Por un día el Caja Rioja abandonó el parqué y los focos del Palacio de los Deportes. La idea era tener una mañana diferente. Y vaya si fue diferente. El campo de golf de La Grajera fue el escenario perfecto para que, con Jesús Sala a la cabeza, los jugadores del club logroñés dejaran por unas horas el balón y probaran fortuna con el palo de golf.
Y, visto lo visto, hay quien puede tener futuro en esto del golf. El mejor, con diferencia, fue Mike Wells, todo un artista desde el tee de salida. Mientras sus compañeros trataban, con mayor o menor fortuna acertar con la bola, el seguía la suya con la mirada viendo como se alejaba. “Rav four, rav four”, se jactaba en alusión al cartel junto al que descansaba su bola. Partía con ventaja. “Cuando estuvo en Logroño en su anterior etapa se solía acercar a jugar unas bolas”, avisaba Jesús Sala en un intento de rebajar el nivel de su gesta.
El resto, con mayor o menor pericia, trataba de hacer todo perfecto, como en la cancha. Una mano delante y girada, tres dedos juntos, rodillas flexionadas, prueba, giro y golpe. El suelo se llevó más de uno. Sobre todo al principio. Poco a poco las bolas comenzaron a ganar vuelo. Las primeras morían unos metros más allá. Las últimas, sin alardes (y muchas sin dirección), completaban un recorrido más largo.
Lo fundamental, las risas y la distensión, arrancaron desde que los jugadores del Caja Rioja vieron el verde de los green. Y todo con Mike Wells ejerciendo, con su cámara digital, de notario. Para que nadie puede decir que él no fue el mejor.