Trump firma un decreto para frenar el poder de Twitter después de que la plataforma desmontara sus bulos
Como casi todas las historias de amor, empezó con la novedad (“Adoro Twitter, es como tener tu propio periódico”), siguió con la pasión (“no sería presidente si no fuera por Twitter”), pero al tiempo empezaron los reproches (“Twitter no me trata bien”) y ahora ha llegado la gota que colma el vaso. Donald Trump está muy enfadado porque Twitter le ha llamado mentiroso. Han roto.
Por supuesto, una compañía que factura 3.000 millones de euros al año no te llama mentiroso así directamente, sobre todo si eres el presidente de EEUU. Lo que hace es coger uno de tus tuits en los que dices que el voto por correo es básicamente fraude electoral y pone debajo una pequeña advertencia, breve, aséptica, doblemente humillante: “conoce la verdad sobre el voto por correo”, un enlace que te lleva a una página donde te explican que Trump miente como un bellaco. Ese pequeño texto azul es la letra escarlata de las redes sociales.
El presidente está que trina. En las horas siguientes al sopapo ha acusado a Twitter (en Twitter) de “reprimir la libertad de expresión” e “interferir” en las próximas elecciones. También ha anunciado que “no consentirá que eso pase” y que los republicanos “regularán fuertemente o cerrarán” las redes sociales para evitarlo. No está muy claro cómo cuadra eso con la primera enmienda de la constitución de EEUU que prohíbe específicamente al Gobierno “restringir la libertad de expresión o de prensa”. En contra de sus posiciones habituales, los republicanos han encontrado una industria que quieren regular.
“Hoy va a ser un gran día para las redes sociales y la justicia”, anunciaba (en Twitter) Trump este jueves a modo de amenaza. El Gobierno ha respondido a las acciones de Twitter preparando una 'orden ejecutiva' (un tipo de decreto gubernamental) para recortar las protecciones legales a las redes sociales respecto a lo que suben sus usuarios, según han informado a The New York Times fuentes del Ejecutivo.
En concreto el decreto de Trump apunta a la llamada Communications Decency Act y a su sección 230. Un breve artículo de 26 palabras que, según expertos legales citados por la CNN son “las 26 palabras que crearon Internet”. Ese texto viene a decir que los intermediarios online que albergan o republican opiniones ajenas (como es el caso de Twitter) están protegidos frente a leyes que podrían hacerlos responsables de lo dicho por terceros.
Trump está dolido porque Twitter ha sido su gran arma política. Con sus 80 millones de seguidores, el presidente es desde hace años un absoluto maestro del género tuitero: sus mensajes breves, escandalosos y contundentes son perfectos para una red social donde triunfan la indignación y la novedad. Cuando era candidato se comprometió a dejar de tuitear si ganaba las elecciones porque “no era presidencial”, pero él mismo ha explicado después por qué no lo hace: dice que sus tuits son un canal directo para comunicarse con los votantes, sin el molesto filtro del periodismo y su manía de explicar si lo que está diciendo es cierto. Lo que el presidente denomina fake news.
Personajes como Trump son la prueba definitiva para compañías como Twitter. Cualquier usuario que difundiera tanta desinformación, bulos, amenazas e insultos como el presidente de EEUU habría visto ya su cuenta suspendida, pero el problema es precisamente que se trata del presidente de EEUU: la red social cree que no puede silenciar por completo a los presidentes, aunque sí añadir advertencias o incluso borrar algún contenido cuando se trate de algo verdaderamente importante. Lo hace si un tuit fomenta el suicidio, si constituye un peligro para la salud como los tuits de Bolsonaro sobre el coronavirus, o si ponen el peligro la integridad de una elección democrática, como sería el caso de Trump.
Varios políticos conservadores en EEUU hace años que se quejan de que las redes sociales “silencian” sus opiniones, lo que suele querer decir que les aplican las mismas condiciones de servicio que a cualquiera. Figuras muy relevantes han sido expulsadas temporal o definitivamente de esas plataformas después de promover bulos como que el Gobierno de EEUU había organizado el 11-S o que los niños muertos en tiroteos escolares son maniquíes. Twitter o YouTube han tomado esas medidas, pero por ejemplo Facebook, la gran plataforma desde la que se lanzó la desinformación en las últimas elecciones presidenciales, ha dicho directamente que los políticos están excluidos de ciertos controles que sí aplica al resto de usuarios.
Trump está en Twitter desde hace 11 años y no es su primer conflicto con la compañía: a lo largo de este tiempo ha denunciado problemas de seguridad, les ha acusado de quitarle seguidores y tampoco entiende cómo pueden tratarle tan mal, siendo él “lo mejor que le ha pasado a Twitter”. Es cierto que ya han tenido reconciliaciones en el pasado y que el fundador y CEO de la plataforma estuvo de charla con él en la Casa Blanca hace poco más de un año. Veremos si su amor sobrevive a esta última prueba.
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