Ocurrió durante las Terceras Jornadas de Tradición y Folclore organizadas por la asociación El Malacate Flamenco, el viernes 16 de Marzo. La “ciudad alucinante” de La Unión fue testigo. Allí y entonces se dio constancia de los primeros pasos en la andadura de un nuevo camino hacia el viejo encuentro del flamenco y del trovo.
Curioso contraste esto de encaminarse novedosamente hacia un viejo encuentro. Se trata de una experiencia poco común, pero por la que ha pasado cualquiera. Dos viejos conocidos vuelven a encontrarse al cabo de un tiempo. No se reconocen. Dudan por un instante, se examinan de arriba a abajo. Y al final se acuerdan el uno del otro. Se conocían de sobra. No obstante, y gracias a ese primer momento de extrañeza, ambos descubren algo nuevo en el otro.
Dos preguntas salen al paso. Primera: ¿De qué se conocían el flamenco y el trovo, concretamente en el contexto de la Sierra y el Campo de Cartagena? ¿Cómo se encontraron por vez primera? Y segunda: ¿Cómo pueden volver a encontrarse, casi como si no se conocieran, aún conociéndose ya de sobra?
A la primera pregunta podemos contestar en abstracto. Para que dos cosas se encuentren, una tiene que arrimarse a la otra, salir a su encuentro. Hay, no obstante, una respuesta concreta. La ofrecieron con magisterio en sendas conferencias Joaquín “El Palmesano” y Paco Paredes.
El trovo de la Sierra y Campo de Cartagena toma forma a finales del XIX, con la figura de José María Marín, y de José Castillo, Manuel “El Minero”, y otros tantos. Éste es el trovo que perdura allí hasta hoy vivo. Es el trovo en el que los troveros reconocen hoy su linaje, distinguiendo las épocas a las que dio continuidad Ángel Roca. Y es el trovo cuyas formas métricas y modalidades se mantienen, y sobre los cuales se añaden otras, como las contribuciones del propio Palmesano–Décimas encadenadas, Quintillera y Entrevista (que modifica una modalidad chilena).
Aunque el trovo adquiere su forma actual en el ámbito de influencia de la sierra minera de Cartagena y La Unión, a su nacimiento contribuye el surlevante en su conjunto. El origen de los cantes mineros es también múltiple, palpable en la ambigüedad de la denominación más primitiva de sus estilos. La historia del trovo y el cante está ligada también al Rojo el Alpargatero, a Concha Peñaranda (La Cartagenera), a Pedro el Morato, al Cojo de la Playa, y a otros tantos. El trasiego cosmopolita al que por entonces se vio sujeto el surlevante resulta crucial para el desarrollo de ambas artes.
Paco Paredes explicó cómo, en el primer encuentro entre el trovo y el flamenco, es éste último el que sale al encuentro del primero. Si uno atiende a la métrica, la hermandad formal entre el trovo y los cantes mineros salta a la vista. Hay en cualquier caso evidencia documental de esta íntima conexión, subrayada ya por Génesis García entre otras. La presencia del flamenco es también un rasgo que diferencia a este trovo de similares tradiciones en comarcas cercanas. En la segunda mitad del XIX, el flamenco se arrima al trovo. El cante minero empieza cantando letras de troveros. El trovo se aflamenca.
Paredes repasó minuciosamente algunas de las letras de origen trovero que fueron aflamencadas. Empezó recordando versos del trovo de Pedro el Morato que divulgó Antonio Chacón. Señaló también cómo Marín trajo de la Guerra de Cuba el cante de la guajira, unido a la métrica de la décima. Continuó refiriéndose a Emiliana Benito, creadora de la “Emiliana”, cuyos versos de “La Grabiela” grabó la Niña de los Peines metidos por tarantas. También mencionó al Cojo de Málaga, y su importancia para la presencia en el flamenco del trovo de Marín. Señaló la continuidad que dio Antonio Grau, hijo del Rojo. Y por supuesto, se refirió a Antonio Piñana, que cantó en muchas ocasiones dictado por troveros, e incluyó la malagueña y la guajira del trovo en el grupo de los cantes mineros. Muchos de los flamencos coetáneos a Marín grabaron sus letras, tarea que tuvo continuidad a través de figuras como Pepe Marchena, llegando hasta Enrique Morente y más acá.
Hasta aquí la primera pregunta y su respuesta. Los cantes mineros están por nacimiento ligados a la tradición del trovo.
A la segunda pregunta–¿cómo pueden el trovo y el flamenco volver a encontrarse?–podemos contestar también en abstracto: que sea el trovo el que se arrime ahora al flamenco. Hay también una respuesta concreta a esta pregunta. La dio el grupo trovero Mesa Café, a sugerencia de Paco Paredes. Bueno, más que responder, trovaron la respuesta. Para que trovo y flamenco vuelvan a encontrarse, casi como dos desconocidos, hay que repentizar el cante flamenco.
Rematadas las conferencias, subieron al escenario la cantaora Raquel Cantero y el guitarrista Pablo Barrionuevo, uniéndose también al Palmesano y a Paredes los troveros Pedro Jesús López Salmerón y Pedro José Sánchez, el Alcazareño. Paredes anunció algo insólito: iban a repentizar estrofas de tres, seis, siete y ocho versos. Todas estas estrofas modifican el canon trovero de cuartetas, redondillas, quintillas y décimas.
Los cinco troveros dictaron estrofas improvisadas que la cantaora metió por palos distintos de las malagueñas y guajiras troveras–que son cantes ortodoxos para el trovo. Se repentizaron estrofas de tres versos por soleares; de cinco, por mineras; y de seis, por colombianas. Los cantes se repentizaron con tanta libertad e inmediatez que, aunque novedoso, pareció casi un ejercicio consabido. Los dos viejos conocidos se empezaban a reconocer.
No estaba previsto que Cantero entrara en escena, pero ocurrió que estaba por allí y Paredes le pidió ayuda. Cantó de súbito y sin preparación, y dijo dos cosas que merece la pena recordar. Tras una soleá musitó: “qué emoción”. Y es que la cantaora, a la que dictaban los troveros, escuchaba por vez primera el verso poco antes de cantarlo. Y no entendía la estrofa como un todo hasta que la cerraba. En otro momento, apuntó que necesitaba algo de tiempo para hacer adaptar los versos a la música, para hacer compatible la melodía del cante a la específica conjunción de sílabas y distribución de acentos. Se trata de dos efectos de la repentización en el cante.
Hay precedentes de troveros dictando a cantaores y metiendo versos por cantes distintos de la malagueña y la guajira. El propio Paredes revisó en detalle numerosos casos desde la época de Marín hasta su reciente experiencia personal con Juan Pinilla y Rocío Márquez. Juan Lanzón también había dejado por escrito que hay que “intentar que el trovo encuentre otros cauces musicales, diferentes a la malagueña y a la guajira, si queremos enriquecerlo”. Además, en el Valle del Guadalentín también aflamencan los fandangos de su trovo. Así mismo, se sabe que la improvisación es un viejo gusto de los flamencos. Aunque entonces emplearon letras aprendidas, es famosa la contienda por bulerías entre la Niña de los Peines y Mairena en la boda de El Lebrijano. Y es que todo encuentro es siempre en realidad cosa de dos. Aunque sea uno el que se arrime, el otro tiene que hacerle hueco.
Un nuevo camino hacia el reencuentro entre flamenco y trovo ya se está allanando. Es el trovo el que sale ahora al encuentro, liberando sus formas expresivas e interviniendo sobre el fraseo y la interpretación del cante. Así se declaraba y ejecutaba el pasado viernes en La Unión: cualquier cante flamenco puede y quiere ser repentizado.