El tiempo corre a favor de Putin y a Ucrania se le cierran las puertas del suministro de armas
Aunque mediática y políticamente esté ya fuera del foco principal en comparación con la masacre que Israel está cometiendo en Gaza, la guerra en Ucrania continúa cuando están a punto de cumplirse dos años desde el inicio de la invasión rusa y sin que sea posible atisbar un final a la vuelta de la esquina. A grandes rasgos, la situación actual determina lo siguiente:
1.– Aunque en términos generales se confirma que el conflicto está estancado, la realidad sobre el terreno muestra una incesante dinámica violenta. Por un lado, Ucrania mantiene su capacidad para golpear a las tropas invasoras a lo largo de todo el frente, con resultados tan llamativos como el reciente derribo de aviones de combate o la práctica destrucción de un buque de desembarco anfibio.
También ha aumentado el ritmo y profundidad de los golpes en pleno territorio ruso y ha forzado a la flota del mar Negro a abandonar en gran medida las instalaciones de Sebastopol, lo que sin duda hace aún más difícil para Moscú el control del tráfico marítimo desde puertos ucranianos y más lejana la posibilidad de hacerse con Odesa.
Por otro lado, Rusia mantiene básicamente sus tres líneas de defensa a lo largo del territorio anexionado (en torno a un 18% de Ucrania), “libera” alguna ciudad como Márinka (Donetsk) y ahora, con renovada ayuda norcoreana e iraní, se permite incrementar los bombardeos contra buen número de localidades.
2.– En todo caso, ninguno de ellos está en condiciones de lograr la victoria, si por eso se entiende la expulsión total de los invasores del territorio ucraniano o la subordinación de Kiev al dictado de Moscú. A estas alturas está claro que la contraofensiva ucraniana iniciada el pasado junio no ha logrado (ni va a lograr con los medios actuales) romper el corredor terrestre que le sirve a Rusia para alimentar a Crimea. Pero tampoco Rusia está en condiciones de dar un golpe definitivo que le lleve a imponer su dictado, a pesar de contar con unos 400.000 efectivos desplegados en el teatro de operaciones.
3.– Si a corto plazo no cambia significativamente la relación de fuerzas (y nada indica que algo así vaya a suceder), el conflicto parece dirigirse hacia una cronificación en la que el tiempo corre en beneficio de Moscú. Así se deduce tanto de la superioridad rusa en términos demográficos (145 millones de habitantes frente a los apenas 45 de Ucrania y una capacidad de movilización –aunque sea forzosa– mayor), como de su mayor capacidad industrial y económica (el PIB ruso es casi 14 veces mayor que el ucraniano y ni siquiera las sanciones han impedido que la economía rusa haya crecido en torno al 3% este pasado año). Incluso en el ámbito político cabe concluir que Putin tiene un mayor margen de maniobra que Zelenski para imponer las medidas que estime oportuno.
Desde la perspectiva ucraniana, cualquier intento por cambiar drásticamente ese previsible guion favorable a Rusia pasa necesariamente tanto por la vía interna como por la externa. En el plano interno, las prioridades fundamentales, mientras se retrasa la fecha de las elecciones presidenciales, apuntan en dos direcciones: la primera se centra en lograr un volumen de movilización de personal adecuado para reemplazar a las unidades que se han desgastado en el prolongado combate y para crear otras nuevas con las que poder plantearse futuras ofensivas. A eso responde el proyecto legislativo que rebaja la edad de movilización de los 27 a los 25 años y los intentos por mejorar la gestión de las oficinas de reclutamiento (frecuentemente criticadas por casos de corrupción y favoritismos indeseables). La segunda pretende mejorar sustancialmente la capacidad industrial nacional no sólo para atender las necesidades de una población y un tejido productivo seriamente dañados, sino para fabricar el equipo, material y armamento que le permita soñar con la victoria, rebajando en lo posible la actual dependencia de los suministradores extranjeros.
Si ese doble esfuerzo interno ya es exigente, todavía lo es más el que deriva de la vertiente exterior. Es un hecho que Ucrania no habría sido capaz de llegar ni siquiera hasta aquí si no hubiera sido por el apoyo económico, político y militar recibido por sus aliados, encabezados por Estados Unidos. Pero eso no elimina las dudas sobre el verdadero objetivo de la ayuda prestada: ¿busca la victoria sobre Rusia o se limita a empantanar a Moscú, a costa de la vida de miles de ucranianos, con la intención de debilitarlo como potencial rival estratégico? De manera recurrente, y cada vez con mayor énfasis, Washington (y otros a su rebufo) sostienen que incrementar la ayuda con material más avanzado podría provocar una escalada que incluso podría desencadenar ataques rusos contra algún país de la OTAN o el uso de armas nucleares. Escudados en ese argumento, se resisten a entregar el material que Kiev demanda o a retrasar su suministro, lo que, en definitiva, da alas a las pretensiones bélicas de Rusia.
Así, mientras que hace un año registraba un consumo diario de munición artillera de entre 5.000 y 7.000 proyectiles al día, hoy ha tenido que reducir esa cifra y algunas estimaciones calculan que apenas supera los 2.000. Rusia, por su parte, ha pasado de los 5.000 en verano de 2023 a los 10.000 en la actualidad.
Del mismo modo, mientras que Rusia ya está empleando los misiles KN23 norcoreanos, Ucrania apenas ha recibido una veintena de ATACMS estadounidenses recientemente y desde el pasado 30 de octubre no ha vuelto a disparar ninguno. Todo ello, mientras Alemania se resiste a entregarle los misiles Taurus, los F-16 todavía no han llegado a sus manos y Estados Unidos está a punto de dar de baja algo más de 1.100 misiles M39 ATACMS que bien podrían haber sido entregados a Kiev para contrarrestar la ventaja rusa.
El temor a la escalada, en definitiva, más parece un trampantojo al que recurre Washington y otros aliados occidentales, tratando de esconder su falta de voluntad para poner realmente a prueba a Putin.
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