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ANÁLISIS

Hacia un nuevo orden regional impuesto por la fuerza por Israel

El primer ministro israelí Benjamín Netanyahu, en la Asamblea General de las Naciones Unidas, el pasado 27 de septiembre de 2024 en Nueva York.

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Un año después de los ataques de Hamás y la Yihad Islámica Palestina ninguno de los actores implicados en la barbarie que reina hoy en Palestina y su vecindad está en condiciones de cantar victoria. Y tampoco el futuro inmediato augura mejores tiempos.

Así ocurre, desde luego, con los perpetradores del golpe más brutal que ha sufrido Israel en lo que va de siglo. Debilitados hasta el extremo, como consecuencia del violento castigo al que están siendo sometidos por las Fuerzas de Defensa Israelíes (IDF, por sus siglas en inglés) en el marco de la operación Espadas de Hierro, sus combatientes apenas logran hacerse ya visibles en un entorno de destrucción tanto de vidas humanas como de infraestructuras físicas que han dejado completamente rota a la Franja de Gaza y a Cisjordania igualmente sumida en el caos. Su apuesta belicista no les ha servido para deshacerse de Benjamín Netanyahu, para poner fin a la ocupación israelí o, al menos, para infligir un duro golpe a las IDF. Peor aún, su resistencia armada al ocupante se ha traducido en un extraordinario sufrimiento para los 2,3 millones de gazatíes que ya malvivían en una Franja que la propia ONU había calificado previamente como invivible.

Lo mismo cabe decir de Hizbulá, en la medida en que su implicación en defensa de la causa palestina —argumentando que sus ataques a Israel solo buscan que las FDI detengan su operación en Gaza— no ha obtenido resultado positivo alguno. Por el contrario, ha propiciado que finalmente Tel Aviv se haya decidido a ir más allá de los recurrentes ciberasesinatos, ataques aéreos y artilleros contra territorio libanés, lanzando una invasión terrestre de alcance incierto, que deja claro tanto la inoperatividad de las fuerzas armadas libanesas para defender su territorio como el sufrimiento de una población civil atrapada nuevamente en una dinámica de violencia generalizada. Por el camino, la milicia chií ha quedado descabezada y muy debilitada en sus capacidades para hacer frente a unas IDF que ahora parecen decididas a “limpiar” la zona sur del país, al menos hasta el río Litani.

Tampoco Netanyahu y el grupo de iluminados que lo aplauden y presionan para aprovechar la ventana de oportunidad que creen ver ante sus ojos, con el objetivo de lograr definitivamente el dominio territorial de toda la Palestina histórica, pueden vanagloriarse de sus logros. No solo actúan en contra de los intereses de Israel, deteriorando su imagen internacional, sino que están muy lejos de poder aniquilar por completo a ninguno de sus enemigos. Su decisión de abrir simultáneamente tantos frentes solo se explica por la huida hacia adelante en la que está enfrascado un Netanyahu que considera que la mejor manera de blindarse frente a la acción de la justicia contra él es prolongar y ampliar el conflicto con sus vecinos, confiando en que así podrá recuperar su imagen de hombre fuerte y mantenerse en el poder por tiempo indefinido. Para ello no ha tenido reparo alguno en violar abiertamente el derecho internacional, calculando (con razón) que nadie está dispuesto a frenar su deriva asesina.

La decisión de Israel de abrir simultáneamente tantos frentes solo se explica por la huida hacia adelante en la que está enfrascado un Netanyahu

Malparada queda también la comunidad internacional, limitada a una paródica letanía de lamentos y condenas discursivas que hace aún más visible la generalizada falta de voluntad para pasar a los hechos (sanciones a Israel). La impotencia de la ONU, el indisimulado respaldo estadounidense a Tel Aviv (acompañado de la pérdida de capacidad real para domeñar a su aliado), la fragmentación de la Unión Europea y la inoperancia de los gobiernos árabes se conjugan en una farsa que deja desamparados a los palestinos, al tiempo que asistimos al colapso del orden internacional basado en normas con la aplicación de una doble vara de medir que solo puede traer peores noticias.

A la espera de ver cuál es la próxima acción bélica de Israel contra Irán, va tomando peso la idea de que Netanyahu y los suyos no están respondiendo realmente a nada ni a nadie, sino dando nuevos pasos en su plan de crear un nuevo orden regional. Un nuevo orden impuesto por la fuerza que, en primer lugar, les asegure el dominio completo de Palestina, haciendo radicalmente imposible la existencia de un Estado palestino. En esa misma línea, aunque Hizbulá hará todo lo posible para entorpecer el avance israelí, no parece que esté en condiciones de subir la apuesta ante un enemigo que no solamente se siente abrumadoramente superior, sino que cuenta con el permiso de Washington para llegar hasta donde decida unilateralmente (lo que lleva a no descartar una futura ocupación en Líbano).

En cuanto a Irán, ya ha dado muestras sobradas de que tampoco desea una escalada, activando hasta el último aliento a todos los peones regionales que ha ido creando. Cabe suponer que procurará sostener el pulso a un nivel que le permita mantener la cara ante sus socios, pero sin suicidarse en un choque frontal a tumba abierta con un Israel que ya dispone de medios aéreos para poder llevar a cabo una campaña sostenida en el tiempo contra sus instalaciones nucleares y sus infraestructuras petrolíferas.

Por eso, mientras cabe dar por hecho que se mantendrá el mismo tono falsamente compungido de buena parte de los gobiernos occidentales y árabes, todo queda en manos de lo que decida Netanyahu. Puede limitarse, como ya hizo en abril, a responder a Irán de forma comedida, tratando de enfriar momentáneamente la tensión, mientras continúa su ofensiva en Gaza, Cisjordania y Líbano, sin olvidar los golpes contra Siria y la milicia yemení de Ansar Allah. Pero también puede forzar el ritmo, calculando con que cuenta con una ocasión excepcional (al menos hasta las próximas elecciones estadounidenses) para golpear duramente al régimen iraní y a todos sus peones. Aunque no logre eliminarlos de raíz, puede soñar con debilitarlos hasta tal nivel que ninguno de ellos le pueda ofrecer oposición durante varios años. Si algo así ocurre, más que hacia un nuevo orden parece que la región, con el decidido impulso extremista que define al actual gobierno israelí, se dirige hacia un nuevo caos.

 *Jesús A. Núñez Villaverde es Codirector del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria (IECAH)

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