Bette Davis en ‘La Loba’ de William Wyler
La industria de Hollywood nos ha colado, y nos sigue colando a través de su vasta y extensa producción de películas, toda una serie de clásicos patriarcales que hemos ido asumiendo socio-culturalmente como parte de una colección de verdades indiscutibles que prescriben cómo es el amor, cómo son las relaciones inter e intra personales, cómo son los hombres y cómo son las mujeres; así, con esa desfachatez de plural. La industria de Hollywood es la mayor producción de clichés que existe. En esta película, dirigida por un hombre, vamos a encontrarnos con un personaje femenino protagonista, que, a primera vista -y quién sabe si tiene algo que ver el hecho insólito de que el guión sea obra de una mujer llamada Lillian Hellman- se sale del estereotipo de los personajes femeninos. Regina Giddens (Bette Davis) encarna a una mujer dominante, cruel, dura, fría, jefa de su casa, en definitiva, lo que podríamos considerar una rebelde del mandato de género con características nada asociadas a la feminidad y cuyo principal rasgo es sin duda alguna la ambición. La ambición de amasar pasta y poder, terreno clásicamente de exclusivo dominio masculino. A pesar de que Regina performa la feminidad maravillosamente en esos vestidos de mujer decente y puritana de manual -e incluso la vemos en un par de escenas maquillándose y untándose cremajes para aparecer ante los machos- y a pesar de presentar un cuerpo de maniquí que encaja a la perfección con el canon que marca el gusto de la época de tener la cintura de una niña de cinco años, Regina está muy lejos de ser una mujer-complemento o mujer-adorno: Regina es la anti-esposa y la anti-madre. No es una baba maternal, ni una esposa complaciente, no se muestra cariñosa con nadie, no se sacrifica, y, salvo alguna risotada en sociedad, no sonríe ni un solo minuto de la película. Sonreír es el gesto destinado a premiar a las felices y Regina es, a pesar de su éxito de mujer lista y poderosa, una perdedora. Regina cae tremendamente antipática dentro y fuera de la película y es retratada, como diríamos si habláramos de la amiga de una amiga, como una gran hija de puta. Y debe ser así, Regina no puede salir victoriosa porque se ha desviado del mandato patriarcal y eso tiene un precio: es una mala mujer, y sólo las buenas mujeres tienen el cielo ganado en Hollywood.
Resulta muy interesante ver cómo Regina es castigada por lo que en otras películas los hombres son elevados y admirados en sociedad. Ella triunfa en su ambición, pero no escapa al castigo de la soledad (soledad de madre, soledad de esposa, soledad de hermana y soledad de amigas) que el patriarcado reserva a las malas: pese a (o quizás por) ser una mujer rica y de fuerte temperamento, Wyler no deja pasar la ocasión de escarmentarla.
El maridaje siempre afortunado entre capitalismo y racismo (la película está ambientada en el año 1900 en el sur de los Estados Unidos) ocupa un segundo plano en la historia, pero resulta imprescindible para entender toda la trama y la ruptura definitiva entre madre e hija, que se produce cuando la joven Alexandra (Teresa Wright) se enfrenta a su madre espetándole que no va a quedarse mirando mientras ella se hace rica, ahora que ya ha comprendido que una fortuna se hace a costa de la explotación de les demás.
Podrida de dinero pero podrida por dentro; despreciada hasta por su propia hija, que es el desamor que más puede castigar a una madre. Ni siquiera la salva su voluptuosidad ni su exuberancia, cualidades físicas que salvan a muchas mujeres; Regina no se presenta en ningún momento como una mujer deseada: sus curvas no la hacen objeto de atracción ni de deseo de la mirada masculina, que también nos ha dado histórica y tradicionalmente un valor como cuerpos. Ni el director ni el patriarcado quisieron que Bette Davis interpretase a un personaje que se nos apareciera como una mujer dueña de su capital erótico, sensual, deseante y deseable, su poder nunca fue sexual. Suponemos que al ser una mujer desprovista de todo tipo de sentimentalismo, en la factoría del amor romántico que es ese Hollywood de herencias puritanas, amor y sexo son realidades indisolubles.
Regina es un personaje femenino diferente que, en un primer análisis, podríamos pensar que merecería un ‘Gracias’ a la industria de Hollywood por no habernos traído otra ñoña más, pero afilando la lupa vemos que es una mujer maldita que no se libra de la losa patriarcal.
Así pues, el clásico 'La loba', cuyo título original no deja de tener su chiste en español (‘The Little Foxes’), es el cásico de la perfecta zorra descrita y proscrita en el patriarcado. En FilmAffinity tiene una nota de 8.1. Vamos a darle un 10/10 porque cumple a la perfección las expectativas machunas que cabría esperar del cine hollywoodiense.
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