'Disidencias de género' es un blog coordinado por Lucía Barbudo y Elisa Reche en el que se reivindica la diversidad de puntos de vista feministas y del colectivo LGTBQI.
La viejofobia
Ser joven, más allá de la edad biológica, es un trabajo de 24 horas y eso al neocapitalismo se la pone dura. En este sistema huxleysista, estar vieja y ser percibida como tal es peor que el desempleo; volvernos histéricas cuando una mañana, al mirarnos en el espejo, vemos que las arrugas de expresión comienzan a dar fruto en nuestra piel es una actitud mucho más política de lo que somos conscientes. Renovarse en una nueva ola de juventud o morir de antigua son las dos opciones a las que estamos sometidas. Esta necesidad imperiosa por autoafirmarnos es como un herpes en el labio que sale cuando menos te lo esperas y, desgraciadamente, es detectable en todo nuestro entorno. Un síntoma es que cada cierto tiempo nuestros contactos cambian su foto de perfil, el contenido de la misma es casi indiferente; confirmado, la Javiera sigue viva. Menos mal.
Te cuento por qué ocurre esto. El cambio de imagen y seguimiento de las tendencias es un falso estímulo inyectado por mecanismos de control como son los medios de comunicación, que nos entrenan para sentirnos frescas como una lechuga - medios oficiales y no oficiales, ojo -. Lo siniestro es que estamos participando de manera sistemática en el juego de la exclusión de una manera peculiarmente creativa. A esto lo llamaremos viejofobia. Gerontofobia no es un concepto que vaya a representar lo que quiero explicar.
Sarcásticamente, este paradigma de la viejofobia no tiene precedentes, pero sí un origen histórico que tiene que ver con la migración: cuando comenzó la revolución industrial a mediados del siglo XVIII se hizo inevitable el éxodo de grandes poblaciones del campo a las ciudades y, de alguna manera, se estableció el rechazo hacia lo rural a través de la ruptura del binomio identidad/tradición. Esto último constituía la identidad del individuo por antonomasia, la cual descansaba en los valores culturales propios de lo local, donde la autoridad estaba depositada sobre las generaciones anteriores en las que residía el conocimiento del entorno y por ende, la última palabra en la toma de decisiones. La intencionalidad subyacente del nuevo tejido social era tener mano de obra susceptible de ser automatizada en las fábricas para suplir las necesidades de producción emergentes.
Paradójicamente, la tradición actual es renovarse al extremo. Esto ocurre, frenéticamente, a todas horas gracias al agresivo bombardeo mediático: nuevos discos, nuevas colecciones, nuevas actualizaciones, nuevos influencers. Ahora se lleva Ter y la retórica basada en la holística posmodernista. Soy Una Pringada y la apropiación de la exclusión que supone el pop es muy enero del 2017. Como ves, estar medio año desconectada supone agonizar profundamente.
Muy bien bonica, pero ¿dónde está lo queer en todo esto? En la sombra que proyecta este sol de las ideas, vamos, como siempre. Cuando afirmas que el bar de ambiente al que vas está lleno de viejos o que no te gustan las tías de más de cuarenta años estás confirmando con una alegría rampante el triunfo de la moda de ser joven – o modus operandi del status quo - en uno de los estratos más íntimos del individualismo humano, el deseo sexual. La elaboración de nuevas exclusiones es la tradición primigenia del neocapitalismo. Por ejemplo, en el siglo XVIII la belleza estaba ligada a la obesidad. 10 kilos de más, actualmente, nos parece deleznable. Ahora lo que nos pone cachondas es la juventud, por eso, “A mí me gustan mayores” de Becky G me hace pensar que es uno de los mayores hitos antisistema de estos últimos años.
El paso del tiempo -y consecuentemente la vejez- es interseccional pues es transversal a todos los sistemas: no hacer ni caso a tu abuela porque está desactualizada o las mismas lógicas viejoexcluyentes del mercado laboral son sólo algunas realidades que demuestran que estamos bien jodidas conforme pasan los años. Yo no sé a ti, pero esto a mí me provoca -un poquito de- ansiedad. La solución no es vivir al margen de todo y dejar que la vida pase, pero tampoco aportamos nada cuando creemos que Cher está estupenda a sus 80 años. Lo que sí es posible es que actos como enajernarnos del exacerbado consumo textil o cosmético nos ayuden a aceptar nuestra propia humanidad y, a su vez, a no cargarnos el planeta por miedo a morir tanto natural como socialmente.
En conclusión, yo estoy deseando ser vieja para poder vivir en paz y estar al margen de esta agotadora vida, que me tiene distraída y desenfocada de mi conexión de la naturaleza y las costumbres propias de mi tierra que cada vez me parecen más ajenas por el efecto colateral de la sobreactualización. Solo espero que estas ansias de juventud no me maten antes o, para el caso, el asesino silencioso de la frase “no +30” en los perfiles del Grindr. A los mismos jovenzuelos les preguntaré, dentro de un año cuando cumpla 30, si todavía entro en los cánones o me puedo dedicar de una puta vez al ostracismo sexual. Es muy curioso que a día de hoy le dé la razón a una de las pijas del anuncio de Loewe: hacerse mayor es un coñazo imperial.