Los médicos forenses han certificado hoy que la niña Carolina murió por asfixia tras ejercer una “presión” sobre ella y con una “profunda” sedación, tras suministrarle Noctamid, un medicamento para adultos.
Hoy se celebra una nueva jornada (la número once) del juicio, por jurado popular, contra A.U, acusada de un delito de asesinato tras la muerte de su hija, de cinco años, en un hotel de Logroño en enero del 2020.
Han testificado como médicos forenses el director del Instituto de Medicina legal; y los jefes de servicio de Clínica y de Patología Forense.
Los forenses han comenzado haciendo un recorrido por el escenario en el que se encontró el cadáver de la niña: la habitación del hotel. En una de las camas había sangre que, han certificado, no era de la niña, era de la acusada.
La niña tenía algo de sangre en nariz y boca, lo cual es típico en las muertes por asfixia con edema pulmonar, cuando se presenta líquido en los pulmones.
En el lado derecho del labio inferior tenía un hematoma, además de dos pequeñitas erosiones en el mentón. Esto significa que “se ha ejercido una presión”.
La niña estaba “sana” y “estaba bien”, no encontrando nada en la autopsia que les llamase la atención. Se hicieron pruebas complementarias conocedores de que padecía una neutropenia autoinmune, con un estudio microbiológico, para saber si ha podido haber una infección rápida, tipo meningitis, pero el resultado es que su estado era normal.
La neutropenia implica que se tienen más bajas las defensas y el tratamiento es “tener cuidado para que no se produzca infección” y, en caso de infección, aplicar antibiótico porque supone tener una parte de los glóbulos blancos más bajos. Se descartó como causa de la muerte.
Más pruebas reflejan, microscópicamente, que hay un edema cerebral y una gran congestión en pulmones, lo que supone signos de asfixia. En cuanto al análisis toxicológico, sólo muestra consumo de Noctamid tanto en sangre como en el estómago, hígado, vesícula y pelo.
Los niveles de Noctamid muestran una “profunda” sedación, pero no son suficientes para una muerte por intoxicación. Tenía una cantidad de 0,08 miligramos, más del doble que la abuela, en cuyo cadáver se encontró 0,03 miligramos.
Se trata de un medicamento de la familia de los ansiolíticos e hipnóticos, para mantener el sueño, que no está indicado en niños “salvo casos muy concretos”, como antes de una operación. Se comprobó que se le había estado dando un mínimo de cuatro meses antes.
Con respecto a la hora de la muerte, han explicado que es “complicado” tener una hora exacta. Fijándose, sobre todo, en la frialdad del cuerpo, que permite elaborar un algoritmo matemático, y, también, en las livideces y rigidez se establece una horquilla entre las 13:30 y las 19:00 horas del domingo 26 de enero.
Heridas de la acusada
Con respecto a la cantidad de sangre que perdió la acusada, han apuntado que es conveniente no dejarse llevar por el hecho de que “la sangre es muy llamativa” dado que, a pesar de la mancha encontrada, la sangre que perdió la acusada no era muy grande.
No hay pérdida de conciencia, “no son lesiones graves” y, de hecho, cuando va al hospital solo se le sutura, no hay transfusión.
Las heridas, en ambas muñecas, implican “voluntariedad”: o se las hizo o dejó que se las hicieran. No obstante, resultó “difícil” establecer la dirección porque había pasado mucho tiempo y las heridas habían sido suturadas.
Las heridas en los muslos sólo llegan a la “capa grasa” por lo que no requirieron más allá de una primera asistencia facultativa. Todas son compatibles con la acción incisiva de un cuchillo.
Había más sangre en el lado derecho de la cama, lo que sitúa a la acusada tumbada con la mano izquierda hacia la izquierda y la derecha a la derecha.
Se trata de heridas hechas con un instrumento con borde afilado, de gran poder incisivo, compatibles con los cuchillos que se encontraron en el bolso de la abuela (cuyo cadáver apareció en el Ebro dos días después).
Preguntados por la defensa acerca de si es posible que un nivel de sedación le impidiese a la acusada enterarse de lo que le hacían, han dicho que “depende del grado de sedación” y que con “una sedación normal te das cuenta, te haces daño”.
En cualquier caso, “no existía afectación que comprometiese su capacidad de recordar”. Los forenses, por otro lado, han coincidido con la exploración psiquiátrica que se le hizo en el San Pedro, explicando que se trataba de una persona “muy espontánea en el relato de los hechos” y se podía “acceder a ella”.
Señalando que “para llegar a un trastorno de personalidad tienen que concretarse rasgos”, han indicado que no cumple los criterios para “tipificarlo” como trastorno.
Lo ocurrido es un hecho que “se sale de toda lógica”, pero “se puede cometer actos ajenos a la norma social estando en plenitud de facultades”.
Al llegar a Urgencias presentaba ansiedad y trastorno adaptativo mixto, pero “no ha habido compromiso en ninguna de las esferas de su psiquismo”.
Cómo está el padre de la niña
El padre de la niña Carolina tiene “pensamientos obsesivos que le provocan sufrimiento” dentro de un “duelo patológico”, tal y como han relatado hoy dos psicólogas en un informe que han sido suavizado por otro psicólogo que ha creído que son “formas de actuar”.
En la segunda parte de la sesión, una psicóloga jurídica forense y una médica forense han relatado hoy, a petición de la acusación particular, las “graves secuelas psíquicas” del padre de la niña, que entonces tenía cinco años.
J.C. acude al cementerio a leer cuentos a la niña, le canta en su habitación aunque ya no está, ha adelgazado y dolencias anteriores se han agravado, además de que acumula bajas laborales. Hoy esta situación ha sido analizada de distinta forma por psicólogos.
En primer lugar, una psicóloga jurídica forense y una médico forense que elaboraron un informe de valoración de secuelas han relatado cómo Carolina y su padre tenían un “vínculo afectivo normal, cariñoso, un vínculo seguro”.
Han asegurado que padece una Transformación Persistente de Personalidad tras Acontecimiento Catastrófico que “se constata en pruebas y en una entrevista”.
Incluye disociación y alucinaciones como que “huele” a su hija, de forma que se trata, a su juicio, de un “duelo patológico y estrés postraumático”.
También, un trastorno adaptativo ansioso depresivo, de forma que cantarle por las noches “es un mecanismo de defensa”; algo a lo que unen que “habla de ella en presente”. “Le han destrozado la vida”, han llegado a decir.
“Estamos hablando de algo que es irrecuperable, un trauma que va a condicionar más aspectos, como el entorno laboral dado que trabaja con niños, y posibles planes de futuro”, ha relatado la forense al tiempo que ha hablado de “rasgos depresivos y obsesivos” y una “pérdida de calidad de vida”.
J.C., ha relatado, tiene una serie de trastornos psicosomáticos, debido al trauma emocional: no duerme, entra en bucle, tiene alterado el sistema inmune, tiene alopecia, pérdida importante de peso, no disfruta de la comida, tiene eccemas, presenta ausencias.
“Va a necesitar un tratamiento que tampoco le está resultando eficaz”, ha dicho que al tiempo que lo ha definido como “esclavo de los rituales que ha desarrollado para no pensar” como leerle cuentos aunque ya no está.
El padre de la niña recibió Atención Primaria y apoyo psicológico de Cruz Roja que se interrumpió por la pandemia, pero no tratamiento psiquiátrico “aunque se le recomendó encarecidamente”.
Además, la psicóloga forense y el médico forense del Instituto de Medicina Legal de La Rioja elaboraron otro informe psicológico del estado general de J.C. han rechazado que tenga un trastorno de personalidad, en primer lugar porque “los trastornos de personalidad no aparecen de un día para otro, requieren mayor continuidad”.
En su opinión, se trata de una vida normal no alterada con rituales que le sirven para superar un acto de ansiedad. En otra exploración clínica entendieron que no se puede hablar de trastorno, sólo de vivir con que su hija ya no está.
En su opinión, “no es una patología que diga que la huele: no es un trastorno, es su forma de superar lo que le ha ocurrido a su hija”. Han señalado que “efectivamente hubo una pérdida de peso y de sueño; pasó pero no se consolidó como secuela”.
Los expertos han indicado que el padre de Carolina les dijo que había estado mal pero ya come, duerme, hace deporte: “Eso sí, mi hija ya no está presente en mi vida y es una cosa a superar”. Para estos psicólogos “lo ha integrado en su día a día”.
Por último, ha comparecido una psicóloga que exploró a la acusada después del análisis psiquiátrico, y ha coincidido con la psiquiatra en que la acusada tiene unos “rasgos, que suponen su forma de ser, pero no se han consolidado en trastorno”.
Ella piensa que lo que hace ella “es lo mejor” y tiene “rasgos paranoides” bajo la tendencia de que todo el mundo va en su contra, le quiere fastidiar y un rasgo “obsesivo compulsivo”, además de otro “narcisista” que supone un “patrón más de grandiosidad”.