del gobierno, pero por la tarde vuelven al combate para luchar contra ese gobierno”, explica el educador.

Al parecer, los talibanes no elaboran sus propios planes de estudio sino que modifican el material didáctico. En la provincia de Logar arrancaron páginas de libros que retrataban a figuras históricas desde una perspectiva con la que no estaban de acuerdo, dibujando a los líderes progresistas como héroes y a los conservadores como villanos.

Los maestros talibanes también pueden añadir algunos temas al temario, sobre todo en torno a la guerra santa, comenta un experto que trabaja en el Este. “Ellos tienen sospechas de que en las escuelas se está enseñando propaganda anti-talibana”.

¿Se puede ser profesor y rebelde talibán?

La infiltración en el sistema educativo coloca al gobierno afgano ante un dilema: cerrar las escuelas o asegurarse de que los niños reciben algún tipo de educación. El ministro afgano de Educación negó que ninguno de sus profesores en nómina fuesen miembros a la vez de las filas talibanas.

Sayed Jamal, que dirige el departamento de Educación en Kunar, explicó: “Es cosa del servicio de inteligencia hallar si algún profesor es un talibán. Hasta este momento, nadie me ha informado de que los haya”. De lo que no hay duda es de que hay muchas complicaciones en los pueblos de Kunar, y algunas se escapan del control gubernamental.

Aceptar la presencia talibana en las escuelas tiene consecuencias políticas, porque convierte a los talibanes en proveedores de un servicio que en realidad está financiado por el gobierno del país. En el distrito de Kohistanat, en el norte de la provincia de Sar-e Pul, que ha estado bajo control insurgente durante 18 meses, las autoridades talibanas dirigen el departamento de educación así como el de sanidad, el de estudios religiosos y el de seguridad.

Según los analistas de seguridad del Este, las autoridades, elegidas por la cúspide talibana de Pakistán, mantienen las escuelas abiertas pero también controlan el programa de estudios para que cumpla con sus valores. Los salarios de los profesores se recaudan mensualmente de la capital de la provincia. Y, además, los rebeldes cobran impuestos de los salarios y de las cosechas.

Como una organización que intenta mostrar que tiene capacidad para gobernar, los talibanes han colocado ministros en la sombra en áreas importantes como la educación, la salud o la religión. “Los talibanes se han reestructurado como un estado en la sombra. En ese sentido, los talibanes necesitan prestar cierto nivel de servicios en las zonas que controlan”, argumenta Timor Sharan, analista en Kabul del International Crisis Group.

Sharan cuenta que el alcance talibán en la vida cotidiana ha “aumentado muchísimo en comparación con años anteriores. Eso no significa que tengan el control pero sí que la gente tiene miedo”.

Los talibanes obtienen parte de su autoridad gracias a su papel como mediadores. En áreas rurales, la organización ha instalado tribunales móviles. Aunque la legislación talibán es más dura para las mujeres e impone castigos corporales, algunos la ven más accesible y menos corrupta que el sistema judicial gubernamental.

Sin embargo, la mayoría de los afganos respaldan a los talibanes por miedo, comenta el experto en educación. Proporcionan a los insurgentes dinero e información. “No se levantan contra los talibanes, no dicen ni mu. Y eso les da a los talibanes más espacio de influencia”, apunta. Este tipo de influencia latente añade matices a las estadísticas oficiales de la fortaleza geográfica talibán. El ejército estadounidense asegura que los talibanes solo controlan ocho de los aproximadamente 400 distritos en el país, y que tienen “influencia” en otros 25.

Algunos testigos cuestionan estas cifras para minimizar el alcance talibán. De todos modos, el mapeo de datos del control militar no detalla necesariamente el ámbito de este poder blando.

En definitiva, al parecer, los estudiantes sufren. En los distritos bajo control talibán, a las niñas rara vez ser les permite asistir a la escuela más allá de sexto grado. Los profesores cuyos méritos para obtener un empleo son básicamente su afiliación a la organización en pocas ocasiones están cualificados para enseñar, aparte de los temas islámicos.

Por otra parte, cuando se intimida a los profesores para que pongan buenas notas a sus alumnos talibanes, esto frustra a otros estudiantes, asegura el experto. “Ellos ven que a otros chicos les va bien porque sus padres tienen vínculos con los talibanes”, concluye.

Traducido por Cristina Armunia Berges