Puente Tocinos. Bacon Bridge, para los amigos. El paisaje de esta pequeña pedanía de Murcia es llano, corriente, cargado de cultivos de cítricos y de secano. Una población que se funde con el resto de las del paisaje regional, si ignoramos el Cristo de la vecina Monteagudo, que se eleva a 150 metros de altura sobre el nivel del mar, visible desde cualquier punto de la población. En este ambiente, Puente Tocinos se convirtió en la cuna del belén a nivel nacional, con al menos un huertano y un belenista en cada casa durante su época dorada. Es en este lugar donde un arquitecto decidió dejarlo todo, y entre escenas del nacimiento y rodeado del paisaje del campo, convertirse en ceramista.
DelAmorylaBelleza -o Carlos Cenamor- es un artista multidisciplinar que produce sus obras desde una antigua fábrica de Puente Tocinos. Sus trabajos hacen las delicias de clientes a nivel internacional, protagonizando reportajes en revistas de diseño. Durante la entrevista está trabajando a contrarreloj para elaborar los Soles Repsol de este año. Toledano de nacimiento y tocinero de corazón, Carlos se mudó a la Región tras pasar el grueso de su carrera como arquitecto entre Madrid y Londres. “Venir a Puente Tocinos fue casualidad. Mi amiga Carolina tenía la nave. Cuando me mudé aquí descubrí que esto es la cuna del belén y está lleno de belenes”, ríe, aún incrédulo.
Podríamos decir que la artesanía vino a ti.
¡Claro! Ya en Madrid realizaba cada dos años una subasta de cosas que se llamaba La Gran Ganga Artística. Hacía de todo, hasta fotonovelas metidas dentro de las camaritas estas de souvenirs tan bonitas: sustituía las diapositivas anteriores por una historia que yo construía con artistas o literatos que tienen su impacto y su importancia. Esto compensaba el tiempo de producción arquitectónica, que era tan largo y tan maravilloso, pero al mismo tiempo nunca concreto.
¿Fue esa poca concreción lo que te alejó de la arquitectura?
Para ver construido un proyecto arquitectónico tienen que pasar aproximadamente unos ocho años. Uno de mis proyectos más grandes es el castillo de Garcimuñoz, que lo hice con Izaskun Chinchilla. Yo empecé como colaborador con 23 años y cuando acabé la dirección de obra junto a ella, ya no como colaborador sino como dos arquitectos independientes, yo tenía 34 años.
El nivel de trabajo es ímprobo y el nivel de satisfacción es muy bajo. Para empezar, no hay más que ver la absoluta irresponsabilidad arquitectónica que tenemos en cualquiera de nuestras ciudades. No hay ciudad contemporánea bella en España, no existe. Y sin embargo, con la cerámica, con la artesanía, te alejas de destruir la naturaleza a esas velocidades tan completamente rampantes e insostenibles.
¿En qué se parece la arquitectura y la cerámica?
Prácticamente para mí no hay diferencia, creo que es el motivo por el que ha sido tan natural ese tránsito para muchos arquitectos: pasar a ser diseñadores de producto, artesanos, artistas, fotógrafos, cualquier profesión, porque en el fondo a nosotros nos enseñan a pensar contextos. Da igual si el contexto es muy grande y habitable o si es usable y pequeñito, digamos que para mí es prácticamente lo mismo.
¿Qué te hizo preferir la cerámica sobre el resto de disciplinas?
Mientras era profesor de arquitectura en la UCL (University College of London) monté la página web, y fui compaginando arquitectura y artesanía. Hacía desde mobiliario a ropa, cualquier cosa. Y un buen día llegué al mundo de la cerámica, en un sitio fantástico que se llama la Hackney City Farm. Es una granja en el centro de Londres, que tiene burros, cerdos, cabras, de todo.
¿Descubriste que querías ser ceramista en una granja?
Es maravilloso. Tiene dos espacios que los miércoles y los jueves se dedican a permitir que la gente juegue con el barro sin ninguna norma. No hay profesor, solo 70 personas que están locas. Divertidísimo. Algunos borrachos, otros drogados, otras embarazadas. De cualquier edad, todo tipo de gente. No había jerarquía de ningún tipo.
¿Qué aprendiste de allí?
Me permitió poder jugar con el barro y aprender a utilizarlo a unos niveles que no hubiese podido nunca en un taller convencional, donde las normas es lo primero que aprendes: no se pueden mezclar barros de colores, no se pueden utilizar esmaltes de no sé qué. Pues yo todo eso me lo perdí. Yo simplemente aprendí a jugar con el barro. Entonces, poco a poco, durante mi estancia en Londres, la cerámica se convirtió en algo relevante dentro de mi mundo paralelo a la enseñanza.
Al venir a la Región perdí el taller gigante que teníamos en la universidad para poder hacer todo tipo de mobiliario, y al comprarme todo el equipamiento para tener un taller cerámico, mi producción aumentó.
De pequeño querías ser botánico, ¿cómo influye ese niño botánico en tu carrera como ceramista?
Hay tres campos en los que siempre he querido ser bueno: bailarín, que no va a ser posible; pianista, que tampoco, pero ahora estoy estudiando piano; y luego me ha fascinado la arquitectura, por supuesto. Pero también me han maravillado la arqueología y la botánica.
Mi trabajo en el huerto, aquí en el espacio en el que yo estoy ocupando, es 100% botánico. Siempre estoy en la búsqueda de las flores y de las hojas más bonitas y todas ellas van reflejándose poco a poco en las piezas que voy haciendo.
Piss2000
Al espacio de creación de Carlos lo precede un pequeño huerto. Los techos de la estancia principal del local son altísimos, con un cierto eco. En el centro tiene expuestas algunas de sus obras o trabajos que ha hecho con amigos. Hay una, unos azulejos, que le quitan el sueño: “Es como un puzzle, todas las mañanas antes de ponerme a trabajar intento encajar las piezas. ¡Mira! Parece que justo esta parte puede encajar con esta, aunque entonces se queda esta esquina suelta”, murmura la última parte, hablando para sí. Intenta varias combinaciones hasta quedar satisfecho, con un entusiasmo contagioso.
Finalmente el artista deja los azulejos estar, y muestra su almanaque particular, una escultura cóncava donde ha reflejado sus paseos por la Región. Ha fundido en la obra elementos que ha ido colectando, como minerales o fragmentos de tierra. Destaca uno de ellos, un fragmento de avispero, esmaltado para la eternidad en un profundo azul: “Los vecinos fumigaron y mataron todas las avispas, fue una pena”, lamenta Cenamor.
Del amor por la naturaleza y la belleza del avispero nació el almanaque de Carlos, así como el resto de las obras del artista, que parecen surgir de estas dos palabras: amor y belleza.
¿Cómo surge tu nombre artístico, DelAmorylaBelleza?
Hice una dirección de correo nueva, DelAmorylaBelleza, para poder enviarles mensajes a mis amigas y así diferenciar mi email de trabajo en la universidad, que era piss2000 -confiesa, riéndose a carcajadas-.Tampoco era un mail muy laboral y menos en Inglaterra.
Cuando me mudé allí con el nombre piss2000, no sabía que iba a trabajar en la universidad.
¿Pero piss con dos eses, o sea, pis en español?
Dos eses, sí. Me mudé a Inglaterra a trabajar a la universidad, a una universidad en condiciones, y todo el mundo recibía un email mío que ponía “mear dos mil”.
¿Y por qué elegiste ese como mail profesional, y no DelAmorylaBelleza?
Para hablar con mis amigos quería una dirección de correo que no me provocase nervios. Cuando trabajas recibes emails con los problemas, no con las cosas guays. Las cosas guays te las dicen, pero los emails son problemáticos.
Entonces monté DelAmorylaBelleza para mis amigos. Y cuando recibían un mensaje desde el amor y la belleza, les daba muchísima ilusión. Ahí fue cuando dije “ya está, ya tengo nombre”.
Soles que valen un poquito de piano
Al fondo de la nave hay un pasillo que conduce al taller. Antes de llegar a él hay una pequeña estancia donde, entre proyectos y cerámica, hay un piano de pared “llevo unos cuatro años aprendiendo”, comparte Carlos. Al fondo, se encuentra una espacio que contiene el corazón de DelAmorylaBelleza: el obrador.
La luz que entra a través de las ventanas de la pared derecha de la habitación es como la que pintaba Sorolla, que parece quemar la imagen. Entre pilas y pilas de proyectos de cerámica se dejan ver dos mesas en el centro del taller. A la izquierda, como en estado de hibernación, las esferas para los premios Soles Repsol aguardan sin cocer. Esperan su turno en el horno, donde a temperaturas de más de mil grados el esmalte tornará de color y brillará con luz propia.
¿Cómo te convertiste en uno de los artistas detrás de los Soles Repsol?
Cuando me mudé aquí en 2018 mi amigo Luis Úrculo, que también es arquitecto y es el diseñador de los Soles Repsol, me propuso que hiciésemos una colaboración para el concurso del año siguiente. Úrculo es un artista como la copa de un pino. Tiene obras en el Metropolitan Museum. El 12 de enero me dice “Carlos lo tenemos, nos han aceptado el proyecto de los Soles Repsol. Y tienes que entregarlo el 19 de febrero”. Tenía que hacer 150 piezas de molde en dos semanas, porque el molde tarda unos cinco días en secar.
¿Cómo lo conseguiste?
Era completamente imposible. Para la cerámica necesitas meses. Por ejemplo, para la producción de este año, mi ayudante Verónica y yo empezamos en mayo del año pasado para entregarlas ahora en febrero.
Ese año me hice turnos. Uno que empezaba a las diez de la mañana y otro que lo hacía a las tres de la madrugada.
¿Cuántos Soles podías hacer en un día?
Tenía que hacer doce por la mañana y doce por la noche. Fue una locura y se logró, menos mal. Fue tan bien que los ganadores de Sol Repsol que renovaron ese año querían su propio trofeo -solo se les da a los nuevos galardonados- se quejaron y tuve que hacer 33 más, para que tuvieran todos los tres soles de España. Entonces ya con ese dinero me compré un poquito del piano y ya empecé a tener una vida de ceramista completo.
¿Qué proyectos te esperan este año?
Otra cosa que me encanta hacer y que este año haré énfasis en eso, es aprender. Yo en el mundo cerámico no tengo ni idea de nada, no sé nada, solo sé lo que hago. Este año voy a dedicar cada mes a investigar en un tema y a destinar parte de mi tiempo en la producción de una pieza experimental.