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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

ANÁLISIS

Trump y Netanyahu, una historia de amor

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Trump tiene muchas fotos con Netanyahu, pero la que va a hacerse ahora es más especial que ninguna. A dos meses de las elecciones presidenciales en EEUU, por fin podrá posar sonriente entre el primer ministro israelí y un líder árabe y presumir de sus logros en el camino a la paz en Oriente Próximo. Al margen de los efectos que pueda tener el acuerdo, este supone una ayuda electoral. Trump y Bibi Netanyahu saben mucho de eso.

En el acuerdo, bautizado en broma por el propio presidente como ‘Acuerdo Donald J. Trump’, Israel y los Emiratos Árabes Unidos (EAU) se comprometen a establecer relaciones bilaterales. A cambio, el gobierno de Netanyahu “suspende temporalmente” su decisión unilateral de anexionarse un tercio de los territorios palestinos de Cisjordania. Dicho de otro modo: Israel se compromete a no hacer (por ahora) lo que había dicho que iba a hacer y a cambio recibe un premio de un enorme simbolismo. EAU será el tercer país árabe en tener relaciones diplomáticas plenas con Israel.

Este nuevo regalo llega en un momento de debilidad para Netanyahu, que encabeza un Gobierno de coalición con una mayoría precaria a la vez que está siendo juzgado por corrupción. Y, además, le sale barato: no ha tenido que hacer ninguna concesión más allá de esa “suspensión” que no significa nada porque la situación en los territorios palestinos y en los asentamientos israelíes no cambiará en absoluto. Ha recibido alguna crítica de los colonos más extremistas, pero la anexión solo era la principal prioridad de un 4% de los votantes. Parece un precio muy pequeño a cambio de lograr un indudable éxito diplomático que Israel perseguía desde hace décadas.

Trump sale ganando, Netanyahu sale ganando y también los Emiratos Árabes Unidos salen ganando, porque podrán presumir de haber “evitado” la anexión israelí de buena parte de Cisjordania y limitan así el daño de hacer oficial lo que todo el mundo ya sabía: que tienen una buena relación con Israel. En realidad, solo pierden los palestinos, que vuelven a comprobar que ya no tienen el poder que tenían para condicionar las relaciones de sus aliados árabes con sus enemigos israelíes. El tándem electoral Trump-Netanyahu les ha vuelto a pasar por encima.

Trump y Netanyahu, de elección a elección

El primer ministro Netanyahu tenía una relación tan mala con Obama que probablemente estaba contando los días para su salida de la Casa Blanca. En 2012 había cubierto de alabanzas a su rival republicano Mitt Romney y se había reunido con él durante la campaña, pero en las siguientes presidenciales fue escrupulosamente neutral en la batalla entre Hillary Clinton y Donald Trump. Tal vez fue porque no sabía lo bien que iba a irle con éste una vez que llegara a la presidencia.

Primero decidió, a cambio de nada, trasladar la embajada estadounidense de Tel Aviv a Jerusalén, reconociendo la soberanía israelí sobre la ciudad santa que los palestinos también consideran su capital. Luego castigó económicamente a la Autoridad Nacional Palestina, cortándole las ayudas y cerrando su “embajada” en Washington. Todo esto hizo que Netanyahu empezará a presumir de su estrecha relación con Trump como argumento electoral y que el presidente de EEUU tomara varias decisiones más con un extraordinario sentido de la oportunidad.

Desde principios de 2019, Netanyahu ha convocado tres elecciones generales. En las primeras su partido contrató dos enormes vallas publicitarias en Tel Aviv y Jerusalén en las que se le veía estrechando la mano de Trump, una imagen que el propio presidente compartió en redes sociales y que obligó al gobierno de EEUU a aclarar que no apoyaba oficialmente a nadie. Apenas un mes antes de la votación, la fiscalía anunció su intención de procesar al primer ministro por varios delitos de corrupción, pero su amigo el presidente le envió un regalo inesperado solo unos días después: Trump reconoció la soberanía israelí sobre los Altos del Golán, un territorio que el ejército hebreo arrebató a Siria en 1967 y cuya ocupación jamás había sido aceptada internacionalmente.

Como los resultados no permitieron a Netanyahu formar gobierno, se convocaron otros comicios para unos meses después. Durante esa campaña, el primer ministro israelí anunció (y Trump confirmó) que había negociaciones en marcha para un tratado de defensa mutua entre EEUU e Israel. Sin embargo, volvió a fracasar en su intento de formar gobierno y se convocaron las terceras elecciones en menos de un año. Para esa cita clave, Trump sacó toda su artillería en defensa de Netanyahu.

Un mes antes de la elección, con el primer ministro israelí a su lado en la Casa Blanca, Trump presentó un “Plan de Paz” que los palestinos ya habían rechazado y que ya de partida concedía a Israel casi todo lo que buscaba. Fue una cita solemne con todo el boato, porque el objetivo tenía poco que ver con darle solución a un conflicto centenario y mucho con la política. La verdadera meta era fortalecer la imagen de Netanyahu en su país como el influyente líder al que el presidente de EEUU escucha. A la tercera, consiguió formar gobierno.

Ahora es Trump el que aprovecha la oportunidad de quedar como un gran estadista a dos meses de las elecciones. El votante estadounidense no está muy atento a la política exterior, pero este show le da argumentos frente a un candidato con una enorme experiencia en política exterior como Joe Biden. En cuanto a Netanyahu, no solo le devuelve un favor a Trump, sino que sale genuinamente beneficiado de un acuerdo que, una vez más, no le ha costado ninguna concesión importante.

Su propio partido lo ha explicado bien: “La izquierda siempre ha dicho que era imposible la paz con los países árabes si no había paz con los palestinos, que no había otro camino salvo retirarse a las fronteras de 1967, evacuar los asentamientos, dividir Jerusalén y crear un estado palestino. Por primera vez en la historia el primer ministro Netanyahu ha roto con el paradigma de ”paz a cambio de territorios“ y ha conseguido ”paz a cambio de paz“. Llevan algo de razón.