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Opinión - Lo siguiente era el fascismo. Por Rosa María Artal

Hasta la última fosa

Y llega por fin el día. Una vez apartado el último juez, rechazados los recursos de la familia, vencida la resistencia del prior y tomado posesión el nuevo gobierno, llega por fin el día en que nos sentamos todos frente a las pantallas para ver en directo la exhumación de Franco.

El gobierno asegura que ha intentado ser discreto y evitar el espectáculo, pero en la explanada frente a la basílica están todas las televisiones, cientos de periodistas de medio mundo, multitud de curiosos, unos cuantos fascistas y muchos guardias civiles acordonando. Y nosotros en casa, zapeando y tuiteando, compartiendo la euforia y la incredulidad del momento. El momento histórico, así lo decimos. No nos dejan ver la maniobra en directo, tendremos que esperar a que días después se filtre un vídeo que muestra el momento en que los operarios levantan una baldosa en la cabecera y otra a los pies de la lápida, clavan palancas, encajan gatos hidráulicos, ajustan enganches, manejan la grúa, descorchan la tumba, colocan rodillos, hacen rodar la plancha sobre ellos, alzan los mil quinientos kilos de granito, iluminan el interior y no hay nada.

“¿Cómo que no hay nada?”, pregunta el jefe del equipo, pregunta el secretario de Estado que los acompaña, pregunta minutos después el presidente cuando es informado, preguntan los periodistas al difundirse el imprevisto, preguntamos todos en nuestras casas y trabajos, la misma pregunta que se repite en las calles y en las redes sociales: “¿cómo que no hay nada?”

Al principio pensamos en un malentendido, incluso una broma inoportuna, lo pensamos nosotros y lo piensan los periodistas y lo piensa el presidente cuando le llama el secretario de Estado y le dice lo mismo que acaba de confirmarle el jefe del equipo: que la tumba está vacía, que no hay nada dentro. Bueno, casi nada: está el ataúd abierto y vacío, hay una bandera vieja y cintas de ramos de flores. Y una nota.

“¿Han dejado una nota, en serio?”. La pregunta recorre otra vez toda la cadena operario-jefe-secretario-presidente-periodistas-ciudadanos, y en el mismo orden iremos viendo el folio doblado que aparece dentro del ataúd y que, desplegado y leído dice con letra de impresora: “Nos lo hemos llevado. No permitiremos que lo entierren en un lugar público. Le hemos dado la sepultura que merece: la misma que él dio a sus víctimas”.

La incredulidad, la posibilidad del malentendido o la broma, aguantan todavía unas horas, hasta que la Guardia Civil revisa la grabación de las cámaras de seguridad y en efecto, ahí están: cuatro hombres que dos semanas antes, de madrugada, entraron en la basílica nadie se explica cómo, destaparon la tumba con la ayuda de gatos, palancas y rodillos, abrieron la caja, sacaron con poco cuidado el cuerpo momificado, volvieron a cerrarlo todo y desaparecieron. Nadie entiende cómo han podido pasar dos semanas sin que ningún vigilante, monje o visitante se diese cuenta (solo uno de los operarios al llegar notó que una baldosa estaba rota), pero ya no hay tiempo para preguntarse por la seguridad del Valle de los Caídos, ahora son otras las preguntas sobre la mesa del gobierno, en las redacciones y en las calles, y son urgentes: ¿quién se lo ha llevado? ¿Dónde lo han metido? ¿Qué va a hacer el gobierno?

Una a una, por favor, no hagan todas las preguntas a la vez, pide la portavoz en la rueda de prensa posterior al Consejo de Ministros: ¿quién se lo ha llevado? No lo sabemos, confiemos en la investigación policial, y respetemos el secreto de sumario decidido por el juez. ¿Dónde lo han metido? Todo apunta a que lo habrían enterrado en una de las fosas que dejó el franquismo, pero desconocemos cuál, esperemos que la investigación dé sus frutos. ¿Qué va a hacer el gobierno? Todo lo posible por solucionar un problema con el que nadie contaba, y que afecta a una familia que tiene derechos, y a un personaje que, al margen de nuestras convicciones democráticas, es un personaje histórico, y fue jefe de Estado, de modo que la voluntad del gobierno es encontrarlo cuanto antes, restituirlo a su familia, y poner a los responsables a disposición judicial, gracias, no hay más preguntas por hoy.

Es una profanación, es una humillación no a los franquistas sino a todos los españoles, es un ridículo inmenso del gobierno, es un delito, es un escándalo, es un pitorreo internacional, es culpa del gobierno por andar jugando con huesos, ha sido la extrema izquierda, han sido los enemigos de España, han sido los catalanes. Partidos, medios y tertulianos de derecha, centro derecha, extrema derecha y extremo centro acusan al gobierno, piden responsabilidades, exigen dimisiones, acuden a juzgados y comisarías, reclaman colaboración ciudadana, prometen endurecer el código penal, organizan desagravios a la familia, urgen al ministro de Interior para que encuentre de inmediato a los autores y al cadáver, hacen pintadas y rompen cristales en las sedes de partidos y sindicatos. No falta un juez tardofranquista que por su cuenta abre una investigación, ordena registros y detenciones, llama a declarar a testigos, y acaba archivando al no encontrar nada.

Desde la izquierda, por su parte, los partidos lamentan el espectáculo que nos podríamos haber ahorrado si hubiésemos resuelto este asunto muchos años antes, los periodistas y tertulianos hablan de esperpento, piden dejarlo estar y no dedicar más recursos públicos, se aguantan las ganas de hacer chistes en público, los mismos chistes y memes que triunfan en las redes y en la calle. No se ríen las asociaciones de memoria ni los familiares de víctimas del franquismo, que piden un enterramiento digno para todos, también para Franco, el mismo enterramiento que piden para sus desaparecidos y que Franco les negó y también la democracia les ha negado durante décadas.

Pasan los días, y la falta de noticias o resultados policiales deja hueco para que corran rumores y bulos, comunicados fantasmales que nadie comprueba, testigos que aseguran haber visto movimientos sospechosos en las inmediaciones de fosas sin abrir, tierra que parece recientemente removida. El gobierno y el juez, cada uno por su lado, atienden algunas de esas informaciones dudosas, envían equipos a una docena de pueblos, abren fosas comunes, no encuentran a Franco, pero al excavar salen decenas de cadáveres que son recuperados, identificados, entregados a sus familiares.

Con el paso de los días muchos nos vamos olvidando del asunto, desaparece de las portadas, merece algún breve en páginas interiores, decaen hasta las bromas, no hay novedades, no hay avances en las investigaciones, pero otros insisten, mantienen viva la búsqueda, se unen a ella: varios ayuntamientos gobernados por la derecha deciden por su cuenta abrir fosas en sus términos municipales, por si aparece en alguna de ellas, y no tardan en sumarse comunidades autónomas también gobernadas por la derecha, que destinan presupuesto y equipos para abrir fosas en su territorio. Cada apertura es vigilada de cerca por las asociaciones de memoria y las familias de las víctimas del franquismo, que avisan al juez local y consiguen que, cada vez que una máquina abre la tierra, los mismos operarios saquen de allí a sus familiares asesinados, los identifiquen y se los entreguen para que puedan homenajearlos y enterrarlos con dignidad.

Así pasan varias semanas en las que unos y otros abren casi un centenar de fosas por toda España, sin encontrar a Franco pero sí exhumando a más de dos mil desaparecidos. Pero es como buscar una aguja en un pajar, advierten algunos, hay cientos de fosas por todo el país, cómo vamos a abrirlas todas, ni siquiera sabemos si de verdad lo han enterrado, se están riendo de nosotros, lo tendrán escondido en un trastero y se descojonan viendo cómo excavamos, además están consiguiendo que les hagamos el trabajo a las asociaciones esas de la memoria, esa es la estrategia, ya está bien.

Unos y otros van retirándose, detienen las excavadoras, dan por perdido al dictador, se encomiendan a las investigaciones policiales y judiciales que no han avanzado nada en dos meses. Pero los autores de la profanación difunden en redes sociales un vídeo: en él se ve cómo varios encapuchados manejan en la noche una bolsa de plástico que abren un instante para que veamos su contenido, lo deslumbran con la linterna y ahí está, es él, inconfundible pese a lo acecinado de sus carnes. En el vídeo vemos cómo abren la tierra en algún lugar sin identificar, manejan palas y rastrillos, excavan un metro de profundidad, aparecen huesos entre la tierra, un esqueleto completo, dos, y ahí mismo echan la bolsa con el cuerpo, ligera al levantarla, la acuestan ahí abajo y la cubren de tierra.

La policía analiza con minuciosidad el vídeo sin conseguir identificar a los autores y lo que es peor, sin reconocer el lugar que aparece, lo poco que se aprecia a la débil luz de las linternas, un paisaje común, matorrales, un árbol del que ni siquiera se adivina la especie.

Hay quien insiste en que todo es una burla, que no podemos seguirles el juego. El gobierno por su parte pide paciencia y confianza en las fuerzas y cuerpos de seguridad, acabarán encontrando a los autores y recuperando el cuerpo, no escatiman esfuerzos, lo harían con cualquier otra familia. Pero los impacientes no van a quedarse de brazos cruzados: la familia del dictador desaparecido, y la fundación que de él toma nombre, hacen un llamamiento a la sociedad, abren una cuenta bancaria para donaciones que no tardan en llegar, de particulares y de algunas empresas que piden anonimato, generosas donaciones que permiten contratar equipos para localizar fosas y abrirlas hasta encontrarlo.

Una tras otra van levantando fosas, incluso fosas que hasta ahora no habían sido identificadas, gracias a la colaboración de descendientes de los franquistas que en cada pueblo han guardado en secreto el lugar donde fusilaron y enterraron a los republicanos locales, y que ahora desvelan por contribuir a la buena causa de restaurar el honor del caudillo.

Una tras otra van levantando fosas, los forenses y operarios contratados por la familia y por la fundación, pero también particulares que por su cuenta organizan intervenciones, por afinidad ideológica o por la recompensa que la familia Franco promete a quien dé con él, cada vez más gente se une a esta versión de la búsqueda del tesoro.

Una tras otra van levantando fosas, siempre acompañados por activistas de la memoria y familiares de víctimas, que vigilan in situ que el desenterramiento cumpla los protocolos; activistas y familiares que en cada exhumación documentan todo, se hacen cargo de los restos para su identificación, lo ponen en conocimiento del juzgado más cercano, y una vez vaciada la fosa instalan en su lugar un monolito, una placa, un recuerdo a los asesinados. Hay algunas escenas de tensión, los franquistas no aceptan que esos de la memoria se aprovechen de su trabajo, los acusan de ser ellos los profanadores para lograr precisamente esto, que les hagan el trabajo gratis, algún tertuliano comenta la ironía del destino, la justicia poética, franquistas desenterrando víctimas del franquismo, pero nada frena a quienes están dispuestos a roturar el suelo del país entero con tal de encontrar a su caudillo, que sigue sin aparecer y cada vez quedan menos lugares dónde buscar, hay quien dice que acabarán localizando y abriendo hasta la fosa de García Lorca, no sea que lo hayan metido allí. Hay quien se rinde, hay quien lo da por imposible, hay quien se olvida, pero otros insisten, seguirán buscando aunque tengan que abrir hasta la última fosa.

Y llega por fin el día. Una vez apartado el último juez, rechazados los recursos de la familia, vencida la resistencia del prior y tomado posesión el nuevo gobierno, llega por fin el día en que nos sentamos todos frente a las pantallas para ver en directo la exhumación de Franco.

El gobierno asegura que ha intentado ser discreto y evitar el espectáculo, pero en la explanada frente a la basílica están todas las televisiones, cientos de periodistas de medio mundo, multitud de curiosos, unos cuantos fascistas y muchos guardias civiles acordonando. Y nosotros en casa, zapeando y tuiteando, compartiendo la euforia y la incredulidad del momento. El momento histórico, así lo decimos. No nos dejan ver la maniobra en directo, tendremos que esperar a que días después se filtre un vídeo que muestra el momento en que los operarios levantan una baldosa en la cabecera y otra a los pies de la lápida, clavan palancas, encajan gatos hidráulicos, ajustan enganches, manejan la grúa, descorchan la tumba, colocan rodillos, hacen rodar la plancha sobre ellos, alzan los mil quinientos kilos de granito, iluminan el interior y no hay nada.