Cinco meses y medio, 9.000 salidas de combate de aviones, la ayuda al régimen de Bashar El Asad, un avión de pasajeros ruso derribado sobre Egipto y el acabado romance entre el presidente turco y su homólogo ruso: así se resume la intervención de Rusia en Siria, que ha cambiado el perfil de cinco años de conflicto y la geopolítica que lo rodea.
“Considero que las misiones marcadas por el ministerio de Defensa se han cumplido en su conjunto”, afirmó con rotundidad Vladimir Putin el lunes, anunciando una retirada inminente de las tropas rusas de Siria. El objetivo impreciso de la “lucha contra el terrorismo”, que conduce a una ampliación de la actividad militar y a guerras interminables, claramente no ha sido alcanzado. Después de todo, el ISIS mantiene una fuerte presencia en la zona.
Pero si se hace efectiva, la orden evitará que la misión en Siria se convierta en un eterno proceso con cada vez más pérdidas registradas en el bando ruso. En estos momentos, los analistas han observado que gran parte del personal que operaba en el país –fuerzas especiales, un grupo de tanques y artillería pesada– ha empezado a abandonar la base de Latakia.
“El conflicto en Siria no entusiasma a los militares, que están preocupados por una ampliación de las actividades. Cuantas más fuerzas tienes sobre el terreno, más vulnerable te vuelves”, dice Mark Galeotti, profesor de Asuntos Exteriores en la Universidad de Nueva York, que se ha establecido en Moscú.
La decisión de Putin ha pillado a los analistas militares desprevenidos: si la dramática entrada de Rusia en Siria fue predecida por un discreto pero evidente despliegue logístico, nadie vio venir la retirada, ni siquiera aquellos que guardan estrechos vínculos con la jerarquía militar.
El cinismo militar de Rusia
Las repetidas ocasiones en las que el Gobierno ha negado las aventuras de las fuerzas rusas en Ucrania, y las promesas de que solo atacan a los grupos terroristas en Siria, han mermado la credibilidad del ejecutivo de Moscú. Sin mencionar su insistencia en que los ataques aéreos no han provocado víctimas civiles, a pesar de las incontables pruebas que demuestran lo contrario.
Esto ha llevado a muchos a preguntarse si la retirada es real. Putin dijo que comenzaría este martes, pero no ha establecido una fecha límite. Además, ha confirmado que la base militar de Jmeimim a las afueras de Lakatia, desde donde Rusia ejecutaba sus ataques aéreos, continuará funcionando. No se conoce aún el tamaño exacto del “pequeño contingente ruso” que permanecerá en la zona, pero en cualquier caso parece que seguirá participando en los sistemas de defensa aérea de Siria. De hecho, ahora que disponen de una infraestructura, no hay nada que les impida redistribuir sus efectivos aún más rápido que el pasado septiembre.
Pero también hay buenas razones para confiar en la declaración de intenciones de Putin. Ahora que la operación antiterrorista contra el ISIS ha fracasado, nadie que eche un vistazo rápido al mapa de bombardeos rusos podría creer que ese fuera el verdadero objetivo. Incluso la misión de apoyar a las instituciones sirias para mantener a Bachar El Asad en el Gobierno, y evitar así el vacío de poder que han vivido Libia e Irak, era secundaria, según han admitido numerosos expertos.
“Nadie quiere pactar con Rusia después de Ucrania, y el propósito de la campaña siria era forzar a Occidente a volver a negociar con Moscú”, dice Alexander Golts, analista militar independiente. “Esto ya ha ocurrido y ahora se retiran del conflicto con un registro mínimo de pérdidas. Creo que es una estrategia brillante”.
Corrección: una versión anterior del artículo decía que Rusia había tenido 9.000 aviones en Siria, en vez de decir que los aviones habían realizado 9.000 salidas de combate en el país.
Traducción de Mónica Zas