“Siempre había sentido una gran curiosidad, una especie de necesidad, pero el trabajo siempre me había impedido dar el paso. Cuando hace tres años empecé a trabajar como profesor y tuve los veranos libres, supe que tenía que hacerlo”. Así relata Sergio Somalo el momento en el que tomó una decisión que le cambiaría la vida: convertirse en cooperante.
Es profesor de matemáticas e informática en Maristas y, desde hace un par de años, miembro activo de la ONG del propio centro, SED. “Fue como un primer paso natural porque así me resultaba muy fácil participar y adaptar las jornadas de formación al trabajo”, cuenta. Tres fines de semana intensivos en los que descubrió que no se había equivocado: quería ser cooperante.
Ese primer verano lo pasó junto con una compañera en El Kiche, una zona indígena de Guatemala. “Estuvimos cuarenta días, cada uno en un instituto, enseñando a los chavales y también formando a los profesores. Tania por las tardes iba a un internado de chicas y les enseñaba español, porque allí se habla más de 20 lenguas indígenas”, relata.
Pero lo cierto es que su tarea iba mucho más allá de las clases. “Cuando llegas allí ves las necesidades reales, especialmente este segundo verano cuando hemos vuelto a Guatemala, al departamento de Chimaltango y nos hemos encontrado con una comunidad de once hermanas franciscanas que atienden un hospital, un colegio, medio millar de niños apadrinados, muchísimos ancianos y más de sesenta niños a su cargo”, relata.
Durante los 40 días que pasó en la localidad de Patzún, Sergio enseñó matemáticas a los niños, descargó camiones, pasó horas jugando e instaló programas informáticos a las monjas que hasta ahora hacían todo a mano. “Te das cuenta enseguida de que desde aquí vemos sólo la punta del iceberg, cuando llegas allí descubres la auténtica realidad y te encuentras con niños que tienen historias terribles, que con cinco o seis años han vivido lo que tu no vivirás en toda una vida”, explica, “y no te voy a decir como oigo a veces que ellos son felices, porque no es verdad, tienen historias terribles detrás de abusos, maltrato, desnutrición... pero lo relativizan y están profundamente agradecidos de la oportunidad que se les abre”.
TE CAMBIA LA VIDA
Sergio cuenta que el primer año que eres cooperante te choca todo: la cultura, los idiomas, los problemas, los prejuicios... “Llegas allí y abres los ojos”, explica, “también supone un inmenso crecimiento personal porque te cambia mucho verte a tí mismo ante determinadas situaciones ante las que nunca sabrías cómo ibas a actuar porque ni siquiera te las imaginabas”.
Este segundo año su inmersión ha sido mucho mayor, “no nos hemos separado de los niños, cada minuto de nuestro tiempo lo hemos pasado con ellos, por eso me gusta contarlo, porque con mi experiencia, algunas personas ya se han animado a cooperar y yo sólo pienso en el reflejo que eso tiene allí, cuando esas personas que han sido ninguneadas desde su nacimiento descubren que tú dedicas tus vacaciones a ellos, se sienten importantes por primera vez en su vida”.
También transmite su experiencia a sus propios alumnos. “Les impresiona, a algunos sólo durante diez minutos pero otros te siguen preguntando por una familia un año después” afirma. Para él la cooperación ha supuesto darle la vuelta al calcetín. “Aunque suene tópico, aquí nos quita el sueño que se nos caiga el móvil al agua, allí los problemas son de verdad”.