A los quince minutos del primer capítulo de 'The Trade', la nueva serie documental sobre la crisis de opiáceos en Estados Unidos, aparece una mujer inyectándose heroína en una sucia habitación de hotel de Atlanta. “Odio esta mierda”, susurra mientras la droga hace su efecto.
Después, le toca a su amigo Skyler. Él se mete en el baño para drogarse. Pronto los dos están sentados en la cama: la mujer llora mientras Skyler le ofrece un cigarrillo y se sienta tranquilamente a su lado. Él no está nervioso. Queda claro que no es la primera vez que van a drogarse a un hotel.
Cada día, 91 estadounidenses mueren por una sobredosis de opiáceos. La serie documental de cinco capítulos (se ha estrena este viernes en el canal Showtime) se salta toda la explicación cronológica de cómo EEUU ha llegado a ese lugar y en su lugar muestra crudas escenas de sufrimiento humano.
En su anterior documental nominado al Óscar, Cartel Land, el director Matthew Heineman ya había usado el mismo estilo íntimo de poner caras al sufrimiento provocado por la crisis.
La cámara sigue rodando mientras la policía investiga a mujeres con niños por su conexión con el comercio de opiáceos en un hogar lleno de kilos de heroína, en un coche conducido por una madre colocada, y en la entrada de su casa cuando los servicios sociales se llevan al hijo.
Los rostros de los niños aparecen difuminados, a diferencia de los de casi todos los demás, entre los que se incluyen los de los personajes principales: los policías, los adictos y los mexicanos dedicados al cultivo de la amapola.
El acceso a las personas en la primera línea de la crisis es asombroso (y a menudo, difícil de contemplar), teniendo en cuenta las duras sanciones penales y el estigma asociado al consumo de drogas.
En una escena desgarradora, Jennifer Walton, madre de dos hijos adultos en recuperación, se enfrenta a su hijo, Skyler, y a su amigo. Los dos tienen aspecto de haber consumido drogas, algo que viola las reglas de la casa. Walton y su esposo fuerzan a la pareja a salir de la casa.
Ver la reacción de Walton, cuyos dos hijos se hicieron adictos alrededor de 2008 y 2009, es un oscuro recordatorio de que no hay protocolos claros cuando tu hijo adulto y su amigo, colocados por la droga, se quedan fuera de tu casa, gritando, aporreando la puerta y tocando el timbre. No importa cuántas veces se haya pasado antes por esa situación.
Walton dijo que ese tipo de escenas era necesario. “Es necesario que te haga sentir incómodo, es necesario que se hable de esto”, dijo al periódico The Guardian. “Creo que el anonimato hace que no salgan de la enfermedad”.
Los hijos de Walton se están recuperando de la adicción, algo que ella quiere ver reflejado con más frecuencia en los medios de comunicación.
“Ha sido como golpearse contra la pared para pasar la parte de la adicción”, dijo Walton. “Ya es hora de empezar a hablar de la recuperación y de fijarnos en los 25 millones de personas en recuperación; creo que 'The Trade' nos ha dado la oportunidad de hacer eso”.
Según Pagan Harleman, el presentador de 'The Trade', fue la colaboración de Walton y de otros familiares lo que hizo posible el documental: las personas con adicciones podían no tener teléfono ni dirección y generalmente eran difíciles de contactar. Como dijo Harleman, el hecho de que las familias “elijan compartir esto da fe de su deseo de ayudar a otros”.
Harleman ha trabajado en varios documentales galardonados. Pero conseguir que las personas afectadas hablaran con él para la filmación de 'The Trade' ha sido diferente. “Una de las cosas más difíciles que he hecho en mi vida”, dijo.
El resultado es una historia fascinante con hermosas tomas de escenas desesperadas.
Pero estar inmerso en la intimidad de estas escenas, sin un narrador ni un contexto histórico, no permite entender al sistema que ha hecho de la crisis de los opiáceos un problema fundamentalmente estadounidense: a pesar de que en EEUU vive menos del 5% de la población global, el país consume más del 80% de las píldoras opiáceas que se producen en el mundo.
La difícil situación del Estado mexicano de Guerrero, principal proveedor de heroína de EEUU, es uno de los tres hilos conductores de la serie. Pero no se hace el mismo énfasis en la industria sanitaria estadounidense que permitió a los cárteles de la droga beneficiarse de la adicción.
“El tema de los millones de dólares que está ganando alguna gente con esto es impresionante, pero era para una investigación”, dijo Harleman. “Es algo que no podíamos hacer tan bien en nuestro programa; aparece en diferentes segmentos, pero no tuvimos la oportunidad de profundizar”.
En vez de eso, el documental examina los principales cambios y medidas políticas que hubo durante el rodaje, entre julio de 2016 y noviembre de 2017. En ese período apareció el fentanilo, un opiáceo sintético, como una importante amenaza, llegó un nuevo presidente que está tratando de saber cómo responder a la crisis sanitaria y hubo congresistas que presentaron demandas contra las farmacéuticas.
“Queríamos mostrar a la gente los costes personales de todo esto y plantear las preguntas más arriesgadas que creemos necesarias sobre la epidemia de opiáceos y el tráfico de drogas en su conjunto”, dijo Harleman.
Para la familia Walton, ese coste personal está a la vista en la serie, con ella, sus hijos y su esposo luchando contra el efecto de los opiáceos sobre sus vidas. “La adicción puede destrozar tu familia”, dijo Walton. “Hay días que pienso: ¿cómo es que no lo ha hecho ya?”.
A pesar de estos retos y tras diez años de lucha por la recuperación de sus hijos, Walton mantiene la esperanza. “De verdad, de verdad quiero que la gente entienda una cosa: donde hay vida, hay esperanza”.
Traducido por Francisco de Zárate