La Meseta es un nuevo blog en el que Castilla y León se abre a la red, sin cortapisas, sin presiones y con un único objetivo: informar, contar, relatar. Informar lo que ocurre esta Comunidad Autónoma sin que nadie imponga sus criterios. Contar lo que habitualmente no se encuentra ni en la Red ni en papel. Relatar opiniones de los que tengan algo de qué opinar. Todo ello pensado para una tierra mesetaria, en la que apenas hay sobresaltos, y con la pretensión de aportar un grano de arena para el avance intelectual y material de esta región.
La lucha por nuestros pueblos es de las mujeres
Históricamente, el trabajo callado de las mujeres, sus revoluciones siempre silenciosas y en muchos casos silenciadas, han hecho que pasemos por alto el valor de sus actos, valor, no solo en relación con la valentía de estos, sino por su capacidad para cambiar las cosas.
Las mujeres son una parte vital para que nuestros pueblos sobrevivan, sobre todo por el rol que siempre han ocupado principalmente en su trabajo en la casa o, en alguno de los casos, como colaboradora necesaria para el ordeño de las vacas, la alimentación de los corderos, la plantación del grano o para la recolecta de todo tipo de producto agrícola, eso sí, sin derechos de copropiedad hasta hace muy poco.
Su rol, casi por definición, el de cuidadora, tras ser inculcado en nuestras mentes desde el Catecismo y la propia sociedad machista en la que vivimos desde hace siglos, es el que mejor refleja el papel de la mujer rural, sobretodo en los pequeños pueblos. Cuidadora de sus hijos, que, por supuesto, había que tenerlos, luego cuidadora de sus padres y suegros, que, por supuesto, no quedaba más remedio, y también ese “cuidado” a su marido.
Algunos siempre han pensado que esto es “lo que debe ser”, pero frente a ello, el movimiento modernizador que comenzó a asentarse en los últimos años de democracia en España, parece que derrotó definitivamente la idea asentada con normalidad del “que no quedaba más remedio” y que fuera sustituida por otra absolutamente revolucionaria para muchos y muchas, reconocer la autonomía de las mujeres para decidir tener o no hijos, trabajar en casa o fuera de ella, ser copropietaria o no de las explotaciones agrarias o ganaderas y otras muchas posibilidades de poder vivir de otra manera y no tener que marchar de sus pueblos sino vivir “otras vidas” allí.
Mujeres jóvenes, y no tan jóvenes, comenzaron a formarse gracias al apoyo de instituciones públicas, organizaciones y asociaciones de mujeres para que ellas pudieran ser empleadas por cuenta ajena o convertirse en emprendedoras. Esa riqueza que supone la formación y el emprendimiento sirve para reforzar su autonomía y libertad y con su trabajo mejorar la vida en su entorno. En los pequeños pueblos desde hace más de una década todos conocemos mujeres empleadas principalmente en servicios sociales básicos, como limpiadoras, cuidadoras, auxiliares de enfermerías cocineras, por poner unos ejemplos. Gracias al desarrollo del Estado de Bienestar impulsado por los gobiernos socialistas de los 80 y 90 y reforzado con la aprobación de la Ley de la Dependencia por el último Gobierno Socialista, estos nuevos yacimientos de empleo han supuesto dignificar su labor siempre callada, muy importante para la supervivencia de nuestros pueblos, para la pervivencia con calidad de vida de nuestros mayores en el mundo rural, donde la crisis, la pobreza y desigualdad se acrecienta en momentos como los que vivimos.
Cuando desde el Gobierno, mejor dicho cuando desde el Ministerio de Hacienda, se toman decisiones con el beneplácito de otros ministerios y se reduce de forma drástica la implantación de la Ley de la Dependencia, o los servicios sociales básicos, se está dañando especialmente a estas mujeres, se está dejando perder para el desarrollo y futuro de nuestro país, del que son parte fundamental muchos pequeños pueblos el valor añadido que suponen para su supervivencia estas mujeres que tras formarse y trabajar de manera de cualificada se quedan de nuevo relegadas a sus casas y a ser cuidadoras no dignificadas con un salario y una seguridad social.
La pretendida reforma de los Gobiernos Locales, que también tiene en mente el Ministro de Hacienda, es un ejemplo más de que nuestros pueblos y sobretodo sus mujeres no son reconocidas a la hora de tomar decisiones sobre su supervivencia. Las políticas llevadas a cabo por los Ayuntamientos en pequeños municipios estaban principalmente destinadas a ellas, pues está demostrada su alta participación en cursos de educación informal, en actividades de salud y consumo y en la participación activa en la vida municipal. No hay que olvidar cómo muchas, históricamente silenciadas en los pequeños pueblos, han sido destinatarias de ayudas y apoyo, nunca suficiente, por sereno haber sido víctimas de violencia machista.
Son unos ejemplos de esa erosión callada a la dignidad de las mujeres y, en especial, a las que viven en el mundo rural, por las políticas de destrucción del Estado del Bienestar. Quienes nos gobiernan hoy en todas las grandes instituciones de Castilla y León y en el Gobierno de España deben ser conscientes de la realidad de nuestros pueblos, de la de sus mayores, que requieren un sistema digno de servicios sociales básicos y del valor que sus mujeres tienen. Cuando tanto se habla hoy en día de la “sostenibilidad” de la estructura territorial no se está pensando en quienes de verdad hacen sostenibles, porque los que “sostienen” nuestros pueblos son sus gentes y sin duda las más luchadoras, aunque de manera más callada, ellas.
Históricamente, el trabajo callado de las mujeres, sus revoluciones siempre silenciosas y en muchos casos silenciadas, han hecho que pasemos por alto el valor de sus actos, valor, no solo en relación con la valentía de estos, sino por su capacidad para cambiar las cosas.
Las mujeres son una parte vital para que nuestros pueblos sobrevivan, sobre todo por el rol que siempre han ocupado principalmente en su trabajo en la casa o, en alguno de los casos, como colaboradora necesaria para el ordeño de las vacas, la alimentación de los corderos, la plantación del grano o para la recolecta de todo tipo de producto agrícola, eso sí, sin derechos de copropiedad hasta hace muy poco.