Ana María me abre la puerta de su casa. Vive en el tercer piso de Gran Vía número 14, en el edificio más conocido como la Torre de Logroño. Es una mujer que cumple este mes 90 años y está como una rosa. Me cuenta que le fallan un poco las piernas pero que ella se limpia la casa, va a la compra y es absolutamente autónoma.
Guarda documentación, recortes de periódicos y un vídeo de una entrevista en una televisión local en 2001, pocos días después del atentado. Me lo enseña para ponerme en antecedentes. En la pantalla salían ella y su marido, Santiago, contando qué había sucedido aquel fatídico 8 de junio sobre las seis de la mañana, cuando estando en la cama durmiendo explotó una bomba. “Es increíble poder ver a mi marido tan vivo”, afirma Ana María emocionada. Su esposo murió hace poco, las Navidades pasadas.
Se acuerda perfectamente de aquel momento. Ella estaba durmiendo cuando un estruendo la despertó y se le cayeron encima las puertas del armario, lo que le provocó múltiples contusiones. En un principio, según relata, lo último que creyó es que era una bomba. Inicialmente pensó en un terremoto y se puso a chillar. Su marido le dijo: “Tranquila, que estamos vivos”.
Su mujer cuenta que él sí estaba despierto cuando explotó el artefacto y dijo que oyó el silbido que precedía a las bombas que tiraban durante la Guerra Civil. A su esposo se le había caído la ventana encima y del golpe se le rompió la mandíbula. Tuvieron que operarle a vida o muerte, puesto que contaba con una edad ya avanzada y además llevaba dentro de él un marcapasos, pero afortunadamente todo salió bien.
La pregunta es por qué no se desalojó el edificio antes de que explotara la bomba y si recuerdan hubo una confusión con la llamada en nombre de ETA. Al otro lado del teléfono el etarra aseguraba que se había colocado un artefacto en la Torre Blanca, lo que confundió a los agentes, sin tiempo para desalojar la Torre de Logroño. La bomba no provocó ninguna muerte de milagro.
En cuanto a los daños materiales, la vivienda de esta entrañable pareja fue una de las más afectadas, ya que la primera y la segunda planta de la Torre Blanca alberga oficinas. Los cristales estallaron, el techo se les cayó encima, los muebles estaban destrozados... tuvieron que ir a vivir a casa de su hija hasta que les otorgaron una casa en la calle San Antón, donde estuvieron nueve meses hasta que pudieron volver a su vivienda en la Torre de Logroño.
Ana María está muy agradecida a las Administraciones, ya que “se preocuparon por ellos y les trataron muy bien con la operación de su marido y con las obras de la casa”. Para las reformas cuenta que les ayudaron con un millón de pesetas, pero no acierta a recordar cuánto les costó la obra en su conjunto.
Dice que la memoria le falla con la edad pero que recuerda perfectamente la sensación de pánico posterior a la explosión. Para Ana María, ese día su marido y ella volvieron a nacer pasados los 80 años.
Le pregunto qué opina sobre los etarras que perpetraron el atentado y que hoy están siendo juzgados después de ocho años y me contesta que deberían estar todos en la cárcel. Aún así reina en ella la paz del que llega a los 90 años con la cabeza en su sitio, después de haber vivido tres guerras, los 40 años del régimen dictatorial de Franco, el nacimiento de ETA, después de haber criado a sus hijos y a sus nietos, después de sobrevivir a un atentado y a la reciente pérdida de su mejor amigo, su amante, su esposo y su compañero de viaje.