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El Tetuán de las casas bajas ya no existe: adiós a una de las esquinas más características de Bravo Murillo

Luis de la Cruz

12 de julio de 2022 20:01 h

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Todas las farolas de la calle Bravo Murillo, en su tamo de tetuanero, lucen estos días una publicidad institucional del Ayuntamiento en la que el distrito se identifica con un juego de contrastes entre edificios. De forma esquemática, el diseñador ha dispuesto una T con forma de rascacielos (media Puerta de Europa), un edificio al uso y una diminuta estructura que quiere ser una casita. La casa baja ha estado durante mucho tiempo prendida al imaginario de Tetuán. Y aún quedan, sí, la mayoría en un lamentable estado de abandono, pero su desaparición prácticamente total es cuestión de tiempo tras la moratoria impuesta oficiosamente por la anterior crisis del sector inmobiliario.

En estos momentos se está certificando el deceso en una de las esquinas más representativas de la calle de Bravo Murillo: la de los números 335-37 de la calle, en la esquina con Capitán Blanco Argibay, a la altura de Valdeacederas. Unas casitas situadas es una de las principales arterias de Madrid que ejemplificaban la idea que el creativo de los carteles mencionados tenía en mente –el contraste entre los David y Goliat de los edificios– que hoy languidece. La silueta del característico esquinazo, al que miran por encima del hombro otros edificios altos y, en el horizonte, los rascacielos de las Cinco Torres.

El conjunto de casas bajas comprende dos fincas, de 1910 y 1930, con varios comercios ya cerrados, aunque los más característicos eran dos tabernas de las que guardan la pátina del barrio. En la esquina con Capitán Blanco Argibay, se podía ver hasta hace muy poco el cartel de Cerrado por jubilación de Casa Aurelio. Los operarios trabajan desde hace días desmontando el inmueble, empezaron por el tejado y ya apenas queda nada. Se resiste a caer el ventanal del local, un palimpsesto de los viejos motivos de taberna –como una entrañable jarra de cerveza pintada– y carteles pegados con papel celo, que deja ver un interior deshaciéndose a manos de los obreros. Un expediente demolición, en marcha ante el Servicio de Medio Ambiente y Escena Urbana desde el pasado 20 de mayo y  tramitado bajo declaración responsable –como casi todo lo que echa a andar en esta ciudad– certifica su final.

Previsiblemente, luego irá, para juntar ambas fincas y poder construir un nuevo esquinazo en altura, el edificio donde estaba la antigua Casa Sotero. Por ahora el pequeño patio interior del establecimiento sirve de material de almacén para los obreros que trabajan en el desmontaje de su construcción siamesa. De momento ya se han llevado las tejas.

La taberna, que llevaba vigilando desde 1934 la entrada en Madrid a través de la calle Bravo Murillo, se mudó a la cercana calle de José Tobeñas el año pasado. Entre las motivaciones de sus rectores para abandonar la ubicación histórica del negocio familiar, contaban la necesidad de disponer de un espacio mayor, pero también la incertidumbre ante el destino del inmueble en el que estaba el local, que habían intentado comprar sin éxito en distintas ocasiones. Miguel Ángel, de Casa Sotero, nos cuenta que “me da mucha pena, porque ahí quedan muchos recuerdos y gran parte de nuestra vida, la de mis padres y abuelos…”

Pronto, esta esquina característica de Bravo Murillo habrá dejado de existir, y con ella se marcha un poco más el recuerdo centenario de la formación de Tetuán –patrimonio inmaterial, le llaman los técnicos–, de su paisaje urbano, su registro popular, su diversidad arquitectónica…Queda casi sellada la identificación de Tetuán con las viejas casas bajas, aunque quedan en pie algunos ejemplos interesantes, como el conjunto de la calle de la Tablada, que urge proteger.