En la acera del Banco de España, en la calle Alcalá de Madrid, Roberto y Manuel, trabajadores de la contrata municipal de limpieza, intentan despegar las placas de hielo de la acera. Dan una patada en un extremo, intentan clavar la pala, que resuena como una campana y rebota, sin apenas hacer mella. “No tenemos herramientas”, se frustra Roberto, que cree que haría falta un pico, al menos. “Habrá que dejar estar algunas zonas hasta que suba la temperatura”, se resigna, pero bromea: “Somos como los Picapiedra”.
Luce el sol por la mañana y eso hace que las temperaturas suban por encima de cero, pero la abundante nieve se ha compactado en muchas vías y dificulta la marcha a pie. Aunque la calzada está limpia en la Gran Vía, Alcalá o el tramo inicial de la Castellana, siguen circulando poquísimos coches, y eso hace que los sonidos que normalmente quedan ahogados se escuchen con gran claridad. El pitido de los semáforos resulta casi estridente, y se oyen fácilmente las conversaciones de la gente. Un hombre que pasa por Cibeles viene hablando por teléfono, acalorado ya, con el abrigo debajo del brazo después de un percance: “Me he agarrado a la verja, pero igualmente he acabado en el suelo”, le explica al interlocutor.
El servicio de basuras sigue interrumpido hasta nuevo aviso, pero con la helada, las bolsas que sobresalen de los contenedores no huelen tanto. Esta feliz circunstancia tiene un reverso negativo cuando los traspiés son tan fáciles: los excrementos de perro se mantienen sólidos encima de la nieve.
En Cibeles está tomando fotografías Daniel, bombero municipal, para documentar cómo avanza la situación. “Es un caos. Hay peligro en las alturas, con los tejados cargados de nieve. Lo primero es despejar las vías grandes. Hemos tenido intervenciones en ambulancias que estaban atascadas. Es muy raro vivir algo así y la ciudad no estaba preparada”, explica. También avisa del riesgo con los vehículos que siguen varados en las vías de circunvalación, ahora que las calzadas están despejadas. “Hay coches abandonados y gente que va andando a por ellos; es un peligro, aunque parece que va a recogerlos la grúa”, señala. “Hay que priorizar”, repite varias veces.
Los bomberos han tenido que doblar turnos, algunos compañeros de Daniel acumularon estos días hasta 48 horas seguidas. Como tampoco hay autobuses, él vino de Las Rozas el domingo por la noche para entrar en el turno en hora. Los limpiadores, por su parte, también están a destajo. “¿Para qué vamos a contratar gente para una semana?”, se pregunta irónicamente Roberto, a quien la empresa ha “apretado un poquito”.
En la calle de la Aduana, paralela a la Gran Vía, está la sede de la Consejería de Sanidad. Parece que ha pasado un tornado, los árboles están casi todos en el suelo y entre la nieve hay excavada una vereda para que discurran los peatones. Uno que cruza señala la puerta del edificio y concluye: “Aquí hoy no trabaja nadie”. No lejos de allí está Antonio, de 54 años, encajado en un portal, tumbado y cubierto con un plástico. Ha pasado la noche en el lugar y dice que está bien. No quiso irse a dormir al metro, donde hay zonas habilitadas para personas sin techo. “Es mi casa, es mi deber estar aquí” musita. Lleva en la calle seis años, nueve meses y no sabe cuántos días. Esta noche, que se anuncia la más fría de esta ola heladora, también la pasará al descubierto.
En Montera también hay ramas por el suelo, y los comerciantes colaboran para sacarlas de en medio. “Si no, esto van a tardar dos o tres días en recogerlo”, dice uno que está dirigiendo la operación, más o menos, e indica que es importante que se vea el género, en este caso el calzado de una zapatería. El comercio va abriendo, y en el número 5 de la Puerta del Sol, dos hombres tratan de despejar un caminito del portal de una joyería a la calzada. Tampoco están muy bien pertrechados, con una paleta y un pico de obra con el que se afana Mario, el portero, vestido de mono azul.
En Carretas hay una cuadrilla y una máquina de quitanieves que maniobra en una esquina, junto a una tienda de ropa. En un momento dado, el operario mete la marcha atrás y comienza a retroceder peligrosamente, porque una mujer va directa hacia la puerta de la tienda y no se han visto. Uno de la cuadrilla grita: “¡Primo!”. Frenazo y accidente evitado.
A la plaza de Tirso de Molina ha regresado una actividad esencial, la cerveza del mediodía. “Está fresquita”, se justifica Laura, en una mesa en la acera, con la nieve detrás. Tres trabajadores en la de al lado se ríen a carcajadas (uno abre tanto la boca que se le ve el arroz de la tapa a medio masticar) cuando se les pregunta si no preferiría beber algo caliente. Un policía había advertido en Sol que estaba habiendo bastantes caídas, y en Tirso, con placas de hielo en pendiente, hay que tener mucho cuidado para evitar el costalazo. Un trabajador de la limpieza no tiene suerte y se cae. Se levanta trabajosamente, se frota el trasero y sigue barriendo nieve.