Ola de indignación: la resistencia vuelve a despertar en la era Trump
Durante 125 días del año pasado, Ashley Weitz estuvo de pie con su hijo de cuatro años en una esquina tranquila cerca de su casa en Salt Lake City durante una hora diaria para protestar contra Donald Trump.
Se trata de un acto inusual para una mujer que en gran medida había ignorado por completo lo que los medios mostraban del comportamiento sin precedentes de Trump en la casa Blanca, ocupada más bien en la tarea a tiempo completo que supone ser una madre con diversidad funcional y soltera. Pero cuando el Gobierno separó a miles de niños migrantes de sus padres en la frontera el verano pasado, en lo que era un movimiento más de represión de la inmigración, Witz estalló: se habían traspasado los límites y se sentía una persona privilegiada por sus circunstancias.
“No me había dado cuenta de lo mucho que me había estado conteniendo”, cuenta. “Ahora mismo el mundo es un caos y este ataque de indignación y de agotamiento es todo lo que podemos hacer a veces para sobrevivir a las noticias”.
Weitz se ha convertido en uno de los millones de estadounidenses que protestan contra Donald Trump o contra las políticas de su Administración, uniéndose a la llamada 'resistencia'. “Formar parte de esta protesta fue fácil de una manera que no suelen serlo otras muchas cosas ni para mí, ni para mi familia”, dijo Weitz.
Una nueva era de activismo ha renacido en EEUU dispuesta a rechazar a Trump y sus valores. El fin de semana se han cumplido dos años de su toma de posesión, tiempo en el que millones de estadounidenses se han apoyado en movimientos recientes como Black Lives Matter y Fight for 15 para movilizarse, marchar y hacer huelgas contra el presidente.
En febrero, uno de cada cinco adultos dijo que había participado en una protesta, mitin o discurso político en los dos años anteriores, según una encuesta realizada por el Washington Post y la Kaiser Family Foundation. De ese grupo, el 50% aseguró haber sido más activo que antes.
Los que habían participado en alguna forma de activismo eran más proclives a estar en contra de Trump: 70% frente al 30%, según la encuesta.
Un día después de que Trump asumiera el cargo en enero de 2017, la Marcha de las Mujeres en Washington se convirtió en una de las mayores manifestaciones de la historia del país. A esta le siguieron protestas a nivel nacional contra su veto migratorio, la Marcha por la Ciencia y la protesta de Un Día sin Inmigrantes.
La participación política alcanzó un nivel récord en las elecciones de mitad de mandato del año pasado, donde la participación electoral fue la más alta en 100 años, con un 50,3%, según Election Project.
Antes de apostarse en la esquina de su barrio, la única experiencia previa de Weitz en el mundo de las protestas fue cuando se unió a la Marcha de las Mujeres de Salt Lake City en 2017. Luego, el verano pasado, se enfadó mucho por las separaciones familiares cuando vio en Twitter algunos comentarios sobre la campaña #StandOnEveryCorner. Estas protestas comenzaron en junio de 2018 y desde entonces se han extendido por todo EEUU como una forma sencilla de que la gente “forme parte”.
Weitz, que sobrevivió a abusos infantiles y a agresiones sexuales, se sintió paralizada cuando apareció el vídeo en el que Trump se jactaba de “agarrar a las mujeres por el coño” por ser famoso. Pero lo que le dio alas para protestar fue la iniciativa de las protestas en esquinas y sus carteles: “La gente por encima de la política”, “Mantener unidas a las familias” y “#Metoo”.
Otros manifestantes se han unido a Weitz y los que pasan por delante le hablan normalmente sobre temas políticos, en su mayoría, de manera civilizada. Cuando surgen conflictos, ella también ha aprendido a defenderse por sí misma. “Fue un ejercicio de cómo podía confiar en mis propias opiniones”.
Después de las elecciones de mitad de mandato, Weitz redujo el nivel de protestas a una vez por semana. Ella y el resto de manifestantes ahora se enfrentan al frío con un calentador de propano y calcetines de lana. “Es solo una hora y envuelvo a mi hijo en 14 capas y él va y hace angelitos en la nieve e intenta que los coches piten y le saluden”.
Luchando por una comunidad
Mientras que Weitz se apoderaba de una esquina de su barrio, un movimiento ciudadano surgió en Nueva York con las huelgas de las tiendas de barrio.
En febrero de 2017, cientos de tiendas, conocidas como 'bodegas', cerraron durante un día para protestar contra el primer veto migratorio de Donald Trump, que prohibía la entrada a EEUU a personas de siete países de mayoría musulmana, incluido Yemen.
Una de las personas que ayudó a organizar la manifestación, Youssef Mubarez, cuenta que se quedó impresionado por toda la gente que había participado. “Vi gente en esta protesta que había conocido cuando era pequeño, que eran callados... Los vi sobre los hombros de otros yemeníes con megáfonos y gritando”, cuenta Mubarez. “Fue impresionante”.
Esta energía pronto se canalizó con la fundación de la Asociación de Mercantes Yemeníes Estadounidenses (Yama), un grupo de acción comunitaria en el que Youssef Mubarez trabaja ahora como director de relaciones públicas. “Poco después de la huelga, nos despertó”, cuenta Mubarez.
El grupo está enfocado en fortalecer la comunidad de empresarios yemeníes, proteger los derechos de los yemeníes y educar a su juventud sobre cómo convertirse en profesionales en Estados Unidos.
Aunque Mubarez nació en EEUU de padres que habían emigrado a este país una década antes, su familia y parientes se vieron atrapados por el veto. Él había protestado antes, uniéndose a manifestaciones en Nueva York que afectaban a la comunidad procedente de Oriente Medio, pero Trump y el veto migratorio eran algo nuevo.
Ahora, Mubarez viaja a Washington DC para participar en protestas e intenta encontrar gente que pueda ayudarles a organizarse de una forma más formal. “Es entender quiénes son las personas en el poder... asegurarse, desde lo más bajo hasta lo más alto, de que esto no vuelva a ocurrir”, cuenta.
Una vida de activismo
Tras 35 años trabajando en alfabetización y educación para adultos, los tranquilos primeros años de Joyce Hamilton como jubilado se quedaron por el camino en junio de 2017. Hamilton, un hombre de 68 años que hizo activismo medioambiental durante muchos años, viajó con algunos amigos desde su casa en Harlingen, Texas, a la cercana frontera con México para ver a las familias migrantes que buscan asilo en EEUU.
El grupo quedó alarmado por la multitud que se había agolpado fuera de los puestos fronterizos oficiales, donde el Gobierno ha estado limitando el número de personas que puede pedir asilo diariamente a través de un proceso conocido como “metering” (midiendo). Durante meses, este sistema ha dejado a multitud de personas, principalmente familias, encalladas a lo largo de los más de 3.000 kilómetros de frontera, expuestos al crimen y al mal tiempo mientras esperan para defender su solicitud como un caso humanitario.
Hamilton y siete otras mujeres se unieron para formar el colectivo Angry Tías y Abuelas of the Rio Grande Valley, un grupo de mujeres que asiste a los migrantes con comida, refugio y apoyo. La red informal de ocho miembros organizadores se ha convertido desde entonces en una comunidad.
“En varios momentos todos nosotros hemos estado a punto de dejarlo por agotamiento, pero después nos hemos dado cuenta que no podemos porque una vez que nos metemos en esto no puedes simplemente dejarlo”, cuenta Hamilton.
Traducido por Cristina Armunia y Javier Biosca