El pasado 28 de abril, los vecinos de El Cañaveral votaron en masa. Era la primera vez que en su barrio, aún a medio construir, había una mesa electoral. “Fui y estaba petado. Con dos municipales y dos nacionales en la puerta”, dice Josechu, que lleva dos años allí. En las últimas elecciones, las municipales de 2015, aún no existía. “Esta es la primera vez que se votaba y pusieron un local. Mejor que votemos a 300 metros, porque si me mandan a Vicálvaro no voy”. Según los datos, el 88% de la gente fue.
El pasado 28 de abril, los vecinos de La Cañada Real prácticamente no votaron. No lo hacen casi nunca. La zona concentra los mayores niveles de abstención no solo de Madrid, sino de toda España: según la sección que corresponda, las cifras se mueven entre el 60% y el 90% de gente que no vota. Su barrio, que en realidad son seis sectores diferentes, es una vía de 15 kilómetros con asentamientos ilegales a los lados que va de Coslada a Rivas pasando por Madrid y que hasta 2015 se dividía en tres secciones censales. Este año, con el nacimiento de El Cañaveral, han pasado a ser cuatro porque lindan con el nuevo desarrollo. Y a los vecinos del Sector 2 les ha tocado ir a votar allí.
Entre uno y otro barrio no solo hay un mundo y un abismo de participación. También hay una verja puesta por los constructores de El Cañaveral que nadie sabe cuándo desaparecerá. “Caminando es imposible. Tienes que ir en coche rodeando”, dice Vanesa Valenzuela, presidenta de la asociación de vecinos de los sectores 2 y 3 de La Cañada. “Hay gente mayor que no tiene coche y a la que le cuesta llegar, así que no va. Llevamos tiempo detrás de que la abran, porque es nuestro distrito y nosotros estábamos antes aquí. También tenemos derecho a ir”.
El Cañaveral y La Cañada Real son las dos caras más cercanas de un viejo fenómeno electoral: las rentas bajas votan menos que las altas. En las secciones que corresponden a La Cañada, la renta es de las más pobres de Madrid (menos de 21.320 euros). Habrá diferencias por sectores, porque el 1 está integrado en Coslada, en el 2 se ven chalés, en el 3 empiezan las chabolas y en el 6, pegado al vertedero de Valdemingómez y sin asfaltar, está el mayor mercado de droga de Madrid. De El Cañaveral, al ser tan joven, aún no hay datos. Pero sus habitantes son nuevos propietarios, familias de clase media que compraron un piso y que después de años de espera ven por fin su sueño hecho realidad.
“La mayoría venimos de Coslada y Rivas porque los precios eran bajos”, señala Javier Blanco, miembro de la asociación de vecinos. “Pero ahora se ha disparado y es imposible: pisos que se vendían en 180.000 están en 270.000”. El área responde al modelo de nuevo ensanche madrileño, situado en los límites de la ciudad, rodeado de autopistas y aún carente de servicios. Es como Las Tablas, Sanchinarro o Montecarmelo hace pocos años y uno de esos sitios en los que ganó Ciudadanos y sumó más la derecha en las elecciones del 28A.
Una ciudad a medias
Blanco lleva dos años esperando a que le entreguen su chalé, que lleva uno construido. En realidad se vendió hace nueve y lo compró otra persona, que harta de esperar y ante la imposibilidad de seguir pagando la hipoteca y otro alquiler se lo vendió cuando aún no estaba hecho. El caso es habitual en la zona, que lleva veinte años planificada pero donde las primeras llaves no se dieron hasta marzo de 2016.
“Te metes con 18 añitos. Empiezas a pagar, te haces mayor, tienes un hijo y dices: me voy. Y entramos nosotros y lo compramos. A veces las promotoras aprietan y en vez de vendértelo a 180.000, como al principio, te lo venden a más”, cuenta. Él pagó 20.000 euros más que el comprador original. “Hay gente que lleva 20 años para que le den su casa. Incluso algunas que ya están hechas tardan en darse porque las calles no están terminadas. Nosotros estamos en abogados y fuimos a protestar al Ayuntamiento. Parece que esto no se va a terminar en la vida”. Tan cansado está Blanco estas semanas que planea encerrarse en el chalé aunque no le den las llaves y llamar a Telemadrid. “Seré okupa en mi propia casa. No aguanto más”.
El Cañaveral es el barrio más reciente de Madrid. Fue reconocido administrativamente en noviembre de 2017 como parte del distrito de Vicálvaro. En la práctica, la zona -uno de los Programas de Actuación Urbanística planificados por el PP y aprobado en 2002- está aún a medio hacer. Hay dos tiendas de chinos, una farmacia, ni un solo bar -aunque pronto abrirán dos- y multitud de grúas empezando o terminando bloques de edificios o chalés.
“España lo que tiene es esto: ladrillo”, señala Josechu mientras toca una pared. “Aunque haya gente empeñada en cambiarlo, toda la vida va a ser así. Es peor que el oro”.
Con 1.863 personas censadas, 164 extranjeras, la participación en las generales se disparó hasta un punto por encima de la media de Madrid (79%). Solo el 12% de la gente se quedó en casa y no votó. La mesa electoral la pusieron en la comunidad de vecinos de una de las pocas promociones de viviendas que ya se han entregado, porque el barrio aún no tiene colegio y tampoco se le espera. “Somos pocos. Queremos un colegio, sí, pero tardará. ¿Y un Corte Inglés? Pues también, y una piscina de bolas...”, bromean ambos. “Pero hay que darle tiempo. Aunque cuando haces un barrio de estas dimensiones tienes que ir preparándolo y, por lo menos, poner alguna patrulla de policía municipal más, que solo hay dos”.
¿A qué se debe tanta participación? “Puede ser porque Villacís lleva el tema del sureste. Como la gente está como loca, votamos a Ciudadanos y que salga el sureste adelante”, reflexiona Blanco. “Porque a Carmena ya la ves: está 'Madrid Norte, Madrid Norte, Madrid Norte'. Pues la gente dice: a ver si es verdad que Ciudadanos hace algo aquí”.
El chalé de Blanco está al comienzo del desarrollo, en una de las parcelas más alejadas de La Cañada Real. Podían haberse comprado uno de los que está al lado, pero a su mujer le parecía inseguro. “Yo tengo turnos de noche [es policía] y no le apetecía quedarse sola en casa tan cerca de La Cañada”. Terminada la conversación, coge el coche y nos acerca a esa zona, donde ya se han entregado algunos otros chalés. Los obreros andan trabajando y solo se puede continuar andando, así que se despide y se va.
El agujero negro
Son cinco minutos en coche, algo más de veinte caminando. Justo donde terminan las obras, donde mueren las calles asfaltadas entre parcelas, la verja marca la frontera. Se puede saltar subiendo por un montículo y pasando una destartalada garita. A la izquierda está la entrada al Sector 2 de la Cañada Real; a la derecha, la entrada al Sector 3. En medio hay una pequeña rotonda en la que para el único autobús que llega hasta allí.
Jacinto es portugués y vive en el Sector 3. Tiene 38 años y lleva ahí desde los 26, cuando se casó y se mudó a esa casa que compró su suegro hace treinta años. En su puerta hay un cartel que reza 'este es mi hogar', como en casi todas las de alrededor.
“Nos decían que nos la iban a tirar. No tengo ni idea de si han realojado a gente, pero nosotros estamos en nuestro mundo y no queremos que nos echen de aquí”, explica mientras brasea pescado en el patio con varios vecinos. “Y no vamos a votar. Mi voto no cuenta porque no soy español”. Aunque los extranjeros de la Unión Europea sí pueden votar en las municipales, Jacinto no lo sabe pero tampoco le importa. “No sé ni dónde está el colegio, porque aquí no hay niños. No me interesan los partidos políticos”.
Su historia es un reflejo de la demografía de la zona, donde el problema no es que los constructores no les den las llaves sino que las administraciones los quieren echar. En 2017, la Comunidad de Madrid impulsó un pacto junto a los Ayuntamientos de Coslada, Madrid y Rivas para buscar soluciones en La Cañada, que a grandes rasgos implicaba desmantelar del sector 6, el más excluido, y regularizar el 1, donde hay chalés. En el resto estaba por ver qué pasaría y finalmente se ha decidido también desmantelar el 3, donde la mayoría de viviendas son precarias y el 100% de sus suministros, ilegales. La presidenta de la asociación de vecinos cree que la alta abstención también tiene algo que ver con esto.
“El sector 4 es población gitana, que no suele votar. El sector 5 es marroquí y tampoco. En el sector 6 [donde la droga] ya sabe todo el mundo lo que pasa”, explica. “Y en el resto es por el desencanto. Tú dile a los vecinos que todos los partidos políticos se han unido para echarnos. Pues no vamos a votar a nadie. Estamos en medio de grandes proyectos urbanísticos y molestamos. No interesa legalizar porque interesa vender pisos en El Cañaveral”. El asunto es complejo y traerá cola: aún está por ver qué pasa con los sectores 4 y 5, qué tramos serán desmantelados y cuáles se consolidarán. También coinciden con el futuro desarrollo de Los Berrocales.
Según los datos de la Comunidad de Madrid, en el conjunto de los seis sectores de La Cañada viven algo más de 7.000 personas, 2.500 son menores de edad. La primera parte está integrada en Coslada y vota allí. La segunda es la que le ha tocado El Cañaveral. La tercera (sectores 3 y 4) es parte de la sección del polígono industrial de Vicálvaro, donde en el 28A se abstuvo el 60% de la gente. Y la última comprende los sectores 5 y 6 y alcanzó el 90% de abstención. En las municipales de 2015, donde solo votó el 8%, la abstención quedó por encima del Polígono Sur de Sevilla, en Andalucía, y El Goloso, al norte de la capital (donde hay una residencia de ancianos que influye en este resultado).
“Yo no sé nada de eso. ¿Para qué es votar?”, pregunta Noemí, una joven de 30 años que vive en el sector 4 y está de visita en el 3 cuidando a su sobrino en la chabola de su cuñada. Si tuviera que pedir algo a la alcaldesa sería que la sacaran de allí. “Ojalá viviera yo aquí, en el 3, y no abajo. Que me pusieran una casa y nos quitaran de allí a mí y a mi niño”.
La pobreza, la exclusión y el desencanto forman el cóctel perfecto para que La Cañada sea el agujero negro de la participación en Madrid. “Es el caso más extremo. Hay un abandono total”, explica Manuel Trujillo, coordinador en el Instituto de Estudios Sociales Avanzados del CSIC. “La exclusión se traduce en que la gente que vive allí no tiene ninguna expectativa puesta en las administraciones. Hay otros barrios donde la situación no es tan extrema, pero en los que pasa lo mismo: la abstención coincide con menor renta, baja educación y otros problemas. También está unido a la etnia gitana. Es gente que está fuera del juego político. La gente con más renta está más informada, tiene claros cuáles son sus intereses y cómo obtenerlos”.
Según este investigador, también hay un problema de representación: aunque los políticos vayan a hacer campaña a los barrios excluidos - sin ir más lejos, Izquierda Unida estuvo hace unos días - suelen ser gente de clase media o alta. “No se les ve representar a estos barrios. Igual que con la España vacía está tomando auge la idea de crear una circunscripción que represente a las provincias más deficitarias demográficamente, podría hacerse algo parecido con los representantes de determinado tipo de barrio. Hay que acercarles la política”.