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The Guardian en español

La fea y prosaica vida de Charles Manson se terminó: su secta de fracasados sigue viva

Charles Manson, el 20 de agosto de 1970.

Suzanne Moore

Charles Manson está muerto al fin. No hay 'descanse en paz' para alguien como él. Durante su juicio, Manson dijo al fiscal Vincent Bugliosi que él ya estaba muerto. Antes de eso, en una de sus confusas alusiones a creerse Cristo, había dicho que llevaba muerto 2.000 años. Los terribles asesinatos que cometió en 1969 y su testimonio en la corte dejaron a Estados Unidos paralizado. El líder de la secta se había convertido al fin en protagonista de su propia película, pavoneándose y preocupándose por su minuto en el escenario. Un hombre manipulador de poca estatura y pelo largo lleno de violencia y de rabia.

El que se tome la molestia de buscar hoy en Internet podrá ver las divagaciones de Manson mencionadas en varios sitios web como citas inspiradoras adornadas con imágenes. La corte no pudo quebrarlo, pero eso fue porque él ya había sido quebrado y asesinado muchas veces muchos años antes, según dijo. Había algo de verdad en lo que decía, pero no toda la verdad. Eso nunca. Aunque sus citas tal vez no sean inspiradoras siguen siendo influyentes: el asesino como la apoteosis de la alienación, un extraño objeto de admiración.

Ahora que está muerto de verdad, y suponiendo que Manson fuera algo más que un estafador y un esquizofrénico paranoico, ¿seguirá vigente su influencia sobre nuestra cultura? Incluso su nombre se ha convertido en sinónimo de una forma de pensar extraña y malvada, con los ejemplos de Marilyn Manson y de la banda de rock Kasabian (llamada así en honor a Linda Kasabian, miembro de la secta de Manson).

En entrevistas llevadas a cabo durante sus últimos años en la cárcel, donde decía que las arañas que creó a partir del hilo de sus calcetines le habían permitido controlar el mundo, Manson aparece viejo, patético, desconcertado y con una enfermedad mental. Esto es lo que la gente debería ver. Sin embargo, cuando ocurrieron los asesinatos, cuyos detalles siguen siendo completamente estremecedores (mató a Sharon Tate, embarazada, cortándola con una X en el vientre), la sociedad aún mantenía una postura extrañamente ambivalente hacia él.

En una imagen parecida a la de Cristo, Manson apareció en la portada de la revista Rolling Stone con un titular que preguntaba si se trataba del hombre más peligroso de Estados Unidos. ¿El asesino estrella de rock? Los mitos sobre él abundaban: el de que tuvo una audición con los Monkees (dudoso); o el de que se comunicaba con sus seguidores telepáticamente desde la cárcel, porque todos se habían tallado el mismo día una esvástica en la frente. Por no hablar de esa eterna polémica según la cual él no había asesinado a nadie por sí mismo, sino que había logrado que otros lo hicieran por él.

La realidad era más prosaica y más fea. Manson llevaba toda la vida entrando y saliendo de la cárcel, donde aprendió a ser maltratado y a maltratar. Lo cierto es que pidió quedarse en la cárcel porque se sabía incapaz de vivir fuera, pero su pedido no fue atendido y se convirtió en un proxeneta y en un ladrón que vendía drogas y su psicópata versión de la familia a las chicas provincianas. Después de ser rechazado por la sociedad tradicional, también lo fue por la contracultura, y no alcanzó a abrirse camino en la escena musical.

Su furia y su sentido de omnipotencia le daban algo así como carisma. Su principal fantasía era la de una guerra racial. Manson era un perdedor que se convertiría en ganador a través de la supremacía blanca. Lo que él llamaba Helter-Skelter sería la chispa que iniciaría la guerra. Este era el razonamiento detrás de los asesinatos. Una guerra santa contra los ricos y los poderosos. En mi opinión, los aspectos raciales fueron olvidados por aquellos que buscaban entenderlo y que terminaron dándole la atención que anhelaba. Dennis Hopper fue a verlo a la cárcel y el director de cine John Waters asistió al juicio.

Los asesinatos de Manson fueron vistos como el fin de la contracultura: la paz y el amor daban paso a un brutal asesinato. Pero parte de la cultura convirtió a Manson en un ídolo extraño.

En su ensayo de 1979 The White Album (El álbum blanco), Joan Didion describe los asesinatos en la casa de Roman Polanksi de Cielo Drive. Aún no se sabía cuántas personas habían muerto y ya se hablaba de misas satánicas y de viajes de ácido que no salían bien, de capuchas y de cadenas. “Y también recuerdo esto y desearía no haberlo hecho: recuerdo que nadie se sorprendió... De golpe, los años 60 terminaron; la paranoia se cumplió”, dijo. La celebridad y la fama no servían de escudo contra las tinieblas. Didion escribió que el malestar estaba en todas partes. También recuerda cómo ayudó a Kasabian, que testificó contra el grupo de Manson, a encontrar un vestido corto de terciopelo verde para el juicio.

Esto pasó hace mucho, mucho tiempo, pero la mitología en torno a Manson y a su secta nunca desaparece del todo. Sus canciones, así como son, han sido grabadas por Guns N'Roses, Marilyn Manson, por supuesto, y GG Allin, entre otros. ¿Qué verdades dicen? Lo han entrevistado en prisión y se han hecho películas sobre él. La mayoría de los asesinos no recibe este tipo de tratamiento. Mucho menos la chusma de la supremacía blanca.

Pero su muerte llega en un momento en que sus nefastas creencias sobre una guerra racial han entrado a formar parte de la corriente dominante estadounidense. Su forma de pensar enferma se impone en los niveles más altos de la sociedad de Estados Unidos. ¿Era un hombre malvado o un enfermo mental? ¿O era en verdad el producto de un sistema que no ha cambiado en todos estos años? “Mi padre es la cárcel. Mi padre es tu sistema... solo soy lo que me hiciste. Sólo soy un reflejo de ti”, dijo ante el tribunal, unas palabras que resonaron en Estados Unidos. Y fue horrible. Murió como un viejo patético y perturbado. Un monstruo banal. Nada especial. Recuerden eso. Y a sus víctimas.

Traducido por Francisco de Zarate

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