La primera ministra nos tiene de un lado para otro. Solo por garantizar la unión del Partido Conservador está dispuesta a llevar al país al borde del abismo. Como la pareja que insinúa una cena romántica con posible pedida de mano y termina ofreciéndote pan con mantequilla, Theresa May nos regaló este jueves otro momento de anticlímax en su discurso a la nación: no hubo ni una sola mención a una posible salida del incendio en el que estamos. Se limitó a embestir contra el Parlamento al que hace menos de dos años nos obligó a votar.
Decir que la crisis nacional del Reino Unido es de manufactura conservadora es una perogrullada. Pero una que hay que decir una y otra vez dentro de un panorama de medios que juega para la derecha. Gran Bretaña ha sido derrotada por una pelea de poder del Partido Conservador que ya lleva una generación, y por los desastrosos intentos de David Cameron y su sucesora por capearla.
En los próximos días nos hablarán del laborismo y nos dirán que es su responsabilidad aceptar el acuerdo de May o condenar al Reino Unido a un Brexit sin acuerdo. No importa que sea un acuerdo calificado como terrible tanto por los partidarios de quedarse en la UE como por los del Brexit.
Los números del Parlamento no dan para un segundo referéndum (casi ningún diputado conservador apoya esa opción, lo mismo que decenas de diputados laboristas pro Brexit), pero sí hay una mayoría parlamentaria en favor de un Brexit suave, con unión aduanera permanente y una estrecha alineación con el mercado único. Y, sin embargo, la primera ministra ha descartado esa posibilidad. No porque sea mala para el país, está claro que ayudaría a la economía, a los puestos de trabajo y al proceso de paz en Irlanda del Norte. May la ha dejado fuera porque con ella corre el riesgo de una división oficial en el Partido Conservador. Todo un país y sus ciudadanos, prisioneros del drama de los tories.
Con su demagogia en los temas de inmigración y del Brexit, la prensa tory allanó el camino para el difícil momento que vive ahora Gran Bretaña. “Que se arme de valor la nueva dama de hierro”, decía el periódico The Daily Mail hace dos años. “May en la UE: consíguenos un buen acuerdo o estás acabada”, vociferaba The Times. La actual debacle no habría ocurrido nunca sin esas distorsiones y este es el momento para decirlo.
A Jeremy Corbyn, por ejemplo, lo atacaron cuando decidió abandonar las conversaciones multipartidistas de May por la presencia de Chuka Umunna, líder de facto del Grupo Independiente. Antes que un partido político, el Grupo Independiente parece una empresa privada, con esa estructura que le permite ocultar las donaciones (la transparencia es “tan de la antigua política”).
Una crítica más válida es la de cuestionar a Corbyn simplemente por presentarse a esas conversaciones. El Partido Laborista ya había sido atacado por su rechazo previo a los diálogos formales con May. En tiempos de crisis nacional, se suponía que Corbyn debía aparecer como un hombre de Estado. Pero estas negociaciones son una pérdida de tiempo, la maniobra desesperada de relaciones públicas de un gobierno convulso. Como dijo un miembro del partido galés Plaid Cymru, May no ofreció nada nuevo. Si los medios tuvieran algo de responsabilidad, en vez de denunciar a los políticos de la oposición por abandonar las reuniones, habrían criticado al Gobierno por programar encuentros inútiles sin ofrecer soluciones para la crisis.
¿Y ahora qué sigue? Presionar a May para que logre un acuerdo más suave. Es notable que Donald Tusk, presidente del Consejo Europeo, ya haya sugerido que el plan de los laboristas podría terminar con el impasse. La solución “mercado común 2.0” (seguir en la unión aduanera y en el mercado único), defendida por diputados laboristas como Lucy Powell, permitiría mantener la libertad de movimiento. El laborismo debería defender con entusiasmo el argumento en defensa de los inmigrantes, algo que, por desgracia, no ha hecho desde 2016. Pero sea cual sea el final de este episodio en la farsa del Brexit, es imposible no darse cuenta de que nos acercamos a la última temporada.
Los laboristas llevan mucho tiempo pidiendo elecciones generales. Tanto es así que algunos altos cargos del partido temieron que ese fuera su único mensaje con llegada. Lo más probable es que sea la única solución. Si May usa la amenaza de un Brexit sin acuerdo para lograr la aprobación de un paquete al que la mayoría se resiste, generará resentimiento en todas las partes, sobre todo en el partido norirlandés DUP que ahora le apoya. El precio de una prórroga larga podría ser elecciones. Y si llegamos a un Brexit sin acuerdo, la tormenta política podría significar el fin del Gobierno.
Se reían del partido laborista por hablar de elecciones generales. Pero pase lo que pase, lo más probable es que el actual Parlamento no pueda continuar. En los años setenta, los conservadores aprovecharon el malestar económico y el derrumbe del orden de posguerra para hacer que la imagen del Partido Laborista quedara vinculada al caos durante una generación.
En esta ocasión, nadie puede dudar de que los juegos de los conservadores nos han hundido a todos en el fango. Casi diez años de gobierno conservador no han traído sino caos. Antes de que termine, a Gran Bretaña aún le queda mucho recorrido para tocar fondo.
Traducido por Francisco de Zárate