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La noche en que Martirio se quitó las gafas

Martirio en el Teatro Romea de Murcia / Miguel Aznar

Miguel Aznar

Murcia —

El concierto en el Teatro Romea, como presentó la propia Martirio, estaba pensado “para reír y llorar”. Un concierto, como dijo, con su gracia y su deje de Huelva: “directo al corazón”, dedicado para “los que se están separando, para los que están a punto de arreglarlo, para los que estén deprimíos, para las que estén jartas, pa tos…, y pa los que estén enamoraos, por supuesto”. Y sí, no se equivocó. Yo, al igual que todo el público que abarrotaba el teatro, reímos y lloramos, y, sobre todo, pasamos un ratico muy bueno en compañía de La Martirio.

En esta ocasión Martirio se presentó en Murcia arropada por un trío de músicos de corte puramente jazzístico formado por un batería, Guillermo McGuill, habitual en las formaciones Chano Domínguez, y que entre otros ha colaborado con Chick Corea o con el añorado Paco de Lucía; al contrabajo estaba Negrón, un gran bajista (no sólo en estatura) y habitual en formaciones de boleros cubanos; y al piano, el gran Jesús Lavilla, un fijo en las formaciones de Martirio que por momentos nos hizo recordar al Chano Domínguez que tanto influenció en la carrera y en la discografía de Martirio.

Sólo tres músicos, ¡pero que músicos!, que arroparon y llenaron el escenario con un extraordinario despliegue de armonías y virtuosismo. Aunque si he de ser sincero, personalmente eché de menos la majestuosa guitarra de Raúl Fernández, el hijo de Martirio, que habitualmente la acompaña y que posiblemente hubiera roto en algún pasaje del concierto el marcado toque jazzístico de la velada, aportando esa pizquita más de “jaleo” que tan bien casa con el repertorio de Martirio.

Tras una breve presentación instrumental de los músicos, apareció Martirio, cómo no, luciendo una peineta (en esta ocasión bastante recatada y discreta, en comparación con los rompedores diseños a los que nos tenía acostumbrados en sus inicios) y sus gafas de sol oscuras que tanto la caracterizan.

Arrancó por todo lo alto con “Estoy mala” y “Madurito Interesante”, dos de sus temas icónicos de los ochenta con los que se metió al público en el bolsillo y no nos soltó hasta dos horas más tarde. Y es que fue desde la primera estrofa que todos los que estábamos allí presentes nos dimos cuenta que no se trataba de un concierto al uso. Martirio no sólo cantó, y muy bien, sino que también interpretó, teatralizó, bailó, e incluso se salió con algún que otro monólogo, al estilo del mejor club de la comedia, que nos hizo reír a carcajadas. Todo con una sencillez y una cercanía, como es ella, como son las grandes, que nos hizo sentir como si estuviéramos en el salón de su casa.

Pero si grande fue el comienzo, lo que vino después no estuvo a la zaga. Siguió con una espectacular versión de “Ojos Verdes”, con la que nos encogió el corazón, sobre todo cuando a mitad de canción se quitó cuidadosamente las gafas mostrándonos por primera vez su rostro limpio, un momento de desnudez que sobrecogió a todo el teatro.

También hubo momentos de homenaje y nostalgia para Carlos Cano con “María la Portuguesa”; y para Compay Segundo (de quien dijo con guasa: “ha sido el único hombre que con 90 años que me ha puesto”) con “Es mejor vivir asi”; o para la mujer que ella más ha admirado, la gran Chavela Vargas con temas como “Quisiera amarte menos” o “Si te contara”, esta última en una versión escalofriante acompañada únicamente de una forma magistral por el contrabajo del Negrón, al que precedió una introducción desternillante, estilo monólogo, para ponernos en situación. Sin duda, uno de los momentos mágicos del concierto.

Otros de los momentos cumbre fue la divertidísima interpretación de “Mi marido”, donde sin duda la teatralización de la letra superó con creces a la voz y la música, que ya es difícil, e hizo llenar el graderío de carcajadas. Tampoco podemos olvidar todas las demás, como o su popular versión del tango “Volver” o “Tatuaje”, o incluso una versión de “Noche de bodas de Joaquín Sabina, etc, etc.

Y para finalizar el concierto se dejó una de las perlas más preciadas; una surrealista versión en spanglish con swing de jazz de “La bien paga”, (“Pay so well”), todo un derroche de poderío e ingenio que acabó por poner en pie al público en un apoteósico aplauso.

Todavía con los aplausos en el graderío se arrancó antes de abandonar el escenario con su versión de los clásicos tanguillos del barbero o “Compuesta y sin novio”, interpretada en clave ragtime por la banda, que fue rabiosamente aplaudida por el público antes de despedirla.

Pero afortunadamente no todo acabó ahí, volvieron a salir al escenario y nos regalaron un bis que no podía faltar: las famosísimas Sevillanas de los Bloques, que hizo arrancarse al público con las palmas. Ya no se podía pedir más.

“Sed felices cariños míos”, dijo Martirio para despedirse. Sin duda que fuimos felices durante dos magnificas horas de concierto. Gracias Martirio. Por 30 años más.

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