Después de dos semanas en Suiza, regresar a Murcia ha sido como un guantazo en el primer paseo que he dado. Aunque nuestro entorno tiene mucho potencial, los parques de montaña cerca de mi casa, en las pedanías de Murcia norte, parecen más un desastre de abandono municipal que un lugar para disfrutar. El ayuntamiento los ha dejado a su suerte, y están en condiciones deplorables por el vandalismo y el botellón.
Estos parques, que en su día formaban parte de una ambiciosa promoción inmobiliaria de las que no debieron permitirse, hoy son poco más que una triste herencia del último boom inmobiliario. Zonas donde la montaña ha sido destruida para nada, fantasmas de ladrillo, y parques abandonados del cuidado municipal. No hay niños jugando en los columpios, ni en los toboganes, que han sido arrancados. No hay familias disfrutando de la zona de pícnic, porque el mobiliario lo han arrancado y quemado, al igual que algunos árboles. Todo está lleno de basura y cristales rotos cortesía de unos pocos jóvenes que no representan a la juventud española, pero son pretexto para generalizar y decir que el problema no tiene solución.
¿Dónde están yendo las quejas que ha recibido el ayuntamiento? ¿Dónde está la policía cuando se le dan avisos de que hay una fiesta con luces y altavoces cada fin de semana?
La Cultura del Cristal Roto
El botellón es una institución tan española como la siesta. Si en Suiza el arte de beber vino en un parque se reduce a un discreto pícnic acompañado de quesos finos y conversación moderada, en España lo llevamos a otro nivel. Sé que las alternativas culturales de la juventud son mínimas en nuestro país en comparación con el que menciono, pero también sé que hay un momento en el que uno ya tiene una edad para recoger su propia basura u organizar sus propias actividades.
El problema es que esta costumbre, que a algunos les parece entrañable, está destruyendo espacios que deberían ser para todos. Lo que queda después de uno de estos botellones es una estampa digna de un campo de batalla: botellas rotas, árboles quemados, mobiliario vandalizado y, lo que es peor, una sensación de abandono y desidia que nos lleva a decir ¿A dónde van mis impuestos si no es a esto?
Suiza: ¿Un País de Ficción?
Es inevitable comparar Murcia con lo que ves cuando viajas. En Suiza, los parques públicos están tan bien cuidados que dan ganas de aplaudir a cada funcionario. Bancos impecables, áreas de juego seguras, y lo más sorprendente: no hay carteles prohibiendo beber o comer en espacios públicos, porque, aunque la gente lo hace, nadie arma el caos que vemos aquí.
Lo curioso es que, a pesar de que en Suiza los impuestos son menores que en España, los servicios públicos parecen ser de otra galaxia. En Murcia pagamos más y recibimos menos, un clásico español que se podría resumir en la frase: “Mucho pagar, poco disfrutar”. Porque, seamos sinceros, en teoría deberíamos tener espacios públicos en condiciones, pero en la práctica, lo que tenemos son parques soleados con materiales metálicos que arden con las altas temperaturas y parecen escenarios de una película postapocalíptica.
La Diferencia: Políticas Públicas y Cultura Cívica
Aquí radica la gran diferencia entre Suiza y España: no solo se trata de cuánto se paga en impuestos, sino de cómo se gestionan esos recursos y, sobre todo, de la mentalidad de los ciudadanos. En Suiza, existe una cultura cívica muy arraigada que no solo hace que los parques se mantengan en perfecto estado, sino que también evita que se conviertan en zonas de guerra cada fin de semana.
Por otro lado, las políticas públicas suizas parecen diseñadas para gestionar el bien común, es un país que mira a la infancia. No solo invierten en infraestructuras, sino que también las cuidan y las preservan. Aquí en España, y particularmente en nuestra querida Murcia, da la sensación de que las autoridades están más interesadas en inaugurar obras con gran pompa y circunstancia que en mantenerlas después de que se haya cortado la cinta.
No podemos evitar cierta resignación humorística ante esta situación, porque, como buenos españoles, sabemos reírnos de nuestras desgracias. Mientras los suizos disfrutan de sus parques impecables, nosotros debatimos si vale la pena salir a buscar un banco que no esté roto. Quizás, en lugar de esperar al ayuntamiento, deberíamos organizar una brigada vecinal para frenar a los vándalos y, como abogada, me resulta fácil imaginar cómo reunir pruebas y denunciarlos hasta que paren.
Otra opción más pacífica sería organizar excursiones vecinales para limpiar, plantar árboles y reparar los columpios. Después de todo, si hemos aprendido a sobrevivir al tráfico de las horas punta en Murcia, ¿qué desafío nos podría detener?
Murcia necesita más que solo recursos para sus parques; requiere un cambio de mentalidad y prioridades en las políticas públicas. Si exigimos esto con la misma energía que usamos para pedir una cerveza en el bar, podríamos lograr espacios públicos más similares a los suizos: limpios, bien cuidados y libres de vandalismo. Que disfrutar esto siendo murciano no suponga tener que irse a un país donde un café cuesta 8 euros.
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