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Veinte años para una zona verde: las vicisitudes del parque Manolito Gafotas de Carabanchel

Víctor Honorato

27 de noviembre de 2022 22:00 h

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Los residentes de Carabanchel Alto vienen suspirando desde hace prácticamente dos décadas por una cuña de terreno de cuatro kilómetros encajada al final del ensanche, entre dos autovías, donde Madrid se acaba y empieza Leganés. El ansiado parque lineal lleva siendo una promesa desde que se proyectó la expansión del barrio, en 1999. Eran los tiempos del esplendor de la colaboración público-privada, la novedad de la liberalización del suelo como principio general y el protagonismo de las juntas de compensación urbanística, en las que las empresas venían a ejercer de subcontratas municipales para la urbanización de los terrenos públicos. Todo eran ventajas, repetían los defensores del gobierno mínimo, pero en Carabanchel la cuestión encalló.

La urbanización del ensanche acumuló retrasos desde el inicio. Llegado 2004, muchos vecinos, con sus casas ya terminadas, se vieron obligados a pagar a un tiempo hipoteca y alquiler, porque los viales estaban sin completar y no podían mudarse legalmente a sus nuevos hogares. El Ayuntamiento acabó tomando posesión del suelo, pero la junta de compensación se despreocupó del arbolado y la cuestión quedó desde entonces en un limbo jurídico de pleitos y más pleitos para determinar a quién correspondía rematar el conjunto, que se extendieron durante años. Lo recuerda ahora Pedro Casas, presidente de la Asociación de Vecinos de Carabanchel Alto, que vive en el barrio desde los 70, cuando en el área no había más que “campos sembrados de cereales, ovejas, un picadero y un campo de fútbol”.

Ante la inacción de empresa y Ayuntamiento, pronto empezaron los esfuerzos vecinales por levantar el parque, a través de ‘arboladas’ periódicas con las que se trató de añadir algo de verde al marrón tierra y gris cemento característicos de los Programas de Actuación Urbanística (PAU). La extensión del parque se vio mermada por actuaciones como la construcción de la M-45, que obligó a recortar la superficie inicial. Hasta por la propia denominación del lugar hubo que pelear: aunque los vecinos estaban de acuerdo en el nombre de Manolito Gafotas, protagonista de las novelas infantiles de Elvira Lindo, ambientadas en el barrio, el Ayuntamiento de Alberto Ruiz-Gallardón rechazó, de entrada, avalar la elección popular.

Acabó transigiendo con eso, en 2006, pero las obras siguieron sin concretarse. En 2010, el Gobierno local decidió que iba a ejecutar los trabajos subsidiariamente, reclamando más de medio millón de euros del aval que la junta de compensación había depositado inicialmente. Resolver esta cuestión llevó casi otra década, pero a finales de noviembre de 2021, el Ayuntamiento declaró que las obras empezaban y el parque estaría listo en seis meses. Un año después, la inauguración se anuncia inminente, pero se sigue postergando.

El 'encanto' de lo agreste

“Es un poco salvaje, pero para andar no está mal”, reflexiona ahora el líder vecinal, subiendo la pendiente de parque, cerca de su extremo sur, de la escuela infantil, no lejos de una torre de alta tensión. Conviven en la zona las muestras del esfuerzo vecinal, con pinos y almendros que ya dan sombra, con los pimpollos recién plantados, fuentes con el plástico sin retirar a las que ya les falta el grifo, bancos que parecen instalados un tanto inopinadamente y una senda peatonal de tierra que termina bruscamente. Resulta que las obras recientes derivan del plan original y, pasadas dos décadas, no cumplen los requisitos y servicios de un parque municipal. El Ayuntamiento prevé, en ese sentido, una segunda fase de las obras, que no empezarán hasta marzo o abril, en el mejor de los casos. “No reúne las condiciones, falta el alumbrado o acondicionar las zonas de juegos infantiles”, señala Casas.

Los absurdos administrativos se han sucedido en estos años. Pedro Casas recuerda un incendio en unos matojos que los bomberos apagaron, pero cuyos restos no limpiaron los servicios de limpieza municipales porque, como el Ayuntamiento aún no había tomado posesión, no tenían competencia. La lucha ciudadana sirvió, no obstante, para vertebrar el ensanche, uno de los pocos de los proyectados en los años 90 en la ciudad que muestran una continuidad con la trama urbana anterior, y cuyos habitantes mantienen vínculos con el Carabanchel histórico, porque muchos se han mudado desde allí o conservan familia en los alrededores. En las plantaciones periódicas –la última, en marzo, tras dos años de pausa por culpa de la COVID -19– participan hasta 200 vecinos. Estos vínculos de barrio también fueron útiles para detener la instalación de un cantón de limpieza al lado del parque, que el Ayuntamiento impulsó, pero acabó abandonando.

En el extremo norte, el parque nonato se acerca al pinar de San José, con sus árboles perfectamente ordenados y el hospital de paliativos al fondo. Su orden centenario contrasta con el deslavazado nuevo espacio. Casas, que este año ha cumplido 70 años, intenta no desesperar, pero señala el agravio comparativo con el Madrid llamado noble: “Si esto pasa en Recoletos no tardan 20 años, por mucho pleito que hubiese”.