El Madrid idealizado, melancólico y muy cinematográfico de José Luis Garci 40 años después de su consagración

Guillermo Hormigo

Madrid —

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“Me gustaría ser corresponsal del ABC en El Retiro”. Es una de esas frases de José Luis Garci, muy de Garci, que sitúan perfectamente el lugar que Madrid ocupa en el imaginario del director nacido en la calle Narváez. Pero esa presencia va más allá de su biografía personal. De que sea la ciudad donde nació, se formó, se desarrolló como cineasta (y comunicador) o donde ha pasado en definitiva la mayor parte de su vida. La capital es también eso, un aspecto capital, en muchas de sus películas. Algo más que un personaje sin diálogos.

Este año cumplen 40 años del estreno de El crack II, una de sus obras más celebradas. Su lanzamiento se produjo pocos meses después del gran hito en su carrera: el Oscar de Volver a empezar como mejor película internacional. El primero de los cuatro que ha recibido nuestro país, el primero de hecho para cualquier película de habla hispana.

Y aunque el drama protagonizado por Antonio Ferrandis representa la otra gran corriente geográfica de su filmografía, la de Asturias (de donde procede gran parte de su ascendencia), la efeméride ha servido de perfecta excusa para que el Centro de Cultura Contemporánea Condeduque haya rendido homenaje a su figura. Lo ha hecho con un ciclo de cine ya concluido, pero también con una muestra gratuita abierta hasta el domingo 15 de octubre en su sala de exposiciones.

Bautizada como Garcine, los responsables de esta recopilación de imágenes, carteles y materiales procedentes de distintos filmes del cineasta destacan en su descripción el papel de Madrid: “La ciudad que le vio nacer, sin la cual no puede entenderse su producción artística y que con esta exposición rinde un merecido homenaje a unos de sus más ilustres ciudadanos”. Desde su trabajo como coguionista en La cabina de Antonio Mercero, uno de los recorridos más originales y claustrofóbicos a la ciudad, a ese Madrid en blanco y negro salido de otro tiempo que retrató en El crack cero, su último largometraje (de momento).

Pero ¿qué quiere decir que el cine de Garci no se entienda sin Madrid? Para intentar responder a esta pregunta en Somos Madrid conversamos con Antonio Martínez Illán, profesor de la Universidad de Navarra (donde coordina el grado en Comunicación Audiovisual) y Miguel Muñoz Garnica, docente en la Universidad Loyola Andalucía y director de la web El antepenúltimo mohicano. Ambos son autores del artículo académico Mirar Madrid: Areta y el paisaje urbano en la trilogía El crack de José Luis Garci, publicado el pasado mes de septiembre (disponible aquí).

Se trata de un pormenorizado estudio sobre el rol que la ciudad juega en la saga del detective Germán Areta, no solo a nivel narrativo sino también formal. “La imagen fílmica de Madrid sirve para crear un juego de espejos con el protagonista”, explican. Este aparece a lo largo de las tres películas: El crack (1981), El crack II (1983) y la mucho más reciente precuela El crack cero (2019), en las que seguimos las andanzas del detective Germán Areta a la hora de resolver distintos crímenes o corruptelas que se entrecruzan con su vida personal (casi siempre con dramáticos resultados).

Dicho juego de espejos se basa en dos recursos. Por un lado el llamado raccord de miradas: fragmentos de primeros planos del rostro o los ojos de Alfredo Landa (Carlos Santos en la entrega más reciente) enlazados con planos paisajísticos de Madrid de carácter eminentemente documental, por tratarse de localizaciones callejeras filmadas en ocasiones sin pretexto argumental. El otro es un recurso “más radical”, puesto que se desprende de esa correlación entre personaje y espacio para centrase solo en Madrid. Garci “abandona” en ocasiones a su protagonista y propone simplemente encadenamientos de planos de la ciudad sin que Areta intervenga en ellos.

Este ejercicio de análisis visual permite a ambos profesores indagar en algunas cuestiones sobre el tratamiento que Garci da a la capital en su cine y particularmente en su trilogía policiaca. “En el cine negro suele haber una mezcolanza entre personaje y ciudad”, dice Muñoz Garnica. Garci era consciente de ello y así lo reconoció en un pasaje de su libro Noir: “Mi idea, desde que tecleaba el guion con mi amigo Horacio Valcárcel, era que Madrid, día y noche, se fuera enroscando a la historia hasta llegar a ser un personaje más. Igual que Los Ángeles en Perdición, Londres en Noche en la ciudad, Viena en El tercer hombre o Nueva York en Manos peligrosas”.

Muñoz Garnica cree que Garci desarrolla aún más la relación entre el protagonista y el espacio que habita por tener esta intención muy presente desde un principio, por partir de referentes muy claros. “Areta es un personaje que vive para dentro. Las escenas en las que se le vincula a Madrid corrigen un poco esa parquedad. Aunque no haya una excusa sentimental o narrativa en esos planos de Madrid, la relación de miradas crea una especie de complementariedad emocional que nos ayuda a conocer mejor lo que remueve a Areta, quizá porque vemos el lugar que ocupa en la ciudad”.

La correlación de planos entre Areta y Madrid muestra por tanto sus distintos estados de ánimo consigo mismo, con la ciudad y con el mundo: frustración, rabia, impotencia, reconciliación... Al final de El crack un plano muestra al protagonista caminar junto a su pareja por la calle. Poco a poco, el encuadre se va abriendo hasta que ambos se convierten en indistinguibles dentro de la Gran Vía. “Este plano de cierre nos cuenta un equilibrio restaurado que tiene su continuidad en el espacio urbano. Areta se reencuentra con Madrid, su ser”, explican ambos autores en su análisis.

Sin embargo en la secuela, en un momento en el que el personaje está mucho más descolocado y desorientado (como fuera un extraño en las mismas calles por las que siempre se ha movido), la Gran Vía aparece de fondo en una conversación, tras el cristal de una ventana y desenfocada. Como si ya no la reconociera. De hecho, el final de esta película (la última de la saga en estricto orden cronológico de la trama) es una huida de la ciudad.

Según Muñoz Garnica, Garci lleva el cine negro a su terreno dando un mayor peso al melodrama (es decir, resaltando los aspectos más sentimentales de las películas a través de una música subrayada y otras técnicas). Pero no es su única seña de identidad. Estos estudiosos de su obra creen que otra gran particularidad es la correlación de los cracks no tanto con una historia política o social del país (como sucede habitualmente en el género y como sería esperar en una trilogía ambientada en la Transición), sino con “un Madrid biográfico sentimentalizado por el propio director”. Para Martínez Illán se da una paradoja: “Siendo una estética o un estilo muy realista, realmente la mirada nos transmite una visión idealizada incluso de los bajos fondos”.

Una mirada autorreferencial y nada marginal

Un ejemplo de esto es lo que Garci entiende por marginalidad. La primera escena de El crack (luego autohomenajeada en El crack cero) muestra una gasolinera apartada de la ciudad, que parece perdida en la noche. Con ello se pretende acentuar el carácter independiente y esquivo de Areta, su alejamiento de los centros del poder. “Esto es lo marginal para Garci, salirse un poco de la M-30. No vemos Entrevías, ni otras caras de Madrid como puede ser la de la droga que retrató Saura, ni siquiera el Madrid de la Movida. Para Garci, Madrid es El Retiro y sobre todo la Gran Vía”, apunta Martínez Illán. Callao, el Edificio Carrión o, por supuesto, el Cine Capitol.

Así, la saga estaría filtrada por la mirada autorreferencial y hasta cierto punto privilegiada de Garci, que refleja un Madrid más propio de sus referentes literarios o cinematográficos que el que existía en los años posteriores a la muerte del dictador Francisco Franco. Martínez Illán subraya el peso que tiene en la obra del cineasta “su educación sentimental, tanto las películas como el propio acto de acudir constantemente al cine para salir después a una ciudad más o menos gris”. Un factor paradigmático es que las tramas suelen desarrollarse en torno a la Navidad, una época cargada de sentimentalismo.

Lo marginal para Garci es salirse un poco de la M-30. No vemos Entrevías, ni otras caras de Madrid como puede ser la de la droga que retrató Saura, ni siquiera la Movida. Para Garci, Madrid es El Retiro y sobre todo la Gran Vía

Recalca que esta idealización está presente en muchas otras obras. Uno de los casos más evidentes es Tíovivo c. 1950, donde se aproxima a la vida en el Madrid de los años cincuenta (también en época navideña) influido por el relato que su padre le contaba de los años de posguerra. Pero en este caso apenas hay exteriores, el discurrir de la ciudad se refleja eminentemente a través de escenas interiores con pequeñas excepciones como el inserto de un plano del Hotel Palace. Un modo de vida que se reconstruye a partir de distintas microhistorias hilvanadas.

Martínez Illán remarca que esta película, como otras de su última etapa (Sangre de mayo o Holmes & Watson. Madrid Days) introduce el elemento de la recreación histórica, aquí sustentada en los decorados del ganador de dos Oscars Gil Parrondo. Vemos la rutina bulliciosa de los más dispares empleados y clientes en el Café Chicote, el día a día de una taquillera enamorada en la parada de Metro de Retiro (aunque las escenas se grabaron en la ahora estación fantasma de Chamberí) o coches atravesando dicho parque para asistir a una estrambótica capea en el restaurante Florida Park. “Con los años idealizamos aún más los lugares de la infancia, por lo que en un personaje tan dado a la mitificación esta deriva hacia un Madrid cada vez más alejado que ni siquiera conoció, como puede ser el de Galdós, tiene su lógica”, dice el investigador universitario.

Esta visión del pasado y hacia el pasado ha provocado que habitualmente Garci haya sido tachado de reaccionario o de trasnochado. No ayudan, desde luego, polémicas como su desprecio a la que desde el año pasado es la mejor película de la historia según la revista Sight & Sound: Jeanne Dielman, 23, quai du Commerce, 1080 Bruxelles (dirigida por Chantal Akerman).

Sin embargo, en lo que se refiere estrictamente a su cine, Muñoz Garnica matiza ese conservadurismo a partir de las reflexiones de Óscar Pereira Zarzo. Este autor “habla de la nostalgia como una visión idealizada del pasado de carácter político, mientras que la melancolía (en lo que incurre Garci) tiene una orientación de carácter biográfico”. No cree por ello que el director de El abuelo sea un nostálgico del franquismo. Para apoyar su tesis recuerda la cita del periodista Manuel Alcántara que cierra Tíovivo, una película repleta de pullas a la censura franquista, los estragos de la represión en la sociedad, la avaricia de la Iglesia católica o el puritanismo de la época: “Corrían muy malos tiempos, pero vistos a distancia quizá fueran los más nuestros”.

Para concluir, Martínez Illán señala un apunte sobre El crack cero, la película de la trilogía donde Madrid tiene una menor presencia. La razón es que se rodó décadas después de la época en la que está ambientada (1975), mientras las otras dos son coetáneas al momento que retratan. Sin embargo, su póster da todo el protagonismo a la Gran Vía, prescinde del rostro de un Germán Areta aquí encarnado por otro actor. Por contra, tanto en la exposición de Condeduque como en el ciclo sobre Garci que Filmoteca Española organizó este mismo año, una imagen de Areta/Landa es el principal reclamo visual. “Hay una construcción icónica en la que asociamos a Areta con Garci. Sin embargo, en el cartel de El crack cero la asociación es de estas películas con la Gran Vía”. Como si una parte de Garci estuviese en Areta y una parte de Madrid en Garci.

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