En el país con las políticas de control demográfico más famosas del mundo, han ocurrido recientemente varias cosas poco sorprendentes. En primer lugar, los datos del censo publicados en mayo mostraron que China está envejeciendo rápidamente, que su crecimiento demográfico es el más lento en décadas y que la tasa de fertilidad cayó a 1,3 hijos por mujer, un nivel aún más bajo que el de Japón, un país que ya tiene una población envejecida y en descenso.
Por descontado, esto lo sabemos desde hace muchos años. Más llamativa es la reacción de los medios a los resultados del censo. Las evidentes dificultades demográficas de China fueron narradas como si se tratara de una amenaza existencial para el futuro económico y geopolítico de la nación. Analistas de dentro y fuera de China afirmaron con pánico que el país atravesaba una “crisis demográfica”. Un miembro de alto perfil de la consultora McKinsey dijo que la solución era “dejarse la piel con las políticas de fomento a la natalidad” adoptando la estrategia del “palo y la zanahoria”. Por ejemplo, limitando el acceso a una mejor educación a las parejas con dos hijos, ideas coercitivas que demuestran un desprecio por la dignidad humana.
A fines de mayo, el Gobierno anunció que la política sería modificada para permitir a todas las parejas chinas tener tres hijos en lugar de dos. En cierto modo, esto no era sorprendente. Tras el anuncio de los resultados del censo, aumentó la especulación sobre la posible eliminación de todas las restricciones a la natalidad, ya que parecían incompatibles con la preocupación generalizada por el envejecimiento de la población y el estancamiento.
La mayoría de los analistas (entre los que me incluyo) no creen que el cambio a un límite de tres hijos vaya a tener un impacto significativo en la edad de la población china o en el tamaño de su fuerza laboral.
Las encuestas sugieren que el número de personas que desean un tercer hijo es relativamente pequeño. Al igual que en la mayoría de las sociedades del este asiático, los padres (y los futuros padres) en China están muy preocupados por el coste de la crianza (en especial de la educación extraescolar), el acceso a guarderías decentes y asequibles, el impacto en las carreras profesionales de las mujeres, entre otras inquietudes. Sin otras medidas de apoyo, como guarderías de alta calidad, es difícil pensar que esta política estimule de forma de directa un cambio visible en la tasa de fertilidad general.
Más bebés no es la solución más útil
El anuncio es solo el último en una serie de ajustes a la planificación familiar que se han producido poco a poco a lo largo de las últimas tres décadas. Por supuesto, podemos preguntarnos por qué mantiene China las restricciones. Abandonar por completo esta política sería un cambio de 180 grados y una declaración implícita sobre la eficacia y la conveniencia de la política del hijo único. En la práctica, reestructurar todo el programa de planificación familiar y redistribuir a sus responsables locales es una tarea administrativa enorme que requiere tiempo y tacto.
De todos modos, lo que resulta casi cómico es que muchos analistas afirmen que tener más bebés solucionará todos los problemas demográficos de China a corto plazo. No olvidemos que los bebés no trabajan. En el mundo de hoy, es poco probable que los recién nacidos ingresen a la población activa antes de 2040. Según proyecciones de la Academia China de Ciencias Sociales, el fondo de pensiones público será insolvente en la próxima década, por lo que puede que los bebés no sean la solución más útil.
Aumentar la edad de jubilación es una herramienta fácil de implementar —aunque impopular—, pero su impacto sería limitado. Incluso podría tener consecuencias no deseadas, como una disminución del cuidado de los niños por parte de los abuelos, lo que, irónicamente, podría ejercer una mayor presión a la baja sobre las tasas de fertilidad.
Serán necesarios más cambios exhaustivos para afrontar esta nueva realidad demográfica de baja fertilidad con una población que envejece rápido y crece lento (y que incluso podría disminuir). China deberá seguir adaptándose al cambio radical tras décadas en la era del renkou hongli, o “dividendo demográfico”, en el que la mano de obra barata era abundante y la población inactiva, tanto la más joven como la adulta, era pequeña en relación con la población activa.
Si aprovecha el potencial de una población cada vez más madura y más cualificada, China podría obtener un rencai hongli, o “dividendo de talento”, manteniendo tanto el crecimiento de la productividad como un envejecimiento sano y exitoso. También puede aprender de los errores cometidos por otros países ya envejecidos, y generar instituciones sociales y económicas cada vez más resistentes para atender a las personas mayores. En conjunto, estos cambios pueden situar a China en un camino sostenible para dar respuesta a los retos del envejecimiento de la población y, eventualmente, del descenso.
¿Por qué es importante?
En cualquier caso, esto no significa que el cambio a una política de tres hijos no sea importante. Son frecuentes los noticias de familias de clase trabajadora que no pueden pagar las multas por nacimientos en exceso ni las tasas de “manutención social”. En algunos lugares estas tasas fueron destinadas a abastecer los presupuestos de los gobiernos locales, lo que resultó en una aplicación excesiva de las mismas. Esta práctica no es exclusiva de China. Muchas familias han visto sus ingresos reducidos por tener una cantidad de hijos fuera de la norma. La nueva política de tres hijos reducirá el riesgo de sanciones arbitrarias o caprichosas, lo cual beneficiará a todos.
Cualquier modificación en las políticas demográficas del país con más habitantes del planeta es sin duda un asunto importante. Pero no debemos olvidar nunca que las poblaciones están compuestas de seres humanos. Y lo que es más importante, para las personas, la nueva política significa que tendrán mayores posibilidades al decidir cuántos hijos tener. Permitirá que miles de familias tengan tres hijos si así lo desean. Aunque estas cifras no tengan una gran repercusión en una hoja de cálculo, no hay que subestimar el impacto del cambio de política en estos hogares.
Stuart Gietel-Basten es profesor de Ciencias sociales y Políticas públicas en la Universidad de Ciencia y Tecnología de Hong Kong.
Traducción de Julián Cnochaert