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Bolonia, el viaje a ninguna parte

Carlos G. Figuerola

Profesor de la Universidad de Salamanca —

El 19 de junio se cumple el 14 aniversario de la firma de la Declaración de Bolonia para la construcción del Espacio Europeo de Educación Superior. Catorce años de andadura son muchos años y tal vez sería bueno preguntarse acerca del recorrido efectuado en este tiempo. Tanto la propia Declaración como las que han venido después son algo grandilocuentes, pero claramente podemos distinguir dos grandes ejes de actuación: la consecución de una estructura académica común y el cambio en las metodologías docentes.

Una estructura académica común a toda Europa posibilitaría que pudieran reconocerse con facilidad los estudios cursados en cualquier país; esto debería potenciar la movilidad tanto de profesionales ya titulados como la de estudiantes.

Los instrumentos para conseguir esto serían los nuevos títulos de Grado y Máster, y los créditos ECTS. Los créditos ECTS son como una especie de euro académico, una unidad de medida del tiempo de trabajo del estudiante común a todas las universidades y países del Espacio Europeo; la duración/intesidad de asignaturas, cursos, etc. se mide en créditos ECTS y eso permite establecer equivalencias y ratios entre lo cursado en un país/universidad y otro.

Los nuevos títulos deberían sustituir a los muy diversos e incompatibles sistemas de cada país, de manera que un Grado español fuese, por ejemplo, equivalente a un Grado inglés. Pero para que esto hubiera sido posible, los Grados deberían tener la misma duración en la medida común, el crédito ECTS. Esto no ha sido así y nuestros Grados tienen, salvo excepciones, 240 créditos (4 años) mientras que los de la mayor parte de los países europeos tienen 180 (3 años). ¿realmente vamos a dar el mismo valor a un graduado inglés, con 3 años de estudios superiores, que a uno español con 4 cursos completos?

De otro lado, y suponiendo que pudiera salvarse este obstáculo, ¿cómo hacer equivaler títulos de contenidos tremendamente diversos? Nuestros Grados versan sobre materias sumamente especializadas, muchas de las cuales es imposible encontrar en otros países. Nuevamente, ¿cómo establecer equivalencias? Es verdad, hicimos cinco grandes ramas de conocimiento; incluso establecimos una serie de materias básicas comunes a cada rama. Pero rápidamente las convertimos en asignaturas, subtítulos de asignaturas, perfiles, etc. que descafeinaron ese carácter común de una misma materia básica para toda la rama de conocimiento.

De manera que la equivalencia de estudios y títulos, y la transitabilidad entre las países del Espacio Europeo está por ver, más alla de los programas Erasmus (que, por cierto, ya existían antes de Bolonia).

El segundo gran eje de actuación era el cambio en las metodologías docentes; un abandono de las clases a base de lecciones magistrales en favor de una enseñanza más activa por parte del estudiante (también del profesor, necesariamente). Una enseñanza cuyo objetivo debía ser la adquisición de destrezas y competencias frente a la mera acumulación de conocimientos.

Es verdad que dicho así suena muy bien, pero la concreción de estos objetivos en el día a día dista mucho de ser sencilla. La evaluación continua, por ejemplo, que al parecer formaba parte del bagaje de Bolonia aunque no se la mencionase explícitamente en ningún documento, se ha entendido de formas diversas: desde sustituir los clásicos exámenes finales por la entrega de trabajos hasta la realización de esos mismos exámenes … todas las semanas.

Sea como fuere, resulta evidente que un cambio de esta naturaleza requiere inversiones importantes. Uno puede impartir una lección magistral a 25 o a 250 alumnos sin gran esfuerzo adicional; pero adoptar el modelo Bolonia en este aspecto requiere una ratio alumno/profesor reducida. Ya desde un principio muchas Comunidades Autónomas establecieron que la transición a Bolonia debía efectuarse “a coste cero”; pero las actuales políticas de austeridad han dado la puntilla a cualquier intento serio de avanzar en esta línea.

Así que catorce años después lo que hemos conseguido es llamar Grado a nuestras titulaciones sin que eso suponga diferencias efectivas importantes con lo que antes llamábamos Licenciaturas. El círculo se cierra y parece que hemos vuelto a nuestros orígenes pre-Bolonia; un largo viaje para quedarnos donde estábamos al principio.

El 19 de junio se cumple el 14 aniversario de la firma de la Declaración de Bolonia para la construcción del Espacio Europeo de Educación Superior. Catorce años de andadura son muchos años y tal vez sería bueno preguntarse acerca del recorrido efectuado en este tiempo. Tanto la propia Declaración como las que han venido después son algo grandilocuentes, pero claramente podemos distinguir dos grandes ejes de actuación: la consecución de una estructura académica común y el cambio en las metodologías docentes.

Una estructura académica común a toda Europa posibilitaría que pudieran reconocerse con facilidad los estudios cursados en cualquier país; esto debería potenciar la movilidad tanto de profesionales ya titulados como la de estudiantes.