En los jardines de Las Vistillas hay una estatua del escultor Santiago de Santiago dedicada a La Violetera (el popular cuplé compuesto por José Padilla en 1914, con letra de Eduardo Montesinos). El pequeño monumento en bronce, de un metro de altura, no es hoy reseñado en las guías turísticas ni figura entre los más apreciados por los vecinos, pese a lo madrileño del tema. Sin embargo, su génesis y primera ubicación tienen una historia de oposición ciudadana, hoy parcialmente olvidada, que merece la pena recordar en un momento en el que la contrariedad por la erección de otros monumentos polémicos en nuestra ciudad no cristaliza en movimientos tan potentes como el que se opuso a la mujer del pañuelo y la cesta de flores.
La estatua suscitó polémica en su día por dos razones. En primer lugar, por su identificación con la vedette y cantante de origen argentino Celia Gámez, musa del franquismo de la posguerra y encarnación del Ya hemos pasao, respuesta en forma de chotis del lema republicano No pasarán. Gámez había tenido su primer gran éxito en nuestro país como vendedora de violetas en Las Leandras, estrenada en 1931. Allí, caracterizada como chulapa, interpretaba los célebres Pichi y Los nardos. La oposición vino también por la defensa de una determinada concepción estética de la ciudad, pero en ello abundaremos más adelante.
La idea de dedicar una estatua a Gámez surgió en tiempos del alcalde franquista Carlos Arias Navarro, poco después de la retirada de la artista. Se la encargó en 1973 al escultor Santiago de Santiago. Este la terminó, pero los vientos políticos cambiaron durante los años de la transición y el proyecto quedó abandonado. En el currículum del escultor aparece mencionada, premiada en 1975 junto a su monumento a Gustavo Adolfo Bequer.
La estatua actual fue encargada por Agustín Rodríguez Sahagún a de Santiago en 1990 e instalada un año después por José María Álvarez del Manzano en el noble cruce de las calles de Alcalá y Gran Vía, frente al Círculo de Bellas Artes. Según refleja la prensa de la época, por cierto, alguien llegó a plantearse que al conjunto le acompañara la música del cuplé.
No fueron pocos los que dijeron desde el primer momento que la chulapa no era otra que la misma Celia Gámez disimulada (así lo escribió, por ejemplo, Eduardo Haro Tecglen) e incluso Joaquín Leguina, que la tildó de “insoportablemente cutre”.
Aunque la estatua pasa oficialmente por ser un homenaje a Padilla que nada tiene que ver con la cupletista, muchos de sus devotos también dan por hecho que es su figura la que la inspira. El escritor y periodista de ABC Santiago Castelo, por ejemplo, lo dejó por escrito:
“Me duele que no se pudiera poner una estatua. Hubo un boceto que se concretó en La Violetera del escultor Santiago de Santiago y se situó en la esquina de la Calle Alcalá y Gran Vía, delante del edificio de Metrópolis. Aunque es un homenaje a la Violetera, en realidad es Celia Gámez. Después se quitó y ahora está en las Vistillas, creo”.
Pero la estatua también simbolizó la oposición a una concepción estética de la capital de España. En marzo de 1999 un millar de madrileños quedaron en el monumento para manifestarse contra ello. Lo hicieron bajo el lema La rebelión de las musas y fueron convocados por el Club de Debates Urbanos, la Asociación de Artistas Plásticos de Madrid, la Asociación Madrileña de Artistas Visuales Independientes y el colectivo No Nos Resignamos. La acción comenzó tapando con espejos la estatua, “símbolo del mal gusto del alcalde” (Álvarez del Manzano), decían. Y terminó en el viaducto, donde se suicidaron simbólicamente siete musas del arte elaboradas en cartón. Durante la marcha se corearon lemas como “Con este alcalde hortera, Madrid ya no es lo que era.”
El movimiento terminó con la creación de la Comisión de Estética Urbana y la retirada de la estatua en noviembre de 2000. También se abrió el debate de la retirada de la estatua de Francisco Franco en Nuevos Ministerios, que sería desmontada en 2005. Tras un par de años viviendo en un almacén municipal, la estatua de Santiago de Santiago fue colocada en el parque de Las Vistillas, donde sigue repartiendo flores discretamente.
Floristas, violeteras y ramilleteras: de mujerzuelas vilipendiadas a figura idealizada
La estatua castiza tiene grabado en el pedestal del arquitecto Manuel Rivero la leyenda “Como ave precursora / de primavera / en Madrid /aparece / la violetera. / Padilla-Montesinos”. Versos que recuerdan la canción y entroncan con el madrileñismo más limpio. El aroma de la violeta se relaciona literariamente con la juventud y la frivolidad desde que Cadalso publicara Los eruditos a la violeta en 1772. Las violetas son flores que abundan en Madrid, sobre todo a cierta altura y cerca del agua. Una flor que es también un caramelo típico de nuestra ciudad desde que La Violeta empezara a fabricarlos y venderlos cerca de la Puerta del Sol en 1915 (aunque, como el chotis, los churros y casi todo lo castizo es una costumbre importada, seguramente de Francia).
Pero aquellas mujeres del pueblo que vendían flores –que ellas mismas recogían– como el personaje de Sara Montiel en la película, distaban de ser ese tipo castizo idílico que hoy perpetúa el monumento. Como a la mayoría de las de su clase social, y muy especialmente a las que se ganaban la vida haciendo suyo el espacio público, a estas floristas y ramilleteras se las tildó a menudo de mujerzuelas y liantas, y sobre ellas pesó la sospecha permanente de ejercer la prostitución a la puerta de teatros y otros espectáculos públicos.
Eran parte del populacho, cuya actividad quedaba a las afueras del trabajo asalariado y corriente, constantemente vigiladas por las autoridades municipales. En el siglo XVIII se vetó su acceso a los paseantes de clase pudiente en el Prado, en otras ocasiones al interior de los teatros y sufrieron redadas como hoy las soportan los vendedores del top manta. Como ejemplo del habitual desdén que la prensa burguesa profesaba hacia los vecinos de clases bajas dejaremos el comentario de un tal Félix Méndez en la revista Mundo Gráfico en 1913 (recogido en este artículo de La gatera de la villa): son “auténticas alimañas sociales. Son viejas, sucias, desastradas o demodistadas, como se quiera y, por lo general tienen algún defecto físico de los más ostensibles que padecen la Humanidad”.
No cabe duda de que las violeteras madrileñas merecen un homenaje, pero no estamos seguros de que el estereotipo idílico –y tan ligado, bien a Celia Gámez, bien a Padilla– sea fiel reflejo de lo que fueron. Que sirva para recordar a doña Rosario La Chula Fúnebre, conocida violetera del Teatro Español, llamada así por ir siempre de negro y con el rostro muy empolvado; o a Consuelo López, que según el diario El País era en 1978 “la última violetera”.
El maestro Padilla, La Violetera y la poca reacción social ante la estatua de su amante franquista
José Padilla Sánchez, el maestro Padilla (Almería, 1889-Madrid, 1960) fue un conocido compositor, pianista, director de orquesta y empresario musical. Autor de obras tan conocidas como Valencia, su música ha sido declarada de interés universal por la UNESCO.
El tema La Violetera, por cierto, tiene una historia curiosa. En 1931 Charles Chaplin incluyó su melodía en su conocida Luces de la ciudad. Conviene fijarse en el próximo visionado en lo familiar que resulta la música que suena cada vez que sale en pantalla la vendedora de flores ciega de la película. Padilla llevó el asunto a los tribunales y ganó el juicio a Chaplin.
El recorrido internacional de La Violetera no empezó ni terminó con el creador de Charlot. En 1923 había sonado en el musical de Broadway Little Miss Bluebeard con ritmo de tango bajo el título Who´ll buy my violets? Como tango hizo mucha fortuna, desde la interpretación de Carlos Gardel en los años veinte a su inclusión en la película Esencia de mujer en 1992.
La primera violetera conocida para el gran público fue la cantante Raquel Meller –que tiene estatua de violetera frente a El Molino, en Barcelona– y la versión que todos tenemos en la cabeza es la de la película de 1958, con Sara Montiel, cinta homenajeada con el nombre de una calle en Puente de Vallecas.
Su último homenaje fue el de la polémica estatua cuya historia hemos explicado en este artículo. De igual manera que hay quien dice que Gámez es La Violetera hecha bronces, otros vieron disimulada la figura de Millán Astray en el legionario con bayoneta que el Alcalde de Madrid inauguró en 2022 con palabras elogiosas hacia el que fuera responsable de la propaganda franquista durante la guerra del 36.
Millán Astray fue, por cierto, amigo, padrino de boda y, dicen, amante de Celia Gámez. Aunque, como entonces, hubo voces que señalaron como trasnochada e inadecuada la erección, no ha habido una movilización ciudadana equivalente a la que se opuso a La Violetera ante la nueva moda de realismo nacionalista, que incluye también otros monumentos como el de Blas de Lezo, Los últimos de Filipinas o el proyecto de los tercios de Flandes. Quizá hay que pensar qué ha cambiado en las décadas que han pasado entre la llegada a nuestras calles de la pequeña vendedora de flores y el gran legionario armado.