El terremoto de Italia pone en evidencia la corrupción en el sector de la construcción
El balance de muertes por el terremoto que ha sacudido Amatrice y otras localidades del centro de Italia se ha elevado hasta cifras alarmantes. Pero hasta el momento parece que el número de fallecidos es considerablemente más bajo que el del terremoto de dimensiones similares que golpeó la cercana ciudad de L'Aquila en 2009 y se cobró 309 vidas.
El recuento será sin embargo mucho más alto de lo que debería ser en un país tan rico como Italia, pero mucho más bajo de lo que podría haber sido. Este terremoto de magnitud 6,2, al igual que el que devastó L'Aquila, golpeó por la noche.
Si la gente hubiera estado en el trabajo, de tiendas o en la escuela, el resultado habría sido mucho peor. Hace dos años, el presidente del Consejo Nacional de Geólogos de Italia, Vito Graziano, afirmó que, según algunas estimaciones, si el terremoto de L'Aquila se hubiera producido con los estudiantes en las aulas, “el número de víctimas habría sido miles, en lugar de cientos”.
Hablaba junto a una residencia estudiantil de L'Aquila que se derrumbó, provocando la muerte de siete jóvenes. En la reunión a la que asistió Graziano se advirtió de que el peligro de muerte por los terremotos en Italia había aumentado desde el desastre de L'Aquila.
En 2003, después del derrumbe de un colegio en Puglia, se ordenó una inspección de todos los edificios públicos situados en zonas de alto riesgo sísmico. Entre los señalados estaba esa residencia estudiantil de L'Aquila. Se diseñó un plan para hacerlo seguro con un coste de casi 1,5 millones de euros. Nunca se invirtió ese dinero, o al menos no en la reforma de esa residencia.
Sin embargo, a ese respecto, el funcionariado italiano refleja los valores de la sociedad, en particular el desprecio generalizado de los italianos hacia todo tipo de reglas, y el predominio de empleados públicos despreocupados y políticos apáticos o incluso corruptos.
El motivo por el que muchos edificios se vienen abajo en los terremotos es que se levantaron sin la licencia adecuada y sin las garantías estructurales que suelen acompañarla. Según la oficina estadística del Gobierno, la construcción ilegal en Italia llega a unos “niveles incomparables con otras economías avanzadas”.
La última estimación, de 2014, dice que el 18% de los edificios se levantan sin permiso. La cifra de ampliaciones y otras “mejoras” es sin duda mucho mayor. Se suelen hacer en esta época del año, cuando hay menos gente alrededor que pueda hacer preguntas incómodas.
En lo ideal, el primer ministro italiano, Matteo Renzi, aprovecharía este desastre para lograr un verdadero cambio con nuevas sanciones draconianas. Pero no está en posición de exponerse a la impopularidad.
En los próximos meses se enfrentará a un referéndum de reforma constitucional que puede ser tan peligroso para él como fue la votación del Brexit para David Cameron. Al anunciar que dimitirá si no gana la consulta, Renzi ha cometido una imprudencia: ha convertido el referéndum en una oportunidad para que los votantes descontentos manifiesten su protesta. Y al estar la economía italiana una vez más paralizada, la cantidad de esos votantes descontentos está creciendo.
Para el pésimo nivel del historial de Italia en la gestión de las consecuencias de los terremotos, Silvio Berlusconi, predecesor de Renzi, lo hizo bastante bien. Respondió a la catástrofe de 2009 ordenando la construcción de nuevas ciudades en miniatura, construidas para las personas sin hogar, y luego dejó al mundo estupefacto, y también a sus propios compatriotas, al trasladar la reunión del G8 de ese año, que debía acoger Italia, a L'Aquila.
Su decisión creó un plazo que había que cumplir y una justificación para reducir los trámites burocráticos. Pero algunas de las casas han demostrado ser de muy mala calidad y están ahora pasando por procedimientos legales. Solo en los últimos años han empezado las obras para reconstruir el devastado centro de la ciudad.
Renzi, otro showman nato, estará tentado de optar por un parche igualmente ostentoso que podría acabar demostrándose igual de superficial.
Traducción de Jaime Sevilla Lorenzo