No tan funcionales

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Entre los años 2000 y 2005 el consumo de productos enriquecidos y fortificados en España (a excepción de los batidos de yogur enriquecido) ha aumentado de forma progresiva (entre un 3,7% y un 153,7%, dependiendo del alimento), según un estudio realizado por el Ministerio de Medio Ambiente Medio Rural y Marino y la Fundación Española de la Nutrición que se publicará próximamente.

Pero, ¿puede llegar a ser perjudicial un consumo inadecuado de estos alimentos? Según explica Begoña Olmedilla, del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), “la sociedad se enfrenta a multitud de nuevos alimentos en el mercado, que contienen componentes activos añadidos (o eliminados los identificados como perjudiciales, etc.) con el objetivo de producir efectos beneficiosos sobre la salud, tanto a corto como a largo plazo. Sin embargo, en la mayoría de los casos todavía no hay estudios suficientes y consistentes que permitan realizar una declaración de propiedad saludable en relación con determinados componentes o alimentos”.

Asimismo, los consumidores no tienen una información clara sobre qué son estos alimentos, qué pueden aportar o cómo diferenciarlos, “sería necesario proporcionarles información precisa sobre este tipo de productos”, subraya esta experta.

De hecho, en este tipo de alimentos, en los que se hacen alegaciones en relación con la salud, se deben haber valorado previamente los efectos beneficiosos y también los posibles efectos secundarios indeseables. El alimento funcional debe demostrar que es seguro y que cumple la legislación y tener presente al valorarlos, que este tipo de alimentos se integran en la dieta total, que debe ser variada y equilibrada.

Tanto el estudio de la relación entre enfermedades crónicas y la nutrición, así como la comprobación del efecto de intervenciones nutricionales en humanos, exige la colaboración de profesionales de muy diversos ámbitos y entre ellos debería tener una participación más activa el especialista del laboratorio clínico, cuya labor se suele circunscribir a la obtención de resultados analíticos, pero que puede aportar el valor añadido de sus conocimientos metodológicos y bioquímicos.

Para la doctora Olmedilla, estos profesionales deberían tener mayor papel, tanto en el proceso de diseño de los alimentos, mediante la propuesta (y determinación) de biomarcadores de las funciones diana objetivo en cada caso, como en el de interpretación de los resultados, no olvidando los aspectos relacionados con las posibles interacciones, tanto sinérgicas como antagónicas, que se pueden producir en la absorción y metabolismo.

“El profesional del laboratorio puede tener un papel relevante en la correcta selección y utilización de biomarcadores identificados en el desarrollo de enfermedades y que puedan ser utilizados para monitorizar la posible modificación de un proceso mediante determinados alimentos o sus componentes”, resume.