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ANÁLISIS

¿Puede Ucrania ganar la guerra?

El presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, durante la ceremonia de apertura del 75º festival internacional de cine de Cannes, 17 de mayo.
19 de mayo de 2022 22:12 h

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Si el pasado 24 de febrero algunos creían que la invasión de Ucrania iba a ser un paseo militar para las tropas rusas, hoy hay quienes ya plantean que Rusia ha perdido la guerra y que Ucrania tiene la victoria al alcance de su mano. La tozuda realidad, mientras tanto, muestra que, prácticamente tres meses después del inicio de la invasión decidida por el presidente ruso, Vladímir Putin, hay señales claras que niegan la primera imagen pero que tampoco confirman la segunda. Todo ello mientras el jefe de la delegación negociadora ucraniana acaba de confirmar que las negociaciones con Moscú están “en pausa”.

Por lo que respecta a Ucrania, no cabe duda de que su rendimiento en el campo de batalla está siendo extraordinario. En 2014 no logró evitar la anexión rusa de Crimea y en los siguientes ocho años no fue capaz de recuperar el territorio de la parte del Donbás que las milicias prorrusas, con claro apoyo de Moscú, controlaban hasta el inicio de la invasión. Sin embargo, ahora no solo ha sido capaz de desbaratar el plan inicial ruso, defendiendo la capital del asalto que pretendía eliminar al presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, sino también infligirle unas pérdidas humanas y materiales que algunas fuentes estiman en un tercio de las desplegadas inicialmente.

Para llegar hasta ahí Kiev ha tenido que movilizar a todas sus fuerzas armadas, incluyendo la Guardia Nacional y la Legión Internacional, hasta sumar algo más de 200.000 efectivos. Pero más allá de su alta moral de combate, sabiendo que se juegan su propia existencia como Estado soberano, la situación actual solo puede entenderse si se tiene en cuenta el considerable apoyo externo que viene recibiendo desde hace tiempo. Un apoyo en armas y material de defensa, en una secuencia que ha pasado de material ligero, en las primeras semanas, a sistemas complejos, como helicópteros, blindados, misiles contracarro y antiaéreos y artillería de diferentes calibres. Y, tanto o más importante, en asesoramiento e instrucción de los militares ucranianos por parte de expertos, sobre todo estadounidenses, sin olvidar el vital aporte de inteligencia sobre los planes y movimientos rusos, así como la protección proporcionada en el campo cibernético y en el de la guerra electrónica.

Sin esas ayudas muy difícilmente habría podido Ucrania llevar a cabo acciones tan meritorias como el hundimiento de Moskva, el buque insignia de la flota rusa en el mar Negro, la defensa de Kiev e incluso la realización de contraataques tan exitosos como el realizado en la zona de Járkov, obligando a las tropas rusas a retroceder hasta su propia frontera.

Por su parte, Rusia, con unos 190.000 efectivos en presencia, se ha visto forzada a rebajar el nivel de ambición de su “operación militar especial”, sin que en la actualidad parezca en condiciones de dar una vuelta sustancial a una dinámica que deja al descubierto las debilidades de una maquinaria bélica que hace apenas tres meses parecía invencible. Abandonada forzosamente la idea de deponer a Zelenski, Moscú decidió concentrar su esfuerzo principal en una ofensiva general en la zona del Donbás, acompañada de acciones concretas artilleras y aéreas en otras provincias que buscaban fijar a las unidades ucranianas para que no pudieran sumarse al esfuerzo defensivo para evitar que finalmente Rusia lograra sumar esa región a su control de Crimea. A pesar de sus reiterados fracasos- tan sonoros como los registrados en el intento de cruzar el río Donets o en el ataque a Járkov-, no cabe olvidar que controla el óblast de Jérson prácticamente desde el inicio de la invasión y que, muy lentamente, va ampliando su avance en diferentes zonas del disputado Donbás.

Punto culminante

En todo caso, aunque finalmente Rusia haya podido doblegar la resistencia de la acería de Azovstal- un objetivo simbólico sin relevancia militar- es evidente que, con los medios actualmente empeñados en Ucrania, es militarmente imposible que logre imponer su dictado. Igualmente, está fuera del alcance de las fuerzas ucranianas lograr la victoria, si por ello se entiende expulsar a Rusia de todo su territorio, lo que incluye Crimea, Jérson, buena parte del Donbás y hasta la salida al mar de Azov y al mar Negro.

Dicho de otro modo, Rusia está llegando al punto culminante de su ataque, lo que significa que en muy pocas semanas se encontrará empantanada en una guerra de desgaste que solo le proporcionará malas noticias. Sus únicas salidas pasan por una escalada total -movilización general de su población y/o uso de armas de destrucción masiva- o un regreso a la mesa de negociaciones, buscando retener Crimea y un corredor terrestre a través del Donbás hasta Rusia. Para Ucrania la situación es tanto o más agobiante, puesto que su inferioridad de medios humanos y materiales no le permite subir la apuesta militar, quedando a expensas de unos apoyos externos que ya han indicado que no van a emplear a sus propios soldados en defensa de Kiev y que, en el mejor de los casos, solo le permitirían mantener el pulso hasta que Putin decidiera poner fin a su aventurerismo militarista.

No hay, en definitiva, victoria a la vista para ninguno de ellos, sino, desgraciadamente, ahondamiento en una tragedia humana sin final a la vista.

Jesús A. Nuñez es codirector del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria (IECAH).

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