Entrevista a Luz Arcas – La Phármaco: “El confinamiento me parece una fase más de una crisis muy profunda”
El próximo jueves 5 de noviembre llega al Teatro Circo de Murcia la compañía La Phármaco, con la pieza 'Una gran emoción política'. A partir de la obra Memoria de la melancolía, de María Teresa León, en la que la autora riojana aborda la guerra y el exilio, la compañía reflexiona desde el cuerpo y la música en torno a la memoria y su necesidad.
La Phármaco, creada por Luz Arcas en 2009, ha cosechado importantes premios como el Premio Injuve 2009 o el Ojo Crítico de Danza en 2015, y fue finalista en los Premios Max como mejor intérprete femenina de danza en 2017, además del reconocimiento unánime de crítica y público. Al final del libro de María Teresa León, ésta le dice al escenógrafo y pintor valenciano Gori Muñoz: “anda, Gori, hazme la escenografía de mis recuerdos”. Cincuenta años después, La Phármaco pone en escena 'Una gran emoción política' y baila el deseo de la escritora y sus recuerdos. Hablamos con Luz Arcas, directora de la compañía.
La primera pregunta tiene que ver con la situación en la que y desde la que vivimos. El cuerpo, protagonista de la danza, ha estado confinado. ¿Qué supone eso para una compañía de danza, y para una bailarina y coreógrafa como Luz Arcas?
El confinamiento me parece una fase más de una crisis muy profunda. Una crisis que afecta de manera muy desigual a cada persona, casa, barrio, a los distintos países, a los continentes. Creo que lo que viene será muy duro, y lo más terrible, es que siempre había estado ahí. La crisis del Covid desvela con mucha violencia lo que ya existía: el control brutal y totalitario del sistema sobre los cuerpos, sobre las decisiones cotidianas, sobre la vida en general, la aplastante desigualdad social en un sistema voraz con los recursos del planeta, en la que todo, absolutamente todo, se sacrifica en nombre del “dinero”, de la macroeconomía.
Además del cuerpo que baila, está el cuerpo que asiste al baile, y ése también ha sido confinado. Como cuentas en esta entrevista, La Phármaco entiende la danza como hacer visible lo que pasa dentro del cuerpo y también padecer un mensaje, y pide al público que baile y padezca junto al intérprete. ¿Qué significa eso? ¿Ha supuesto un cambio importante la pérdida parcial de ese público en vuestras funciones?
A mí ahora me parece un milagro que la gira nacional siga adelante. Todos los días me levanto preguntándome si alguno de los bailarines dará positivo en Covid y tendremos que suspender la función, si cerrarán la ciudad, el teatro en el que estamos programados, si lo cerrarán todo en general… con las consecuencias económicas y también anímicas que eso nos provocaría…
También me pregunto si la gente se animará a ir al teatro, a pesar de todo. Y cuando ves a la gente sentada, con sus mascarillas, con la distancia de seguridad, sean cuantos sean, siento una profunda alegría. En medio de esta agonía, la gente supera el miedo, la incomodidad, la precariedad, y se compra su entrada, y va al teatro. Es un verdadero milagro.
Sí, padecer el discurso con el cuerpo ha sido una premisa fundamental en mi búsqueda coreográfica. Nace de la necesidad de resistir y enfrentarme, físicamente, a la asepsia emocional, poética e ideológica en la que vivimos, también al cinismo heredado de la posmodernidad, a las distintas modas que acaparan la atención y orientan los objetivos vitales de la gente.
En mi danza trato de encarnar el discurso, de romper esa distancia impuesta, artificial y oficial entre la danza y lo necesario, la danza y el cuerpo (aunque parezca una obviedad, muchas veces la danza se construye sobre una idealización del cuerpo, no sobre el propio cuerpo), la danza y lo subversivo, poética, estética y metafísicamente hablando, porque lo político está implícito siempre.
'Una gran emoción política' parte de los recuerdos de María Teresa León, publicados fundamentalmente en Memoria de la melancolía (disponible en varias bibliotecas públicas de la región) y los pone en escena. Ella habla al principio de ese libro de que quiere recordar desde la tristeza y desde laangustia, y no desde la ira. ¿Cómo se encarna eso? ¿Qué significa que, como decís aquí, hayáis decidido bailar la vida de María Teresa León y no su biografía?
Cuando nos propusieron trabajar en torno a María Teresa León y llegamos a Memoria de la melancolía, tuvimos una cosa clara: no nos interesaba su biografía, sino su visión del mundo. Me entristece que, por norma general, cuando se recupera a una mujer artista o intelectual, se atienda más a sus anécdotas vitales que a su pensamiento o a su propia obra. María Teresa León no es necesaria hoy porque Alberti la eclipsara, sino por lo que su obra tiene que decirle al presente y al futuro. Es eso lo que nos habíamos perdido y es preciso recuperar.
Después de un solo que interpreto yo misma, en el que trato de encarnar el cuerpo de María Teresa León, como contexto de lo que se verá después, diez bailarines bailan sus esperanzas, miedos y fracasos, sus contradicciones y sus debilidades, el amor por su país, su compasión… intentando no juzgar ni posicionarnos, dejando que el cuerpo se apropie de esa realidad, que nos habla de España, pero también del siglo XX europeo, el siglo del fervor político y el mito de la revolución, de la fe en las utopías, de los totalitarismos… fundamental para comprender lo que somos hoy.
Habéis estado mucho tiempo componiendo esta obra y por lo tanto reflexionando sobre conceptos como memoria, recuerdo o historia, tratando de investigarlos a partir del cuerpo y convirtiéndolos en movimiento. ¿Cómo definiríais después de esta investigación la memoria? ¿Cómo es de importante recordar nuestra historia reciente? ¿Hay una manera pertinente de recordar, hay una por ejemplo distancia justa desde la que pensar el pasado?
Me interesa mucho la memoria colectiva. He seguido profundizando en ella en otros trabajos, como en La domesticación o en Toná, la nueva obra que se estrena en noviembre en el Festival de Otoño de Madrid, si la crisis lo permite.
La memoria colectiva es especialmente problemática, está llena de matices, de contradicciones, de implicaciones, experiencias personales, historias de opresión y sometimiento, de sueños perdidos, también de celebraciones, de victorias… es la fiesta, está llena de muertos, es siempre injusta… pero volver a la memoria, a lo colectivo, para revitalizarlo desde el presente, sin prejuicios, es un acto de libertad contra el sentido que se le impone oficialmente, desde la autoridad. La memoria es nuestra. Es un diálogo vivo y activo con los que existen ahora. Amplía nuestra identidad, la disuelve en una comunidad cultural, y ese sentimiento de pertenencia puede quitarle credulidad al individualismo salvaje del neoliberalismo, también posibilita una ambición colectiva, un compromiso con la vida más compasivo.
Volviendo a 'Una gran emoción política', veremos en escena algo característico de vuestra forma de trabajar y de vuestra piezas que es la reunión de las artes (de hecho esta obra, como otras de la compañía, están escrita junto a Abraham Gragera, poeta y traductor). Hay danza sobre las tablas, pero también hay música en directo y palabras. ¿Son las ideas que subyacen a las piezas las que necesitan la polifonía, o está la polifonía ya en el punto de partida ineludible en cualquiera de vuestros proyectos?
Siempre me he sentido una creadora escénica, en un sentido muy amplio. El cuerpo es el centro del discurso de mis trabajos, pero como bien dices, nuestro lenguaje se construye con más elementos. Abraham y yo trabajamos mano a mano en este proyecto en el que tanto la iluminación como la música, el texto, las canciones o el vestuario están padeciendo ese discurso del que hablábamos al principio. Muchas veces pienso que no hago danza, porque lo que para mí es la danza no creo que lo sea para la mayoría de los coreógrafos. A mí me importa sobre todo el cuerpo. Y la danza es mi aliada para desvelarlo, para mostrarlo. A veces pienso que deberíamos inventarnos un nombre distinto.
En alguna ocasión has comentado que parte de la responsabilidad de la poca presencia de la danza en el panorama social puede deberse a los y las coreógrafas. ¿Cómo definirías esa responsabilidad? ¿Crees que es necesaria una mayor pedagogía de los trabajos de danza? ¿Qué apuntes harías al público antes de ver el próximo día 5 'Una gran emoción política', con qué cuerpo sería recomendable recibir la obra?
Esto daría para una conversación muy larga, he pasado por varias etapas en esta reflexión. Siempre he pensado que la danza es arte muy endogámico, y que la mayoría del público suele ser del propio sector. No quería pertenecer a este club cerrado, y orienté mi trabajo, por creencia y necesidad, hacia otro lugar. Y eso me ha dado mucha libertad pero también hace el camino más difícil y solitario.
También pienso que la danza es minoritaria porque es un arte esencialmente femenino. La danza contemporánea fue creada incluso por mujeres a finales del XIX y principios del XX, y en una sociedad como la nuestra, este tipo de proyectos son ninguneados a no ser que estén en manos de los pocos hombres dedicados al tema. Sólo hay que ver quiénes han ido dirigiendo las instituciones en este país, y me atrevería a decir que incluso en toda Europa. La danza es el arte pobre, el arte menor porque habla de la realidad de una manera que atenta, históricamente, contra todo lo que está establecido, lo que nos han enseñado desde arriba.
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