En una casa de la calle de la Puebla creo Ramón Gómez de la Serna, una tarde de verano, su aportación más universal: la greguería. RAMÓN fue vecino del barrio, en ésta y otras calles. Posteriormente, en 1963, sus restos mortales regresaron a España desde Buenos Aires (ciudad donde había marchado al comenzar la Guerra Civil). Pocos meses después lo hicieron su peculiar despacho bonaerense y su biblioteca. La operación de traslado costó al Ayuntamiento 10 millones de pesetas de la época, pero el Régimen tenía especial interés en la reivindicación del literato.
Su antimuseo –como él mismo se refirió a su colección- recayó primero en la Casa de la Carnicería, en la Plaza Mayor, fue inaccesible durante bastantes y años y, después, estuvo en el museo Municipal de la calle Fuencarral. Ha sido exhibido en alguna otra ocasión (en el Reina Sofía en 2002), pero ha pasado más tiempo en cajas que expuesto. Ahora, con la reapertura parcial del Museo de Arte Contemporáneo, los madrileños pueden ver en el Conde Duque una exposición permanente que contiene, dentro de una gran pecera, una reconstrucción del célebre despacho.
Para acceder a él hay que subir a la segunda planta, vencer la sensación de extrañamiento que produce encontrarse en un espacio medio vacío, con más aspecto de albergar dependencias técnicas que un museo, y cruzar una puerta oscura. Tras ella espera un espacio enorme, en cuyo centro está el famoso despacho.
Alrededor del despacho hay reproducciones de dibujos del escritor, mesas con libros sobre su figura y fotografías, que recogen su trayectoria vital.
Para entender completamente el espacio se hace imprescindible el visionado de los audiovisuales que –quizá demasiado discretamente- se muestran a un lado de la sala. En las piezas, rescatadas de los archivos de la Filmoteca Española, además de ver al propio Ramón mostrando su genial vis cómica (a medio camino entre la vanguardia y el costumbrismo), asistimos a una vieja grabación del despacho original en Buenos Aires explicado por la que fuera su mujer, Sofía Sofovich.
Y el despacho, claro, una estructura barroca, que bordea el kitsch y el pop, compuesta por una abigarrada colección de objetos de lo más extraños que parecían querer rememorar para el autor su querido Rastro madrileño. Espejos de extrañas formas, objetos circenses, cachimbas, collages inverosímiles sobre los biombos que delimitan el espacio, animales de porcelana…todo un depósito de objetos personales recolectados por el propio Gómez de la Serna que conforman una muestra digna de ser vista por todos.