Un clásico: La Tasquita de Enfrente
Hoy toca hablar de un clasicazo, uno de esos pocos restaurantes que resiste al paso del tiempo y de las modas. Hace años que tenía pendiente una visita a La Tasquita de Enfrente, restaurante de renombre y con multitud de reconocimientos —New York Times, Guía Repsol, Guía Michelin, Metrópoli, etc.—, algo realmente extraño en Malasaña, y un establecimiento que lleva ya casi 50 años activo, lo cual es todo un récord en la zona. Años ha me habían comentado y había leído reseñas en las cuales decían que en este lugar no había carta, te cantaban los platos y tú elegías, supuestamente porque los clientes eran asiduos y, por lo tanto, no necesitaban carta, había confianza. Eso a mí me echaba para atrás. Soy poco dada a la confianza y bastante cuadrada, me gustan las cosas precisas y nunca iría a un restaurante donde me canten la carta de viva voz y no me digan cuánto voy a pagar por un plato. De ahí que haya tardado tantísimo en conocer este clásico madrileño. Sea como sea, actualmente tienen una carta de temporada clara y concisa, como debe ser la carta de un buen restaurante; las cartas largas, a mi modo de ver, conllevan muchos platos de relleno, que no aportan nada y distraen frente a los platos fundamentales.
La denominación de este lugar deriva de que, cuando esta era una sencilla casa de comidas con oferta típica de callos o patatas a lo pobre, se situaba enfrente de La Gran Tasca, otra casa de comidas inaugurada en 1942 en la calle Ballesta, de ahí La Tasquita de Enfrente. Debía de ser más pequeñita o menos presuntuosa que la otra. Me las imagino en alcohólicos anónimos: «Hola, soy La Gran Tasca y tengo delirios de grandeza», «Hola, yo soy La Tasquita de Enfrente y me siento pequeña en comparación con los de enfrente»; sus denominaciones son toda una declaración de intenciones.
Bueno, sigo, posteriormente, ya en los años 70, de acuerdo con la aclaración de José Antonio Campos Navas, pues yo había escrito en los años 80, La Gran Tasca abriría una sucursal en la calle Santa Engracia 22 para luego trasladarse definitivamente a otro local en la misma calle pero en el número 161, ofreciendo siempre su famoso cocido, en su caso en dos vuelcos. Pero la Tasquita permaneció allí, enfrente, pero enfrente de qué, ya no había Gran Tasca, o tascota, ya no había un referente comparativo. La Tasquita se quedaba triste y sola, como Fonseca, ya no había «enfrente» o había un «enfrente» variable. Les faltaba su centro di gravità permanente… Y, al final, a falta del mismo, la propia Tasquita se ha convertido en centro di gravità: 50 años nos contemplan. Un clásico en toda regla.
https://www.youtube.com/watch?v=0XW9XN_vDaA
Aparte del enlace anterior y todo su encanto, tanto visual como musical, para acompañar voy a poner un poco de música adolescente. Bueno, de mi adolescencia. Una canción «muy animada, Sr. McEnroe». Me gustaba mucho Carlos Berlanga: era ligero y profundo, tímido y atrevido, culto y sencillo; era guay.
https://www.youtube.com/watch?v=usudsu9J42s
El chef de la Tasquita de Enfrente, Juanjo López Bedmar, desde hace más de 20 años al frente del negocio familiar, anteriormente había sido directivo en una empresa de seguros y es impulsor de varios proyectos, entre ellos, El Porrón Canalla, en la propia calle Ballesta, cerrado, por desgracia, recientemente, y del que hablo aquí. Dicho negocio fue sustituido por el Bar Tropicalista, del que hablo aquí. Hablo mucho, me parece a mí. El chef, en la calle Ibiza, tiene otros dos establecimientos, La Cocina de Frente, cuyo plato fuerte es el cocido, y La Retasca, una tasca castiza revisada con lo típico: ensaladilla rusa, bravas, torreznos…
El servicio en La Tasquita de Enfrente es muy amable y el chef pasa por las mesas para controlar la satisfacción del cliente, lo cual siempre es agradable, especialmente del modo en que lo hace este chef, es decir, de modo no invasivo. Bueno, pensándolo bien, en realidad la invasiva soy yo al establecer lo que considero que debe hacer, o no, un chef en su propio establecimiento. “Hola, soy el virus Lu, contad conmigo para la próxima pandemia”.
Vamos a lo que vamos. En primer lugar, la decoración es muy acogedora, es como una casa decorada con buen gusto.
Presenta numerosas obras de arte moderno, entre las que destaca particularmente un precioso cuadro de Antonio Saura. Siempre he pensado que, en decoración, los cuadros son los que distinguen el buen o el mal gusto del propietario; son como los trajes de tres tallas de más o dos de menos, algo que te representa. En este caso, ya solo por el Saura, sin duda, el propietario está perfectamente representado.
Aunque la cocina es de mercado y el producto 100 % nacional, en la carta alcohólica se permite ofrecer, también, vinos de grandes áreas vinícolas del mundo. Nosotros elegimos acompañar la comida con una propuesta autóctona: 2 copas cada uno (4 €/copa) de Fino viejo de Bodegas Tradición, versión mágnum. Un fino nada propio para los que piden «Un fino, que me apetece algo ligerito y fresquito». Este es un Señor Don Fino Viejo, de color amarillo anaranjado apagado, de textura oleosa, de sabor complejo con notas de nueces, maderoso, casi un amontillado. Delicioso y acompaña perfectamente todo lo que le pongas delante. Por si queréis información sobre los vinos generosos del Marco de Jerez, al final de mi artículo sobre La Caleta, que encontraréis en este enlace, podéis leer un estupendo resumen al respecto que he hecho yo con estas manitas y mi tejedora.
Te dan a elegir rebanadas de pan de trigo, de maíz y de centeno, 2,5 €/persona (humana). Estos tres panes tenían, cada uno, su gusto pertinente, especialmente marcado el de centeno, muy sabroso y con un delicado amargor, y estaban bien elaborados aunque eran algo ligeros, el que me lea sabrá que me encanta el pan de miga prieta y fría, con corteza dura y de peso importante.
Debo señalar que todas las fotos de los platos corresponden a media ración y el precio que incluyo es de la ración completa, es decir, compartimos todas las raciones entre dos.
Bueno, vamos a por el plato estrella de La Tasquita de Enfrente, la ensaladilla rusa (23 €). Llamativamente suave, delicada, perfectamente servida a temperatura ambiente, no de esas en las que las patatas parecen recién talladas de un glaciar. Las patatas, aceitunas, claras de huevo cocido, zanahoria y ventresca de bonito crean un todo cremoso, agradablemente acidulado y suavemente marino, coronado por huevo cocido rallado y huevos de trucha, que aportan un contraste de textura explosiva y gusto salino.
Cuidado hablo de «huevos de trucha» porque resulta que la RAE dice:
Hueva
- f. Masa que forman los huevecillos de ciertos pescados, encerrada en una bolsa oval.
- f. coloq. Guat. y Méx. pereza (negligencia).
Caviar
- m. Manjar que consiste en huevas de esturión frescas y salpresas.
Bueeeno, como diría Faemino en estas ocasiones… Así que las huevas son huevos en una bolsa oval y luego el caviar son huevas, es decir, nos comemos los huevos en su bolsita. ¡Mucho me extraña! Espero, queridos lectores, que le deis la turra adecuadamente a la RAE por Twitter o donde os dé la gana con esta contradicción tan flagrante.
Ya lo comentan en 2008, aquí, y en la Fundéu en 2012, pero la RAE hace oídos sordos; la gastronomía es demasiado material para sus inasibles intereses.
Después, es el turno de los chipirones de potera (33 €). Maravilla maravillosa, perfectamente planchados, con aroma marino totalis, textura finísima y unas delicadas cebollas caramelizadas encima, una revisión del típico chipirón encebollado fantástica. Al no cocinarse con la cebolla el chipirón conserva intacto su sabor a mar y la cebolla caramelizada contrasta estupendamente aportando su leve dulzor. ¡De 10!
Seguimos con ventresca de bonito con piparras (30 €). Una curiosísima elaboración de la ventresca, parece haber sido cocinada al horno a baja temperatura con una salsa ligera y cítrica hasta quedar hecha y perfectamente separada en delicadísimas lascas que se deshacen en la boca. Las piparras aportan su picante y textura tangible, no como la ventresca, tan leve, casi intangible; es una ventresca de Schrödinger. Muy diferente a todas las ventrescas de bonito que he comido, muy suave, parece hervida, resulta especial.
Y, para finalizar, albóndigas de solomillo de vaca (25 €), uhmmm, ¡tremendas! Sobre una tersa y aterciopelada salsita de cebolla, tomate -no de salsa-, vino blanco y, con un punto dulce que, no sé por qué, a mí me recordaba a naranja. Estaban realmente espectaculares, esponjosas, en su punto y, una vez más, eran delicadísimas. ¡Una ricura! Van acompañadas por patatas en daditos, perfectas para la ocasión. Nunca he probado unas albóndigas tan elegantes, ¡una delicia!
De postre ofrecían panacotta con miel, tiramisú de pistacho y falsa torrija, pero yo buscaba chocolate, mi gasolina. Así que se acabó la velada en La Tasquita de Enfrente. Siento no haber ido antes por mis prejuicios, ¡merece la pena!
En resumen, en La Tasquita de Enfrente se puede disfrutar de una materia prima excelente elaborada con delicadeza, de forma sutil, para que resalte y se manifieste en todo su esplendor. Es un lugar para ir siempre que desees disfrutar de sabores tradicionales, con un toque etéreo, en un ambiente agradable. Es un clásico, por derecho y buen hacer, que debes visitar si te gusta comer realmente bien.
Siguiendo la estela de numerosos y reconocidísimos restaurantes tras la irrupción de la COVID-19, La Tasquita de Enfrente, desde el día 1 de septiembre, también ofrece platos a domicilio, por si os va más dicha opción.
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