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Entrevista

Alba Troya, divulgadora ambiental: “Bucear en el mar Menor fue apocalíptico, horrible y devastador”

La divulgadora Alba Troya, cuyo perfil en redes sociales es Leyendo el monte

Aldo Conway

Murcia —

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Alba y Guille encontraron en la fusión de sus mundos la llave para su proyecto de divulgación ambiental, 'Leyendo el Monte' (@leyendoelmonte), que acumula más de 40.000 seguidores en Instagram y YouTube desde el mes de enero. Alba (Fuenlabrada, 1999) formada en gestión forestal, y Guille (Leganés, 1993), desde un ámbito social, comenzaron fotografiando y catalogando plantas: “Me gustaba llegar a casa e identificarlas para tenerlas archivadas; era como hacerme una ficha técnica. Guille empezó a aprender de fotografía y poco a poco fuimos haciendo vídeos, pero [el propósito era] aprender nosotros; casi como el que atrapa un Pokemon”. Sin llegar a caer en la solemnidad académica, el didactismo de su formato hace que, de una estudiante de Biología a un chaval viendo reels a las tres de la mañana, cualquiera capte y asimile perfectamente el mensaje. Algo que es muy complicado dada la tendencia del Internet de hoy en el que prima el consumo de contenidos de corta duración y la necesidad de estímulos constantes. 

Otro de los rasgos que definen las redes sociales de esta década es la marabunta de desinformación y posverdad que inundan las cajas de comentarios, los foros y, en general, todos los espacios en los que alguien pueda plasmar su opinión, por lo que muchas veces la tarea de los divulgadores acaba siendo, también, la de combatir estos mensajes.

Alba y Guille, sin embargo, han comentado a elDiario.es de la Región que, en su caso, no han tenido mucho problema: “Nosotros no es que digamos cosas ambiguas y estamos notando una buena acogida. Lo que vemos es que se genera debate, y eso nos gusta; a veces vemos en los comentarios que un súper ecologista y un cazador están de acuerdo en algo y es muy guay. Por ejemplo, cuando queríamos hablar de la pesca del salmón, teníamos muy claro que queríamos abordar las dos partes, porque ni el ecologista más purista tiene razón ni tampoco los pescadores. Los pescadores tienen una función en el río, igual que la tienen los ganaderos en el monte; son dos aspectos que tienen que convivir: la conservación de las especies y las actividades [del sector primario]. Ahora mismo es el ganado doméstico lo que sustituye a los grandes herbívoros que hubo en el pasado. Hay que intentar reconciliar a esos grupos a través de una gestión adecuada; conocí a un guarda en Asturias que me dijo que sabía que estaba haciendo bien su trabajo cuando los ecologistas y los ganaderos se le quejaban por igual”.

“Muchísima basura”, en un mar “muy muerto”

El proyecto 'Leyendo el Monte' visitó hace unos meses la Región de Murcia para elaborar un reportaje sobre el estado del Mar Menor dividido en varios fascículos. Cuenta Alba que en, un primer momento, “lo imaginaba peor. Probablemente porque cuando fuimos no estaba todo tan removido; pero de cómo imaginaba el Mar Menor, cómo imaginaba una laguna salada, ese pedazo de ecosistema… me pareció desolador, desértico; me pareció muy muerto. No desprendía mal olor ni vi suciedad en el agua como tal, que quizá es lo que le pueda venir a uno a la cabeza al pensar en el Mar Menor, pero desde luego tampoco vimos la riqueza que debería tener una laguna como aquella”.

“Buceando ya fue apocalíptico, horrible, devastador. Muy, muy mal”. Para hacer una comparativa, Alba y Guille se sumergieron también en el Mediterráneo, en Cabo de Palos, que está catalogado como uno de los mejores lugares del mundo para practicar el buceo. “En Cabo de Palos había una claridad enorme, se veía todo y muchísima biodiversidad, a nivel de fauna, pero también de algas, plantas y esponjas, estrellas, anémonas. Te parabas en cualquier sitio y veías mogollón de cosas. Y en el Mar Menor, la verdad, yo lo disfruté en el sentido de que fue como dar un paseo por un paisaje apocalíptico. No me imaginaba algo así. Imaginaba, bueno, no sé, quizá algo diferente al Mar Mediterráneo, no tan rico, pero no llegué a pensar en que no se vería nada. En un momento dado, nos giramos y nos perdimos; ya no nos veíamos. Tuvimos que salir a la superficie. Se veía algún pececillo por ahí sobreviviendo que daba un poquito de cosa, el pobre, y también había muchísima basura. Salimos con una sensación de tener que ducharnos y que íbamos a coger infecciones”. 

En una de vuestras entrevistas comentasteis la problemática con el emisario de Cala Reona.

El emisario es una tubería submarina que descarga las aguas residuales en el mar. Nos contaron que a veces aparecían heces flotando en el agua, pero creo que la problemática no queda ahí, porque lo único que cambia con la rotura del emisario es que las aguas residuales salen a la superficie, que es por lo que se pone el grito en el cielo, en lugar de llevarlas a treinta metros de profundidad, pero esos vertidos iban a ir a parar al mar igualmente. Pero claro,  ¡Ay, qué drama, que ahora lo vemos los bañistas! Es un problema de la depuración de las aguas, que no es suficiente. 

Mencionáis en ese trabajo la importancia de la conciencia corporal a la hora de practicar deportes como el buceo.

Es un concepto de la escuela de buceo [La Perla Negra Dive], ya que los chavales que lo llevan están bastante comprometidos con la conservación marina. Dicen que una parte importante del buceo tiene que ser la conciencia corporal. Cuando de repente entras en otro ecosistema, como es el medio acuático, tienes que aprender a controlar tu cuerpo, a moverte. También en la montaña. Tienes que aprender a no hacer ruido, a hablar más bajito, a ir más despacio. Creo que es muy necesario, sobre todo para bucear en zonas tan delicadas, porque cuando estás ahí abajo te das cuenta de que a nada que aleteas un poco perturbas muchas cosas, mueves la tierra y, de repente, como todo va más lento, cualquier movimiento parece mucho más escandaloso.

Ocurre con los deportes en la naturaleza, como el trekking o la escalada, que sirven para concienciar, pero también dejan una huella.

Es un tema complicado, porque antes el aprovechamiento del monte era otro; antes la gente vivía en los pueblos, el sector primario era más activo, la gente tenía su ganado… Por lo que esta forma de ocio es una buena manera de que los montes no estén abandonados, porque la gente que vive en la ciudad también quiere disfrutarlos.

El problema es cuando [el trekking o la escalada, por ejemplo] se ven solamente como un deporte y no como una interacción con el medio. Saber que si en una pared hay un nido de aves no se puede escalar por ahí, o el tema de la alimentación de la fauna.

Por eso creo que en esta materia hace falta mucha divulgación para que la gente, aparte de hacer deporte, disfruten cuando vayan al monte; y que también se invierta. El monte puede acoger a más gente, pero siempre que se respeten los caminos para no machacar a la flora, que se sigan unas pautas. Nosotros pensamos que la gente tiene que respetar el medio y lo comprenda, pero desde el querer hacerlo: que la gente sea consciente de a dónde va y valore el entorno.

¿Entre el Mar Menor y el Mediterráneo, qué diferencias habéis podido apreciar en la gestión del entorno?

Por lo que nosotros aprendimos allí con con la gente que estuvimos entrevistando, el Mar Mediterráneo ha ganado mucho. Fue un desastre el buceo en su momento, pero ganó mucho porque se puso unas tasas a la gente que bucea y ese dinero se invierte en el mantenimiento del ecosistema en el que están realizando la actividad. También hay un área protegida de pesca donde no se puede bucear, no se puede hacer nada. Los buceadores lo han entendido y se está cumpliendo bien y se está llevando una buena gestión porque se hace mogollón de actividad. Hay mucha economía alrededor, pero no le afecta al ecosistema, le puede hasta beneficiar por esa inversión que se hace. ¿Y en el Mar Menor? No te sabría decir en qué momento ha sido el fallo, pero la gestión ha sido pésima.

¿Creéis que las tasas son positivas o que solo ponen precio a la contaminación?

Es que depende de cómo se gestione ese dinero y de qué precio pongas, porque como decíamos antes, sí que es verdad que que el monte pueda acoger a más gente, pero siempre y cuando se invierta más en su mantenimiento, en arreglar los desastres que la gente pueda hacer. Entonces, sí que entendemos que que si se pone una tasa razonable, que no sea soltar 50 pavos por hacer una ruta, que no sea elitista, que pueda acceder todo el mundo, pero que sea un dinero redirigido a al ecosistema, sí.

Al final, ese daño que tú estás haciendo, haciendo esa actividad, haciendo esa ruta, se está multiplicando por miles de personas, por lo que si el dinero se destina a un plan de gestión y a una gestión bien hecha, sí que me parece viable. O sea, me parece viable en vista al panorama que tenemos porque de otra forma lo que habrá es un monte destrozadísimo que va a poder  acoger gente durante diez años y ya.

Ahí es donde creemos que la divulgación es más importante, porque puedes decirle a alguien “oye, no puedes salirte del camino”, o puedes decirle “oye, mira, te voy a enseñar esta planta que solo crece en esta zona; crece por aquí. Por eso hemos puesto este camino para que no se pisen. Y es súper frágil y alimenta este polinizador”. Y la gente lo flipa y lo respeta. La gente no hace las cosas mal con mala intención, pero si les dices que no hagan algo y no me explicas el por qué, es más complicado. Además, la gente que va a la montaña es gente dispuesta a aprender y a disfrutar de la ruta que se va a hacer. Solo falta alguien que pueda ampliarles información.

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