Han pasado ya más de 10 años desde que Jake Gyllenhaal se sentó en la platea de los Oscar como nominado. Fue por Brokeback Mountain, la película con la que el mundo lo descubrió. En 2017, este californiano de 36 años llama con fuerza a las puertas de la Academia de Hollywood con Stronger, la historia real de una de las víctimas de los Atentados de la Maratón de Boston en 2013. A las ordenes de David Gordon Green -Prince Avalanche o Joe-, el intérprete se mete en la piel de Jeff Bauman, un chico de 28 años que perdió las dos piernas en el ataque... mientras esperaba a que su novia, que corría la maratón, llegara a la línea de meta.
La traslación al cine de la autobiografía de Bauman -Stronger, un juego de palabras que procede del lema que se impuso en la ciudad tras los atentados, Boston Strong- nos muestra un trabajo de Gyllenhaal delicado y preciso, con el que demuestra todas esas cualidades actorales que suelen reportar una nominación al Oscar. Hablamos de un personaje con una dificultad física importante, en un contexto de superación, enmarcado en una gran historia americana. El protagonista de Okja o Animales nocturnos sirve con efectividad al espectador las dosis necesarias de sentimentalismo y humor -el Bauman de la película es un patán- que la historia necesita.
Quizá el principal problema de Stronger sea la propia historia, a veces forzadamente lacrimógena; o el universo de personajes que orbitan en torno a Bauman. Con la excepción de la novia construida por Tatiana Maslany, que se nos aparece como una sutil Marion Cotillard americana en una versión especular de De óxido y hueso, toda la familia del protagonista resulta forzadamente caricaturesca. Incluida la madre alcohólica y obsesionada con que su hijo aparezca en el programa de Oprah Winfrey a la que da vida Miranda Richardson. El drama funcionará en taquilla, pero de cara a los Oscar... su única apuesta seria es su actor protagonista.