Más de dos meses y medio después de su apertura, el nuevo Mercado de Barceló por fin será inaugurado de forma oficial. El próximo jueves 18 de diciembre, a las 12 horas, la alcaldesa de Madrid Ana Botella descorrerá las cortinas de la placa que fije en la memoria colectiva la fecha de tan magno acontecimiento, aunque a buen seguro la misma no explicará por qué se ha tardado tanto en darle bombo a un asunto que acumula retrasos y más retrasos ni por qué el boato será tan pobre.
Con la actuación de un coro de gospel -a las 12 horas, con repertorio navideño, y que rodará también por otras seis plazas municipales- y las palabras de una primera edil con los días contados en el cargo se solventará la papeleta de bautizar una obra faraónica, la que más presupuesto municipal se ha llevado en toda la legislatura, costando más de 68 millones de euros y que, aún coja y todo -las plantas tercera y última del edificio, las que deberán acoger un gimnasio privado, una plaza pública en altura y un polideportivo público, aún permanecen en bruto y cerradas a la ciudadanía- debería ser una bandera ganadora que cualquier político en época preelectoral se apresuraría a ondear.
Después de que la demora en las obras del nuevo mercado condenaran al cerca del centenar de comerciantes de Barceló al destierro en unos barracones instalados sobre los Jardines del Arquitecto Ribera -en los que malvivieron durante más de cuatro años, el doble de tiempo que el previsto-, hasta la mañana del martes operarios municipales aún no habían retirado de los pentágonos provisionales el equívoco cartel de ‘Mercado Barceló’, el antiguo, ni el horario del mismo junto a una puerta eternamente cerrada. Ambos elementos generaban confusión y muchos comerciantes habían pedido repetidamente su retirada.
“Ya que no han invertido ni un céntimo en dar a conocer a los madrileños que el nuevo mercado había abierto las puertas, con lo que lo necesitamos, al menos que no generen ruido”, se oía decir entre los comercios distribuidos ahora en tres plantas. En cualquier caso, las protestas no han quedado más que en murmullos y siempre sin carácter oficial. Es decir, nunca en representación de la Asociación de Comerciantes del Mercado Barceló, entidad sin ánimo de lucro que gestiona este servicio municipal.
En esencia la situación de los comerciantes de Barceló ha mejorado mucho, hablar del precio que están pagando por esta mejora es otro cantar. En cualquier caso, parece que la consigna de ahora de los miembros de la asociación es la de apretar los dientes y trabajar duro: las compras de Navidad son un regalo que nadie quiere dejar escapar por estar distraído con lamentos pasados, esos que se escapan entre machetazo y machezato de costillar y entre felicitación y felicitación a los clientes por la llegada de las fiestas.
Que un continente con carrocería de Ferrari tenga posiblemente la decoración navideña más pobre de todos los mercados municipales parece ser lo de menos para unos trabajadores que al menos confían en el brillo de las mercancías que ofrecen y en el trato cercano que siempre dispensan a su clientela habitual. La clientela nueva es de suponer que irá llegando cuando la gente de Madrid sepa por fin que el Mercado está de nuevo abierto. A esto también es de suponer que ayudará la visita ‘de baja intensidad’ de Botella, que al menos siempre suele acudir acompañada por un séquito de periodistas y de cámaras de televisión. “¿Quién iba ni a soñar que tendríamos dinero municipal para luces de Navidad si hemos abierto sin cartelería, sin señalética, sin papeleras, sin buena cobertura de teléfono móvil en según qué zonas del centro, sin wifi y sin algo básico en cualquier centro comercial como un sistema de megafonía común?”.
Las carencias del nuevo mercado aún son numerosas. Cualquiera que se acerque a él a comprar puede oírselas cantar al más pintado junto a las buenísimas ofertas del día a día de su establecimiento. Sin embargo, tal y como ya se ha dicho, todas quedan de puertas hacia adentro, tamizadas por las sonrisas de laboriosos dependientes.
Quizá sea ésta el tipo de inauguración que el protocolo municipal dicta para los mercados que no nacen con el apellido ‘gourmet’, ni el adjetivo de ‘pijo’ adherido a su piel; para los mercados con padrino público, con “padrino roñoso”, que es lo que los niños de antes gritaban en los bautizos cuando el encargado de sacar de pila a un recién nacido se estiraba muy poco.