En un mundo ideal, la forma de los automóviles atendería fielmente a su función: perfilado aerodinámico, baja altura, cola truncada… Sin embargo, cuando el mercado demanda vehículos con silueta todo camino, no hay más remedio que atenderlo. Y esta realidad se puede abordar también desde la sensatez. La marca nipona explora por primera vez el terreno de los SUV compactos con el Mazda CX-30, cuyo tamaño se sitúa entre el Mazda CX-3 y el Mazda CX5, explotando las virtudes de una carrocería visualmente más grande, tan manejable como la de un turismo compacto de similares prestaciones y consumos: el nuevo Mazda3.
Exprimiendo el espacio
Considerando las motivaciones que llevan a un cliente a decantarse por este tipo de vehículos, se ha trabajado en una arquitectura de carrocería que beneficie en extremo la habitabilidad interior, el espacio entre los ocupantes y un maletero que acompañe distintos momentos vitales en compañía del automóvil. Sirva como ejemplo la distancia entre las butacas delanteras. Sus 740 milímetros son idénticos a los que se disfrutan en el Mazda CX-5, lo que permite colocar una consola de suelo grande, con un generoso reposabrazos central.
Las plazas traseras tienen la banqueta situada excepcionalmente cerca del suelo, lo que permite aprovechar mejor el espacio detrás de los respaldos traseros para las rodillas al tiempo que libera espacio a la altura de la cabeza para los pasajeros más altos. Y con un ojo en la interacción entre los pasajeros, los rostros quedan en el mismo plano de forma natural. A esto hay que añadir la búsqueda conseguida de calidad de sonido, un espacio minimalista y elegante que deja paso al bienestar de los ocupantes.
Observando el cuerpo y su funcionamiento
El punto “H” es una de las fijaciones de los diseñadores cuando calculan los movimientos del cuerpo a la hora de acomodarse en el interior. El lugar donde la cadera pivota entre el tronco y las piernas queda más bajo que en cualquier otro todocamino, por lo que el acceso resulta cómodo y natural. Que el vano de las puertas sea suficientemente amplio se ha conseguido haciendo más generoso el ángulo de apertura de las puertas y rebajando el grosor de los pilares. El grosor, y también su perfil.
Después de estudiar cómo el ojo humano es capaz de construir la trayectoria de un objeto en movimiento incluso cuando no lo está viendo, los pilares “A”, que enmarcan los laterales de la luna delantera, tienen una elaborada sección trapezoidal cuya parte más fina es la que se cruza con los ojos del conductor. Una sofisticada forma de garantizar un mejor cálculo de las distancias e incrementar la seguridad de la conducción, atendiendo al comportamiento humano.
Bajo estas mismas premisas de percepción visual, se han diseño la instrumentación, el salpicadero y hasta las molduras de las puertas. De forma muy sutil pero pretendida, las líneas de la carretera coinciden con estos elementos del interior. Gracias a ello, resulta más confortable mantener la posición del coche dentro del carril de forma inconsciente, con la mirada puesta en el asfalto. En esta línea, la información proyectada en el parabrisas head up display refuerza este patrón de atención y visibilidad.
Un tamaño compacto no está reñido con la capacidad de maletero. Con 430 litros, el espacio para el equipaje del Mazda CX-30 resulta apropiado para la orientación del vehículo. Sin ser una cifra neta sobresaliente, se ha trabajado en que las formas sean muy regulares para aprovechar al máximo la superficie. Cabe sin problema un carro de bebé de tamaño estándar y una maleta de mano. O cuatro maletas de cabina, que se pueden aupar con facilidad al quedar el umbral de carga situado a 731 milímetros del suelo.
Versátil y espacioso, aprovechado al máximo, el Mazda CX-30 permite disfrutar de la experiencia que se espera de un SUV híbrido compacto, desde la misma perspectiva de diseño, funcionalidad y seguridad que marca la segunda generación de vehículos Mazda fiel a un diseño KODO muy sofisticado y la experiencia Jimba-ittai o integración entre hombre y máquina.