A mediados de marzo, a las pocas horas de que el Gobierno decretara el estado de alarma por la pandemia de Covid-19 y mientras todo el país estaba en shock, un chamberilero se asomaba a su balcón de la plaza de Olavide y decidía a partir de ese momento contar sus días o semanas de encierro -todavía no se sabía cuánto iba a durar- con textos diarios, como terapia personal y para el que le quisiera acompañar leyéndolos.
Lo hizo desde el móvil, juntando cada mañana sus impresiones personales con la actualidad que leía en los periódicos, deslizando los dedos por la pantalla para escribir las entradas, mandándolas cada mañana a los contactos de Whatsapp que tenía seleccionados y, poco después, publicándolos también en este periódico digital. Ahora, cinco meses después del inicio de su relato, también lo hace en Diario de un confinado en Olavide (Decordel, 2020), la recopilación impresa de sus textos digitales, facturados en lo más duro del confinamiento.
El diario es el primer libro publicado por Ángel Alda (Madrid, 1951), un chamberilero ya jubilado que se estrena en el formato pese a llevar escribiendo infinidad de textos de tipo comercial, político o de empresa durante toda su vida laboral como consultor estratégico, y de narrar durante años en un blog lo que pasaba alrededor de su plaza. Pero confiesa que nunca antes había acometido el esfuerzo de escribir a diario, en unas condiciones tan adversas: “Me vi obligado a mantener esa tensión creativa para hacer un trabajo de introspección y a la vez de contemplación de una calle que está vacía” cuenta en charla con Somos Chamberí.
La idea de comenzar el diario le vino a Alda impuesta, “por aburrimiento” -bromea- y como necesidad vital ante la incapacidad de otra cosa: “Tenía que compensar la sensación de nerviosismo y de no saber qué hacer en casa, si montarme en la bicicleta estática a todas horas, ver películas y series, escuchar música o leer libros...” -detalla- “resulta que había un montón de cosas para las que era difícil concentrarse en condiciones, porque te asaltan muchas ideas y preocupaciones por tu gente. Pero escribir es como tomarse un baño, te relaja. Traspasar al papel tus fobias y tus preocupaciones te calma”.
Cada entrada del diario de Ángel aborda un aspecto del confinamiento y de la pandemia, que pone en relación con lo que se está viviendo en ese momento en el país y en su propia plaza del medio de Chamberí, que mira desde el balcón descubriendo los pequeños cambios de cada día. “Mi única pretensión inicial era la de inventarme un diálogo con toda esa gente a la que no podías ver de otra manera”, confiesa. “Todo lo que está en el libro lo escribí con un teléfono Android en texto plano. No utilizaba ni el ordenador. Lo escribía, lo revisaba varias veces y lo enviaba. Al principio les llegaba a gente muy cercana, amigos, ni siquiera a todos los familiares... un grupo de 30-40 personas que luego fue creciendo y ahora es de un centenar”.
El diálogo buscado pronto dio sus frutos: “Algunos respondían con su punto de vista, otros lo comentaban... era un debate familiar, sin bronca y con muchas ideas, como si estuviéramos tomando un café. Fue un diálogo sustitutivo de la vida normal”, añade. A los pocos días, el diario saltó a las páginas de este periódico. Los lectores pasaron pronto a ser cientos primero y luego miles.
Cuenta Ángel que el capítulo que más le costó escribir fue el que dedica a las residencias de mayores. Le asaltaba el recuerdo de su madre, que había fallecido tres años antes. “Solo pensar en la muerte de esos viejecitos, de forma solitaria y abandonada, me producía un dolor tremendo”, recuerda. Entonces escribía:
Reconfinado en Ribadeo
Durante la cuarentena hubo muchas personas que se lanzaron a escribir lo que les pasaba cada jornada. Y algunos medios los recogiero: en elDiario.es la periodista Elena Cabrera llegó a publicar 82 entradas, hasta el final del estado de alarma. Ángel terminó el suyo bastante antes, a principios de mayo, cuando Madrid entraba en la fase 0 “y se pudo salir a la calle a pasear con libertad, para ver a la familia, aunque fuera un ratito por la calle”.
Lo que no sabía Ángel Alda es que un golpe del destino le iba a volver a llevar a la escritura: la comarca de la que hablaba en sus entradas del diario, el destino anhelado de sus vacaciones mientras estaba confinado, A Mariña (Lugo), registró un brote de consideración al inicio del verano y al escritor de Olavide le pilló en Ribadeo, de donde no podía salir. El 5 de julio volvió a retomar su costumbre de contar las restricciones por escrito. De esta experiencia salieron unos cuantos textos que no han podido formar parte del libro por los plazos de impresión, pero que el propio autor ha reunido en forma de separata para regalarla a todas las personas que están comprando el libro en esta localidad gallega.
Los que adquieran el Diario de un confinado en Olavide online o en librerías de la capital se encontrarán con varias novedades con respecto a lo que pudieron leer en las páginas de este periódico. Entre ellas, varios textos adicionales con prólogo de Manuela Carmena incluido. La exalcaldesa, que no conocía a Ángel, se ofreció a abrir el libro después de leer las entradas del diario con un recuerdo al que fue su barrio y una reflexión sobre el futuro.
Carmena cuenta también las sensaciones que le ha provocado la lectura del diario de Ángel. El autor, que no las conoce, sí que sabe lo experimentado por los allegados que ya han adquirido la edición impresa: “Algunos amigos han vuelto a leer el libro hasta tres veces, porque a cada lectura encuentran cosas que se les habían escapado y les aporta algo nuevo”. El chamberilero cree que los textos enganchan porque ejercen de “relato colectivo”. “A la gente le sirve para recopilar su propia experiencia y su propia vida”, afirma.
Ángel Alda sigue a día de hoy en el norte en el que también fue confinado, desde donde ve con poco optimismo la evolución inmediata de la pandemia: “No parecen muy sensatas las cosas que se están haciendo. Veo miedo al futuro, dudas sobre el gobierno de Madrid... espero que se resuelva, pero solamente pensar en la vuelta de niños y maestros a los colegios se me ponen los pelos de punta. Nadie está pensando en contratar más profesores y habilitar más espacios”, lamenta.
Su pesimismo actual contrasta con la sensación de logro y hasta de euforia que vivió durante el confinamiento: “Entonces tenía la sensación de que aquello era una especie de gesta heroica y colectiva, de comportamiento social útil”, confiesa mientras lamenta que nos hayamos olvidado pronto de lo que sentimos aquellos momentos. “La gente en general no valora la experiencia, no sé si porque estaban hartos o porque creen que había sido una experiencia forzada, como si te meten a la cárcel y luego no guardas grandes recuerdos de esa época. Me genera un poco de tristeza”, añade.