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The Guardian en español

Grecia se precipita otra vez hacia un punto de no retorno

Una protesta en Atenas contra los recortes y por los derechos laborales.

Helena Smith

Atenas —

Dimitris Costopoulos está de pie bajo el cielo azul brillante, delante del Parlamento griego, con un rosario de cuentas en la mano. Lleva puestos unos pantalones recién planchados, zapatos lustrados y una elegante chaqueta de invierno (“mi mejor ropa de domingo”). Se había levantado a las 5 de la mañana para coger el autobús que lo llevó a Atenas, a 320 kilómetros, y al enorme edificio de arenisca en la Plaza Sintagma. Luego confesará que las manifestaciones no son lo suyo.

Este granjero de 71 años no suele salir de Proastio, un pueblo en las fértiles llanuras de Tesalia. “Pero es que ahora está saliendo todo mal”, se lamenta con la voz ronca después de pasar horas gritando frases contra el gobierno.

“Antes existía un cierto orden: podías construir tu casa, dar educación a tus hijos, mimar a tus nietos. Ahora está todo carísimo y si le sumas los impuestos, no llegamos ni a sobrevivir. Una vez que he comprado combustible, fertilizantes y semillas, ya no me queda nada”.

Costopoulos es un griego común y corriente, la voz que emerge en medio de una crisis económica que no se acaba de superar. Ocho años después de su comienzo, el drama está dando señales de recrudecerse, sólo que esta vez estamos en la nueva y oscura era de la política trumpiana, en la Europa post-Brexit, con ataques terroristas y el crecimiento de la extrema derecha.

“Yo cultivo trigo”, explica Costopoulos, mostrando sus manos curtidas. “Yo no estoy en ese edificio que está detrás de mí (el Parlamento), no tomo las decisiones. La verdad es que no comprendo por qué vamos de mal en peor, por qué no pueden solucionar la situación”.

Mientras Grecia se precipita hacia otro enfrentamiento con los acreedores que la mantienen a flote, y mientras aumenta la tensión por las negociaciones de rescate, muchos se hacen las mismas preguntas.

Los inspectores de rescate han vuelto a Atenas para buscar cambios en las leyes de impuestos, pensiones y mercado de trabajo, en una señal de que el primer ministro griego, Alexis Tsipras, dará paso a la presión europea para reformas más profundas.

Su gobierno ha acordado conversaciones sobre grandes reformas económicas a cambio de avances en la próxima entrega de fondos de rescate. A cambio, Europa desliza una vuelta atrás de las medidas de austeridad, en un intento de poner fin a la disputa entre los acreedores de la UE y el Fondo Monetario Internacional sobre cómo tratar con Grecia.

Pero el anuncio ha provocado ira en Grecia, donde el principal partido de la oposición acusó al gobierno de ceder mientras la economía se debilita. “El gobierno está celebrando el regreso de estos organismos a Grecia mientras la economía se está hundiendo”, asegura el grupo de centroderecha Nueva Democracia.

La paradoja de Syriza

La épica batalla del país para evitar la bancarrota se debería haber acabado cuando Atenas recibió una ayuda de 110.000 millones de euros de la UE y el FMI en mayo de 2010, en lo que fue el mayor programa de rescate financiero de la historia mundial. Pero ya ha habido tres rescates más y ahora se discuten los términos del más reciente paquete de préstamos de emergencia por 86.000 millones de euros.

Ahora los prestamistas también discuten entre ellos y los diplomáticos ya no hablan de una lata que se ha pateado calle abajo (quitándose el problema de encima), sino de una bomba. Si no cumplen con los pagos de 7.400 millones de euros, en su mayoría al Banco Central Europeo, el próximo julio, el país entraría en suspensión de pagos.

En medio de la incertidumbre, ha vuelto la volatilidad a los mercados. Y también el miedo: se estima que los ahorradores asustados ya han retirado unos 2.200 millones de euros de los bancos desde principios de este año. Mientras Grecia vuelve a hablar de abandonar el euro, los granjeros, los sindicalistas y otros sectores enfurecidos por los devastadores efectos de la austeridad han salido una vez más a protestar.

Desde su oficina en una séptima planta de un edificio en la calle Mitropoleos, Makis Balaouras, diputado del partido Syriza, en el gobierno, tiene una vista panorámica de lo que está sucediendo en la Plaza Sintagma. Para él, las manifestaciones –que este exsindicalista llama “el movimiento”-– son algo bueno. “Ojalá la gente saliera más a las calles”, suspira. “Las protestas están en nuestro ADN político e ideológico. Son importantes y envían un mensaje”.

Ésta es la paradoja de Syriza, el partido de izquierdas que llegó al poder con la consigna de “romper” con los acuerdos de rescates tan odiados y que para muchos son la causa de la altísima tasa de paro griega, la pobreza y la emigración. Pero por el contrario, tras dos años en el gobierno, Syriza ha puesto en práctica las medidas de ajuste más rigurosas hasta la fecha, recortando salarios públicos, pensiones y servicios, acordando el mayor programa de privatizaciones de la historia de Europa y aumentando los impuestos de todo, desde coches hasta cerveza, todo esto para poder recibir los préstamos que mantienen a Grecia fuera de la suspensión de pagos y dentro del euro.

En medio de esta vorágine, la economía griega ha mejorado (Atenas logró el año pasado un notable superávit), pero la crisis social se ha intensificado.

Para hombres como Balaouras, que fue torturado por su ideología de izquierdas durante la Dictadura de los Coroneles de 1967-1974, aplicar estas políticas ha sido mortificante. Mientras el FMI y la UE discuten sobre la capacidad del país de lograr exigentes objetivos tributarios cuando se termine el rescate financiero actual en agosto del año que viene, el reclamo de otro ajuste de 3.600 millones de euros ha dejado a muchos políticos de Syriza conmocionados. Sin legislación anticipada sobre las reformas, dicen los acreedores, no pueden cerrar una revisión del cumplimiento, de la que depende la aprobación del próximo rescate.

“Teníamos un acuerdo”, insiste Balaouras, mirándose las botas con desánimo. “Nosotros cumplimos con nuestra parte, pero los prestamistas no, porque ahora piden aún más. Queremos que acabe la revisión. Queremos seguir adelante. Esta situación no le conviene a nadie. Pero para salir adelante tenemos que poder contar con el compromiso de todas las partes. Si no, no funcionará”.

Un acuerdo difícil

Con las elecciones generales en Holanda el mes próximo, y las elecciones en Francia y Alemania en mayo y septiembre, se teme que la disputa se politice cada vez más. Subrayando esos temores, la canciller alemana Angela Merkel ha intentado reducir la grieta que existe entre los prestamistas de la eurozona y el FMI por la insistencia del Fondo en que la recuperación griega depende de una reducción sustancial de su deuda de 320.000 millones de euros.

En una conversación con Christine Lagarde, directora gerente del FMI, Merkel accedió a hablar del tema en una próxima reunión. El FMI se ha negado categóricamente a firmar el rescate más reciente, con el argumento de que el nivel de endeudamiento griego no sólo es inmanejable sino que está en camino de volverse explosivo hacia 2030. Berlín, el mayor contribuyente de los 250.000 millones de euros que ha recibido Grecia hasta ahora, dice que no podría aportar más ayudas sin el apoyo del FMI.

Lo que suponen es que el primer ministro Alexis Tsipras acabará cediendo, como lo hizo cuando Grecia estuvo a punto de abandonar el euro, en el punto máximo de la crisis, durante el verano de 2015. Pero este líder de 41 años se ha desplomado en los sondeos, igual que Syriza. Esta vez sería muy difícil lograr convencer al Congreso de que apoye más medidas de ajuste, y más aún vendérselas a un pueblo extenuado por las políticas de austeridad. La decepción ha dado lugar a la muerte de la esperanza, un sentimiento reforzado por el hecho de que Chipre y otros países rescatados, por el contrario, ya no están bajo supervisión internacional.

Más antieuropeos

En su oficina en el centro de la capital, el exministro de Finanzas Evangelos Venizelos (del Pasok) reflexiona sobre la situación actual de Grecia. “Estamos en el mismo punto en que estábamos hace varios años”, bromea. “La única diferencia es que ha crecido el sentimiento antieuropeo. Lo que antes era un país muy bien predispuesto hacia Europa ha dejado de serlo cada vez más, y eso trae mucho peligro, muchos riesgos”.

Cuando los historiadores repasan estos años también ven que Grecia ha invertido muchísima energía para no avanzar casi nada.

La crisis que atravesó al país, que carcomió su estructura política y su sistema de salud, destruyendo muchas vidas, ha sido un ejercicio del absurdo. La proeza de llevar a cabo el mayor ajuste fiscal de la era moderna ha provocado una caída mayor que la de la Gran Depresión: la economía griega se contrajo más del 25% desde el inicio de la crisis.

Incluso si se lograra salir de este punto muerto y se llegara pronto a un acuerdo con los acreedores, son pocos los que creen que sería fácil llevar adelante medidas en un país con un gobierno e instituciones débiles. Casi seguro habría turbulencia política y reaparecería el fantasma del “Grexit”.

“Lo último que queremos es el Grexit, pero es posible que lleguemos a un punto de serios dilemas”, afirma Venizelos. “Cualquier acuerdo sería difícil de implementar, pero a pesar de eso, esta crisis no la causaron los acuerdos por los rescates. La crisis en Grecia apareció mucho antes”.

Como todo gobierno en medio de una crisis económica, el gobierno de Tsipras entiende perfectamente que la salvación sólo llegará cuando Grecia pueda volver a los mercados y recaudar fondos. Lo que suceda en las próximas semanas podría determinar si es posible que eso ocurra.

Mientras tanto, en la Plaza Sintagma, el granjero Costopoulos reflexiona sobre lo que vendrá. “Lo único que sé es que nos empujaron”, afirma, buscando las palabras correctas. “Nos empujaron hacia una situación explosiva, a un sitio en el que no queríamos estar”.

Traducción de Lucía Balducci

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