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Sobre este blog

'Leer el presente' es un espacio que dedicamos a libros desde eldiario.es/murcia. Del mundo a la página y viceversa. Coordina José Daniel Espejo.

Poemario de novelista

Diego Sánchez Aguilar

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‒¿Tiene que significar algo un nombre? ‒preguntó Alicia dubitativamente. 

‒Claro que sí ‒respondió Humpty Dumpty con una breve risa‒, mi nombre significa la forma que tengo.

Lewis Carroll, A través del espejo y lo que Alicia encontró allí (traducción de Juan Gabriel López Guix)

Sí, se habla tanto de 'novela de poeta' que es ya un tópico recurrir a ello cuando un vate se desmarca con una narración apoyada en estilemas más propios de la lírica. ¿Y no hay una contrafigura semejante? Pues sí, solo que para eso deberíamos también manejar a la inversa ‒siquiera fuere de vez en cuando‒ esa tontería de dar el salto. Pues venga, ya que estamos, allá voy yo: Diego Sánchez Aguilar, tras Factbook, una impecable y extraordinaria novela, ha vuelto a dar el salto a la poesía con La cadena del frío, un extraordinario e impecable poemario de novelista.  

A reforzar esto último acude en primer lugar (porque así lo decide quien esto escribe) una confesión personal del autor: la de que nunca (nun‒ca) escribe poemas sueltos. Su trato, pues, con la lírica postula de por sí entes orgánicos con un propósito determinado, una estructura esbozada de antemano y, claro está, la elección de unos cuantos motivos recurrentes que serán los que articulen de principio a fin su aventura creativa. Es decir: Diego Sánchez Aguilar no escribe poemas, escribe libros de poemas; sus poemarios no son el resultado de una acumulación de piezas sueltas más o menos coetáneas en el tiempo, sino la apuesta en firme por una obra cerrada, concebida en sus propios límites.

Así las cosas, no nos deberían extrañar, por un lado, la singularidad de cada una de sus entregas poéticas (el día que se decida a compilarlas todas se verá claramente el valor orquestal de esa opera omnia), ni, por otro, la fidelidad a un proceso de escritura a pesar de que hayan transcurrido unos cuantos años desde que le estampara el punto final. Es el caso. La cadena del frío (sexto título de La Estética del Fracaso, un sello empeñado en contradecir su crisis de identidad nominal) sale a recorrer mundo en este gélido y cadenero 2020, pero es un libro que llevaba en realidad dormido desde hacía casi un lustro. Yo (este yo ‒con perdón‒ vuelve a ser el de quien esto escribe) lo leí, de hecho, por primera vez en diciembre de 2015, cuando su autor me lo envió envuelto en esta no sé si prevención o qué: “Es épico, narrativo, con un personaje protagonista, con un tono apocalíptico, visionario y con otras cosas peculiares”.

Peculiar es, sin duda. Puestos a abrir la caja, comparto con quien leyere lo que yo le escribí al autor en un correo personal (ya no): “La cadena del frío es un libro tremendamente ambicioso, y del envite sales fortalecido. Celebro ese potente simbolismo, que se echa de ver desde el mismo introito a vueltas con la lluvia y esos dioses que mueren de aburrimiento entre el cielo y los espejos”. Ya en ese arranque, y desde luego más aún conforme avanzaba en la lectura, me maliciaba que estaba siendo invitado a una suerte de 'sermón del ángel caído', un fresco tiznado por una sutil y oscura alegoría a la mayor gloria (o el mayor infierno) de todos los paraísos perdidos. 

El escenario distópico, bladerunnero (son muchos, de hecho, los foto-lírico-gramas, por supuesto 'a 24 muertes por segundo') es, sin duda, el mejor púlpito (cuanto más largos los poemas más letanísticos, más salmódicos) para ese ángel que podrá ser del frío o de Victoria's Secret (no se te escapa una), pero que es por encima de todo ‒y como todos‒ terrible. Como terrible es esa denuncia pertinaz que emprendes contra todo tipo de simulacros, empezando por el de la propia identidad.

Hay una imaginería personalísima en el libro, Diego, más meritoria aún en tanto que los mimbres con que la urdes son bien claros y reconocibles: el universo observado e inventado por los presocráticos, la querella de contrarios del Barroco, el paisaje exterior y proyectado del Romanticismo septentrional, el simbolismo de corte visionario y ‒ante litteram‒ surrealizante, el ciberpunk más autocomplacido en su negritud y su devastación, y, por supuesto, el crucigrama de la posmodernidad. Esto último es lo que introduce un más que saludable contrapeso distendido (sobre todo, en algunos títulos) a un tono esencialmente severo y lo que confiere al libro también una dimensión lúdica, casi diría juguetona, con esos epígrafes kilométricos, el par de notas a pie de página, la transculturalidad®…“.

Hasta aquí el correo a modo de reseña confidencial (ya no) o la reseña camuflada de correo privado (tampoco). ¿Algo más que añadir? Pues no mucho, la verdad. Si acaso, unas pocas notas sueltas al hilo de mi relectura del libro ya editado. y que, acaso por contraste con lo anterior, se me antoja ofrecer así, tal cual, de modo fragmentario. Son las que siguen:

100%

· La alusión al universo presocrático no se fundamenta solo en el hecho de que La cadena del frío nos reciba con Parménides y Heráclito (que, hombre, tampoco está mal).

· Leemos: “Miro cómo las cosas se esconden tras sus formas”. Es decir: estamos dos pasos más allá de cuando García Lorca sentenciaba que “son mentira las formas”.

· Leemos: “Mira cómo las cosas se abrazan a su precio”. // “Para que significara algo, / debería poder venderse la lluvia. / Hacer una droga, encapsular este préstamo de alma”. // “Quisiste ser feliz y se dieron cuenta. / Siempre se dan cuenta, lo ven todo, lo venden todo”.  Es decir: Diego conculca la máxima unamuniana de Amor y pedagogía según la cual 2Escribir álgebra en verso es echar a perder el álgebra y el verso“, pues si algo trasuntan estos versos es una andanada contra uno de los principios axiales de la economía moderna, el Efecto Veblen, cuya sinopsis para dummies vendría a ser que cualquier bien de consumo mejora su demanda en el momento en que aumenta su precio (cuanto más inalcanzable, más deseado).

· La 'unánime noche' de las borgesianas ruinas circulares es aquí “la unánime tarde de la clase media”, en la que “las secadoras vibran”. ¿Y nos extraña?

· De uno de los larguísimos títulos se recorta la siguiente declaración de intenciones: “En un previsible alarde posmoderno”. Con ello, Diego (en un previsible alarde de inteligencia) se cura de caer en frivolidades propias del penúltimo Catálogo Posmo, pero tampoco (y de ahí su distanciamiento, tan precavido como irónico) deja de reclamarse posmoderno. (Nos distanciamos de lo que somos, claro está, no de lo que nos extraña).

· El cine y Platón en su confortable cavernita… Primera reacción atropellada de lector impaciente: tirarle de las orejas al poeta por una analogía un tanto manoseada. El mismo Gorki, en aquel fabuloso texto seminal ('El reino de las sombras', atención al año: 1896), en donde reflejó sus primeras impresiones como asistente a aquella nueva barraca de feria llamada cinematógrafo, aludía ya al mito cuando aseveraba: “No es la vida sino su sombra, no es el movimiento sino su espectro silencioso”. Segunda reacción ponderada de lector perseverante: ¡menudo giro que es capaz de darle al motivo en cuestión cuando, sin abandonar el estambre platónico, el poeta nos aguijonea con esta descripción del palomiteo en una sala de cine!: “El maíz, que levantó imperios ahora llamados / Tercer Mundo, sublima su precio entre nuestros dedos / y se abre en flores blancas / que pronto estallarán alfombrando el suelo de la caverna: / los restos de la boda entre la luz y la sombra”. Y otro Platón 2.0: “Haces fotos, eso sí, / y en la pantalla la nieve es más blanca, / más perfecta. / Se parece más a ella misma, / a su palabra”.

· La distopía, sí…, ma non troppo.

· Pirámide, muralla, hielo… En La cadena del frío hay una iconosfera de tintes casi babilónicos puesta al servicio de un cántico pornográficamente actual, si por actual se entiende la sociedad líquida (el hielo se derrite), hiperconectada (la muralla se hunde en sus estratos) y asomada al espejo del consumo indomeñable (la pirámide deviene gráfico recurrente en manos del capitalismo y sus dibujantes). 

· Leemos: “Todo es líquido. Nada tiene forma, ni memoria”. Es decir: de nuevo Bauman, of course. (Y perdón por la recurrencia de algo tan recurrente).

· Leemos: “Nuestro héroe ha buscado en internet empresas que ofrezcan servicios de criogénesis. La idea se le ocurrió cuando, leyendo a Manrique, advirtió que un río congelado, que mantuviera correctamente la cadena del frío, nunca iría a dar al mar, que es el morir”. Es decir: que hay un humor entre macabro y cultureta, siempre descreído; humor negro como el hielo, exactamente igual que el mundo es azul como una naranja: “Y lloré como un idiota y dejé de dar vueltas, like a rolling stone”

· Los versos de Petrarca: hielo‒llama; sangre‒vacío interior. Sí, son motivos barrocos a los que seguimos asomándonos con idéntica fascinación por su ajedrez implícito de contradicciones. Vivimos otra vez una era dicta y contradicta, que tal vez encuentre uno de sus más clarividentes ecos en estos versos de La cadena del frío: “Cuando duermo, todo es real; / eso también lo sé, / porque ahora estoy despierto”…, que son, a su vez, eco del porfiado estribillo de Léolo: “Porque sueño, no lo estoy” (loco, se entiende. ¿Se entiende?).

· El libro es también a ratos una suerte de libreto bis a una banda sonora, en este caso el álbum Kid A, de Radiohead; una larga paráfrasis del disco de la banda británica, o bien una glosa posmoderna del disco de la banda británica, eso sí: mojando el teclado en el tintero de Petrarca y secándolo en la esponja del Sturm und Drang. ¿Que no? A ver cómo reinterpreta el tema 'Idioteque' radioheadero: “Abrázame, viene la era del hielo. Coge tu abrigo y corre. / Ya no habrá más tormentas, el rock and roll ha muerto”. Y es que en el fondo (y, ¡qué coño!, en la forma también) Diego es un romántico.

· Leemos: “Como si mi tiempo hubiera sido derramado, camino del congelador, / y me hubiera quedado ahí fuera, al otro lado de mi nombre”. Es decir: esta “Quinta y última reflexión sobre el hielo” (más toda la escolta que completa el título) se erige, a la vista está, como una de las composiciones más memorables sobre la soledad.

· Leemos: “Todas parecían Wendy, con sus alas de libélula”. Es decir: con alas capaces de transportarlas (de transportarnos) de Neverland a Wonderland, ese lugar donde son los espejos los que juegan contigo hasta volverte del revés y dejar ‒¡ojo!‒ “tu nombre hecho añicos”. El ciudadano Sánchez Aguilar coquetea con ello hasta en detalles tan (poco) inocentes como una dirección de correo electrónico: dondedijediego. La encomienda de decir y proclamar la identidad, el yo, impera agazapada en el propio nombre de Diego: di‒ego.

A todo esto, Diego Sánchez Aguilar nació en Cartagena en 1974 y, en la actualidad (profesor excedente), vive en Londres. Es doctor en Filología Hispánica, de lo cual nos alegramos sobre todo por la impagable edición de la Poesía vertical de Roberto Juarroz que tuvo a bien editarle (consagrarle) Cátedra el año 2012. Es también, como ya quedó dicho, narrador, y de ahí la cosecha de relatos que conforman Nuevas teorías sobre el orgasmo femenino (Balduque, 2016), merecedores del Premio Setenil, y la novela que alabé justamente más arriba Factbook. El libro de los hechos (Candaya, 2018). Es también, como habrá quedado claro, un sobresaliente poeta que se alzó con el premio Dionisia García en 2008 (con 34 años, nada primerizo) gracias a Diario de las bestias blancas y, en 2016 (nada impaciente), completó su siguiente entrega con el oscuro y demiúrgico Las célebres órdenes de la noche (ediciones La Palma). La cadena del frío es, pues, en realidad, otro eslabón en una de las obras más cimeras de nuestra literatura contemporánea. Y he dicho literatura.

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