El Ayuntamiento de Murcia está publicitando el programa “Súmate” que contiene una Estrategia de Acción Municipal en Salud Mental en la que intenta hacer más accesible a la población una acción “orientada a la promoción de la salud y la prevención de la enfermedad”. Este proyecto está orientado a la “promoción de la salud y la prevención de la enfermedad” y “dirigido a todos los jóvenes de 12 a 18 años, docentes y familias del municipio de Murcia y sus pedanías”.
En los carteles publicitarios de esta campaña no se hace referencia a la promoción de la salud mental ni a su prevención, lo que induce al error haciendo creer que se está promoviendo la atención a problemas de salud mental. El foco de la publicidad se sitúa en la accesibilidad de una respuesta al malestar. Cuando digo “malestar” trato de concretar algo que en la publicidad toma una forma tan difusa como “cuando pierdes, cuando caes, cuando fracasas, cuando lloras”, lo que viene a ser una propuesta de accesibilidad universal, dado que todos tenemos esas experiencias.
Los que trabajamos a nivel asistencial en salud mental nos encontramos con “enfermos” que necesitan intervenciones clínicas. Es sabido que los sistemas sanitarios públicos tienen medios limitados (y escasos) y que afrontan dificultades para dar la atención que necesitan estos pacientes. Por otra parte, también acuden a salud mental personas que sufren por distintos motivos, pero que en ningún caso podrían ser consideradas enfermas.
La atención médica a personas que no están enfermas conlleva dos problemas. En primer lugar, el enfoque asistencial provoca un desempoderamiento de la persona, una inducción a situarse en una posición de dependencia. La situación clínica transmite implícitamente el mensaje “tú no puedes”, “necesitas a un experto, o un fármaco, o algo que no está en tu mano”. Por mucho que nos esforcemos los profesionales en minimizar este mensaje, forma parte estructural de la relación profesional-paciente. Así, el tratar como enfermos a personas que no lo son resulta contraproducente, dañino. Vemos con excesiva frecuencia a personas que se han hecho dependientes de los servicios asistenciales (y de tratamientos concretos) más allá de sus necesidades sanitarias, y que han dejado de lado algunas de sus capacidades para delegar la solución de sus problemas en los profesionales.
En segundo lugar, la atención a personas que no lo necesitan, en un entorno con recursos finitos, reduce la capacidad de atender a aquellas que sí precisan de intervenciones clínicas y que se enfrentan a listas de espera para ser atendidas por primera vez (algo que preocupa mucho a quienes dependen de votos para mantener su posición) y a largos lapsos de tiempo entre una revisión y otra (lo que no parece preocupar tanto a los políticos).
Los profesionales sanitarios nos esforzamos mucho en discriminar, en tratar de manera diferente a personas con necesidades diferentes, en intervenir con los enfermos (especialmente con los más graves) y en redirigir a quienes no precisan un enfoque asistencial para que desarrollen sus propios recursos. La pérdida de un trabajo o de un familiar, la caída de ilusiones, los fracasos en proyectos personales o los llantos que expresan sufrimiento forman parte de la vida, y son necesarios para el desarrollo. Tratarlos clínicamente, psiquiatrizar o infantilizar a personas sanas es un grave error, a menos que el sufrimiento haya desencadenado una patología y ya no estén sanas.
La equidad en el acceso a los servicios públicos significa que todas las personas que tienen la misma necesidad deben tener las mismas posibilidades de acceder a esos servicios. Es un derecho de los ciudadanos. En cambio, la igualdad de tratamiento para quien lo necesita y para quien no es un disparate que perjudica a las personas.
Vivimos en un entorno capitalista que vende la fantasía del bienestar permanente, conseguible mediante la adquisición de un producto o el uso de un servicio. Esta ideología lleva a la saturación de los servicios asistenciales (no sólo los de salud mental) con demandas de atención que provocan un deterioro de la salud pública. La publicidad del ayuntamiento, en vez de abordar este problema para mejorarlo, lo empeora, dado que transmite que es adecuada una intervención de salud mental para los problemas de la vida.
Tenemos que centrarnos en atender adecuadamente los problemas de la gente, no en crear necesidades para satisfacerlas y así lograr un beneficio económico (en los sistemas privados) o un puñado de votos (en los públicos).
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